Diciembre era el mes en el que los apuros eran por reuniones navideñas y de fin de año, pero en el Perú es, desde hace tiempo, la estación del ajuste de cuentas políticas.
2023 no será excepción. Tiroteos de escándalos entre fiscales, negociados por el presupuesto 2024, peloteo judicial por la excarcelación de Alberto Fujimori y el primer aniversario del golpe de Pedro Castillo, marcan un diciembre que recién asoma con rudeza.
Pero estas solo son algunas manifestaciones de la decadencia institucional que vive el Perú desde hace más de un lustro, sin que se vislumbre mejora, en el congreso; gobiernos nacional, regional y local; ministerio público; poder judicial; defensoría; y que corroe a muchas más entidades, como la Sunedu.
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Siendo una crisis grave, no lleva al Perú al colapso y al trance terminal del cambio de régimen, sino que lo ralentiza en una degradación lenta pero continuada de la perspectiva de progreso, una de cuyas expresiones es que 58% quiera irse a vivir al extranjero (Ipsos).
Los fundamentos del Perú, sin embargo, están invictos, por su potencia natural, resiliencia de la población, o situación macroeconómica. La desconfianza ciudadana y empresarial es por la incapacidad de los gestores de la institucionalidad política y de gobierno, una manga de mediocres y corruptos en batalla campal que no es por confrontación ideológica, sino de puro interés personal y control de prebendas.
Un obstáculo para corregir esta situación que impide superar los problemas de interés de la gente, como crisis económica e inseguridad, es que la sociedad civil y hasta medios se alinean según bandos y no por ideas, impidiéndose advertir, por ejemplo, que Patricia Benavides y Rafael Vela son expresiones penosas de la misma debacle fiscal, o que el 7 de diciembre fue, sin duda, intento de golpe y no respuesta a que la derecha no dejaba gobernar a Castillo.
El debate nacional es absurdo e idiota al partirse entre DBAs/caviares, o izquierdistas/derechistas, dueños de la verdad que se creen castas —grupos sociales con sentido de linaje o estirpe, que no se pueden mezclar—, cuando solo son colleras incapaces de oír ideas diferentes a las de su bando, por el riesgo de alguna idea que los haga cambiar de opinión o los aleje de su ‘manchita’.