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Opinión

La fábrica de la muerte, por Ángel Páez

“La clave para el reportero era verificar si los Sackler estaban al tanto del poder adictivo de su calmante. Dijeron que se enteraron desde el año 2000. Era mentira. Lo sabían desde mucho antes”.

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Cada episodio de la serie “Painkiller” (Medicina letal, por Netflix), inicia con la declaración de la madre de una víctima de sobredosis por el consumo del calmante opioide OxyContin. La mamá de Christopher Trejo, relató: “Esta serie está basada en hechos reales, aunque se evitó usar los nombres verdaderos de ciertos personajes, nombres, incidentes, lugares y diálogos para fines dramáticos. Lo que fue real es el caso de mi hijo, a quien a los 15 años le recetaron OxyContin y vivió años de años de adicción. Murió a los 32 años, en la soledad de un intenso frío de una gasolinera. Y lo extrañamos”.

“Painkiller” se basa en la investigación pionera del reportero Barry Meier, quien observó que la cifra de muertes por el consumo excesivo de calmantes aumentaba a una escala parecida a la registrada por una epidemia, con la diferencia de que el origen era un producto farmacéutico, no un virus. Meier entonces se propuso identificar a los responsables.

El fabricante era Purdue Pharma, una compañía de propiedad de la familia Sackler, reconocida, respetada y admirada por sus millonarias donaciones de colecciones de arte a museos de todo el planeta. Como luego descubriría Meier, los Sackler corrompieron a un funcionario de la Administración de Alimentos y Medicamentos (FDA, por sus siglas en inglés), que les autorizó poner a la venta OxyContin a sabiendas de sus efectos letales en caso de consumo excesivo.

La clave para el reportero Meier era verificar si los Sackler estaban al tanto del poder adictivo de su calmante. El periodista entrevistó a dos directivos de Purdue Pharma, quienes aseguraron que recién se enteraron de los problemas en el año 2000 y que la responsabilidad era de los consumidores. Lo mismo afirmaron bajo juramento ante un comité del Congreso. Era mentira. Lo sabían desde mucho antes.

En una serie de reportajes para The New York Times, y que luego se publicarían en el libro Pain Killer: An Empire of Deceit and the Origin of America’s Opioid Epidemic (Analgésico: un imperio de engaño y el origen de la epidemia de opioides en Estados Unidos), Barry Meier demuestra que los Sacker siempre supieron del daño que ocasionaba OxyContin y que gastaron miles de millones de dólares en ocultar la verdad. La vida de la gente les importó un carajo.

“Los recién nacidos tenían en la sangre los narcóticos de sus madres adictas, por lo que eran separados de estas. Llegaban al mundo retorciéndose de dolor por la abstinencia de opioides. El impacto de la epidemia ha sido tan generalizado que la esperanza de vida entre los hombres blancos de los Estados Unidos comenzó a disminuir por primera vez en más de veinte años”, escribió Meier en su libro. La más gran industria que supuestamente calmaba el dolor, era en realidad una fábrica de la muerte.