Finalmente, el avión presidencial llega hoy a Israel para evacuar a unos 250 peruanos que ansían salir por la situación grave de, como establece su Gobierno, estar en guerra, pero el daño político por la demora ya es grande.
‘Finalmente’ es la palabra clave acá: aun si un Gobierno toma la decisión obvia y correcta, si tarda mucho, el costo político se acerca a no haberla tomado.
La oportunidad en política —el timing— es clave. Adelantarse puede dar buen resultado, pero no siempre Dios ayuda al que madruga mucho pues se puede pasar desapercibido; mientras que demorarse demasiado puede ser fatal, especialmente si el avión llegará recién mañana a Tel-Aviv, después que los de Chile, México, Colombia, Argentina y Brasil, por solo hablar de la región, siguiendo el manual de texto: en situaciones de alto riesgo, los gobiernos organizan vuelos humanitarios por el recorte o detención de los comerciales.
¿Por qué la demora? Hay una coordinación entre Torre Tagle, Mindef, PCM y la FAP que parece no considerar la angustia en Israel, pero políticamente se pueden plantear dos hipótesis:
1) Dina es más perversa que Cruella de Vil; 2) Dina es más lenta que tortuga con mochila. Esta columna descarta la primera, y cree que la segunda es la más probable, especialmente porque el envío de un avión —que puede ser el presidencial u otro en mejor estado y con mayor autonomía de vuelo— es políticamente rentable, y a este gobierno no le sobran puntitos de popularidad.
La presidenta pudo enviar su avión e irse en Latam —más cómoda y segura—, o mandarlo a Tel-Aviv desde donde esté su gira europea, recoger a los peruanos, ponerlos en Amsterdam, y de ahí los envía en vuelos comerciales a donde quieran. Al final, la demora deja la sensación de indolencia que parece falta de reacción y de olfato político.
Que es lo que, en general, le ocurre a este gobierno que parece creer, como el expresidente chileno Ramón Barros Luco (1910-1915), el de los ricos sánguches de lomo y queso, que hay dos tipos de problemas, los que se resuelven solos y los que no tienen solución. Como con la inseguridad, poco crecimiento y precariedad ante El Niño, mientras Boluarte y el premier Alberto Otárola miran al cielo y dicen ‘el avión, el avión’ en el gobierno de la isla de la fantasía.