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Opinión

Degradación actual, por Jaime Chincha

"La renuncia del miembro Ávila y la permanencia del miembro Thornberry —ambos señalados por el delator Jaime Villanueva— dan el combustible suficiente para que el Congreso haga arder la brasa que achicharrará a la JNJ”.

larepublica.pe
CHINCHA

Hay una encuesta presidencial, revelada hace poco a un círculo exclusivo de empresarios y tecnócratas, que podría ser la precuela de un simulacro de cataclismo con alerta de tsunami. El sondeo lleva una ficha técnica tan creíble como la de cualquier otro. La intención de voto sitúa la contienda en el 2026 o quién sabe cuándo; somos el país del nunca jamás que borronea la agenda y la rutina a salto de mata. Seis presidentes en ocho años firman el diagnóstico de este estado de coma nacional que nos negamos a procesar. Seis presidentes en ocho años han descuartizado lo más valioso de toda democracia: el ejercicio ciudadano a través del voto, vuelto hoy aserrín y puñados de cenizas.

Somos un país con síndrome de Estocolmo, arrastrándose hacia la misma quebrada que lo sepultará como cada campaña electoral. «Los mal nombrados partidos del Perú son fragmentos orgánicos que se ajitan i claman por un cerebro, pedazos de serpiente que palpitan, saltan i quieren unirse con una cabeza que no existe. Hai cráneos, pero no cerebros. Ninguno de nuestros hombres públicos asoma con la actitud vertical que se necesita para seducir i mandar; todos se alejan encorvados, llevando en sus espaldas una montaña de ignominias». Pájinas Libres, Manuel González Prada. 1894 o 2024, da igual.

Somos el país que olvidó su horizonte. El país que normaliza este vivir en neutro, a punto de tropezarse en un vestíbulo de caos y anomia. El presidenciable protagonista de la encuesta encriptada nos deja sin segunda oportunidad sobre la tierra. Y los empresarios, exclusivamente informados de la intención de voto que alcanza Antauro Humala en una próxima votación, son quienes hoy —como si se tratase de una cruel paradoja— le allanan el camino a su real verdugo. Un empresario del Perú de hoy —país adormilado en el espejismo de una chacra bananera, con el mundo como notario de esta democracia que agoniza en la hibridez— no puede deambular entre el silencio malo y la complicidad sinuosa. La semana que se inicia a partir de mañana ofrece dos caminos, hay uno que conduce al réquiem de la inversión.

«Por eso, aunque siempre existieron en el Perú liberales i conservadores, nunca hubo un verdadero partido liberal ni un verdadero partido conservador, sino tres grandes divisiones: los gobiernistas, los conspiradores i los indiferentes por egoísmo, imbecilidad o desengaño. Por eso, en el momento supremo de la lucha, no fuimos contra el enemigo un coloso de bronce, sino una agrupación de limaduras de plomo; no una patria unida i fuerte, sino una serie de individuos atraídos por el interés particular y repelidos entre sí por el espíritu de bandería.

Por eso, cuando el más oscuro soldado del ejército invasor no tenía en sus labios más nombre que Chile, nosotros, desde el primer jeneral hasta el último recluta, repetíamos el nombre de un caudillo, éramos siervos de la edad media que invocábamos al señor feudal». El ‘Discurso en el Politeama’ retumba la añeja posguerra que no curó pequeñeces, egoísmos y envidias que nos devuelven al colofón de ruina del siglo XIX; la peruanidad incansable de colleras en ghettos, parcelas enrejadas con piscina como premio consuelo, los caseríos lejos siempre lejos; las mayorías ganándose el diario, con las motos y las balas de la extorsión ganándonos la guerra.   

El Tribunal Constitucional (TC) debe resolver en las próximas horas la demanda planteada contra el consorcio Rutas de Lima, a cargo de buena parte de los peajes existentes en la ciudad. El alcalde Rafael López Aliaga le pide al TC absorberlos a través de Emape. Eso no dice el contrato firmado por la municipalidad y la concesionaria. En un país con ley, el TC debería rechazar la petición del alcalde por ser groseramente inconstitucional. Pero si el TC falla a favor de la municipalidad —como nos lo han advertido, con comprensible pavor, unas tres fuentes que acreditan conocimiento previo de la decisión—, se habrá colocado el coche bomba definitivo que reventará sobre el artículo 62 de la Constitución de 1993. Lo que Vladimir Cerrón no consiguió con un referéndum matemáticamente imposible, un alcalde de ultraderechas podría lograrlo, ahorrándole todo el recojo de firmas y hasta una asamblea constituyente. “Yo amo a Cerrón”, dijo alguna vez el alcalde. Cerrón le corresponderá todo ese amor después de una cosa así.

Los empresarios respaldan en silencio al alcalde, por torpeza, por desconocimiento o por miedo. «La libertad de contratar garantiza que las partes pueden pactar válidamente según las normas vigentes al tiempo del contrato», dice el primer párrafo del artículo 62 de la Constitución, que permite generar riqueza a inversiones propias y extrañas. Hay un contrato entre el municipio y Rutas con acuerdos que están por violentarse. “Los términos contractuales no pueden ser modificados por leyes u otras disposiciones de cualquier clase”. El TC interpreta la ley de leyes en bien del país; si el TC falla a favor del alcalde, dejará caldo de cultivo suficiente para que las normas se vuelvan papeles para envolver pescado. “Los conflictos derivados de la relación contractual solo se solucionan en la vía arbitral o en la judicial, según los mecanismos de protección previstos en el contrato o contemplados en la ley”. Los empresarios mirando el show de Porky. Con eso será todo, amigos.

Una serie de eventos desafortunados ocurren en simultáneo. No es solo lo que está por pasar en el TC. La degradación institucional también se cierne sobre la Junta Nacional de Justicia (JNJ). La renuncia del miembro Ávila y la permanencia del miembro Thornberry —ambos señalados por el delator Jaime Villanueva— dan el combustible suficiente para que el Congreso haga arder la brasa que achicharrará a la JNJ. La clase empresarial puede ser cómplice de toda esta degradación si sigue callada. Falta poco para el desbande.

Toca defender las pocas reglas de juego que nos quedan. De consumarse la tragicomedia de leyes tiradas al traste, se dejará el camino asfaltado para que Antauro Humala use su coartada: la degradación institucional de hoy, pública y privada, es tarima suficiente para declamar lo que sea. Sueños de opio en boca de Antauro, en discurso y en grito, le abre el camino a la narrativa sin barreras ni garantías. Degradación es desinstitucionalización. Eso espanta cualquier apuesta por el Perú. La degradación, a este paso, abre un escenario terminal: un Antauro o un cualquiera podrá decir que la ley no es ley, que tu empresa no es más tu empresa, que tu país no es más tu país.