El lanzamiento de misiles norcoreanos con capacidad de alcanzar grandes ciudades de China, Japón y los Estados Unidos cambia la naturaleza del juego frente a Kim Jong Un. La amenaza de un escenario nuclear se ha escalado, y desde un punto de vista militar y tecnológico se ha vuelto algo más convincente. Los primeros informes del Pentágono dicen que Pyongyang podría contar con misiles intercontinentales (ICBM) para el próximo año. Esto significa poder lanzar bombas nucleares sobre ciudades de los EEUU. En las ciudades ubicadas en la costa del Pacífico las bombas demorarían entre media hora y 34 minutos en llegar. En realidad otros países, incluso algunos rivales de los EEUU, tienen esta capacidad, desde hace decenios. Pero en los peores momentos de confrontación todos se han mantenido dentro del concepto de la destrucción mutuamente asegurada (MAD): no habrá ganadores en un conflicto nuclear. Kim Jong Un parece indiferente a esta idea. Por largos años el mundo miró el avance tecnológico militar de Corea del Norte convencido de que nunca cruzaría el umbral de una verdadera peligrosidad. Corea del Sur y Japón, los más expuestos, confiaron siempre en el paraguas protector de Washington y en la fuerza disuasoria de Beijing frente al dictador norcoreano. Las potencias occidentales y las vecinas no se imaginan a sí mismas resolviendo esta crisis por la vía militar, que probablemente tendría que ser nuclear. Hasta el momento la estrategia calculada por Washington es aplicar sanciones cada vez más fuertes, capaces de terminar quebrando la capacidad bélica de Pyongyang. Sin embargo, está la cuestión de cuán racionales son los reflejos del gobierno de Kim Jong Un, que opera y se considera como una fortaleza amurallada. Parte del temor es que el régimen arrinconado pueda reaccionar como un país kamikaze, deliberada o accidentalmente. Nadie sabe qué pasaría si las bombas realmente empiezan a volar. Para algunos analistas la estrategia de Pyongyang no es patear el tablero y arriesgar su caída, sino mantenerse convincentemente peligroso. La idea es que para las grandes potencias mantener el statu quo de Corea del Norte puede resultar a la larga más beneficioso que su caída y un complicado reordenamiento del poder en esa estratégica esquina de oriente.