Una peligrosa forma de censura es la autocensura.,La historia puede parecer sencilla. Un legislador fujimorista se queja de una exposición en el Lugar de la Memoria (LUM), el espacio de conmemoración que presenta la historia de los hechos ocurridos durante el conflicto interno en el Perú, iniciado por los grupos terroristas, entre 1980 y 2000. El ministro de Cultura reconviene al director del LUM y al no encontrar satisfactorios los ajustes de la muestra, le pide su renuncia. Lo sucedido es más complejo. Se trata de una presión política contra una expresión cultural libre en un espacio democrático, la muestra de serigrafía colectiva “Resistencia visual 1992”, inaugurada recientemente y que mereció las iras del legislador de Fuerza Popular Francisco Petrozzi. En respuesta a sus gestiones, el ministro de Cultura, Salvador del Solar (según la cronología publicada por Pablo Sandoval López), visitó el LUM para intentar un extraño “equilibrio con información adicional que contextualice las escenas”. Al no resultar esta negociación artística, le pidió la renuncia al director del LUM, Guillermo Nugent. Ni la explicación oficial del ministerio ni el argumento personal del ministro son convincentes. Lo que existió fue un intento de autocensura que, aunque no prosperó, tuvo como resultado la salida de un destacado profesional designado solo hace 10 meses a cargo del LUM y la irrupción de prácticas muy discutidas en relación con la memoria. En su descargo, el ministro expresa su deseo de que la memoria no presente “sesgos”, es decir, que sea neutral, una posición ética y políticamente errónea en la medida que la verdad de los hechos recusados desde una perspectiva democrática –objetiva pero invariable– no puede ceder ante los deseos de los grupos que intentan justificar su actuación en esos acontecimientos. El ministro ha trascendido de su papel de liderazgo en la cultura y ha pretendido ser el curador de una muestra, y el primer espectador de la Nación. Aún más grave, confiesa que él decidió hace meses cuál iba a ser la misión y la óptica del LUM, una decisión soberbia frente a un desafío que se supone fue colectivo y que fue saldado mucho antes que él apareciese en escena. Es igualmente criticable que desde tan alta posición del sector Cultura se proclame que un espacio como el LUM, museo o centro de exposiciones, debe evitar que los visitantes se sientan “atacados” por el arte que expresa; o que estas instituciones sean espacios para las distintas posiciones políticas. Estos puntos de vista merecen ser revisados incluso en sus acepciones más básicas, como la definición de arte y cultura. Se entiende el deseo del fujimorismo por reescribir su historia, pero no es posible reescribir la memoria de un pueblo o ponerle parámetros. Si estas prácticas revisionistas avanzan, los políticos presionarán para que se alteren los libros de historia o los textos escolares para que, al suprimir los “sesgos”, dejemos de llamar por su nombre al golpe de Estado del 5 de abril de 1992 o no mencionar que el gobierno de Fujimori y Montesinos violó los DDHH y realizó actos de corrupción.