Las noticias sobre el nivel de aprobación del Ejecutivo o el Legislativo son un tema que parece interesarle poco a casi ninguno. Esta historia puede sufrir algún cambio, pero el clima indica que probablemente lleguemos al 2026 con la actual presidenta. Es momento, por lo tanto, de pedirle al Ejecutivo ya no solo una respuesta política frente a las muertes en el sur, que los acompañará por siempre, sino resultados de gestión.
En la encuesta de abril del Instituto de Estudios Peruanos (IEP) se preguntó por la percepción de inseguridad en el barrio o vecindario en la ciudadanía. Un 43% indicó sentirse muy inseguro. Esta respuesta muestra diferencias cuando se ven los resultados por macrozonas. Es en Lima y en el norte donde estos porcentajes son más altos (55% y 43%, respectivamente) en comparación con las respuestas del centro, sur u oriente. En estos últimos, la inquietud existe, pero ya en otros estudios se ha visto que mayor preocupación hay, en estas zonas, en relación con la precariedad de los servicios de salud, educación, así como respecto a las posibilidades de empleo.
Entre las variables que se evaluaron para tratar de comprender por qué los peruanos sentimos mayor o menor inseguridad en el vecindario, además del lugar de residencia, importan la edad, el nivel socioeconómico y el sexo de las personas. Entre quienes tienen mayor edad, la sensación de inseguridad es superior. Puede que por experiencias ya vividas o porque finalmente la preocupación está centrada no solo en uno mismo, sino en el conjunto familiar.
Las mujeres se muestran más preocupadas que los varones, muchas veces el machismo se mezcla con la delincuencia para profundizar la violencia del vandalismo. Además, durante años he escuchado en dinámicas grupales a madres preocupadas por la violencia en el barrio que afecta a sus hijos.
La sensación de mayor inseguridad en segmentos medios (el llamando NSE C), así como bajos y muy bajos (NSE D/E), puede responder a la ausencia o precariedad de la vigilancia en las zonas donde se vive. El serenazgo suele estar presente o tener mayor presencia sobre todo en vecindarios donde la población de niveles A y B prima. Eso no evita el problema, pero comparativamente hablando, algo ayuda.
Una mención especial merece otra de las variables que, de acuerdo con el estudio, explica la mayor sensación de inseguridad de unas personas versus otras. El nivel de confianza en la policía es un elemento importante para entender los niveles de percepción de inseguridad ciudadana. El problema es que casi un 70% de la población, acá sin mayores diferencias por macrozona, confía poco o nada en las fuerzas policiales. Una cosa es preocuparte por ser víctima de un robo o cualquier otro acto delincuencial y otra, la sensación de que la institución que supuestamente debería trabajar por prevenir o combatir esos hechos no merezca tu confianza… o que a veces (lamentablemente, pasa) sea cómplice. Acá no hay extranjeros a quienes echarles la culpa.
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¿La presidenta Boluarte se animará a liderar la mejora del servicio que da la policía a los ciudadanos? Todo indica que tiempo tendrá porque la población, salvo en Puno y algunas otras zonas del sur, tendrá una mala opinión de su gestión, pero no se ve animada por hacer algo para alterar el calendario electoral. Este es uno de los tantos temas de gestión que deberían generar consensos, pero a la vez se ha visto que las resistencias institucionales son profundas y complejas. Sabemos que hay tantos policías honestos como corruptos y que, como suelen narrar los dramas que se respetan, hay quienes son ambas cosas a la vez. Esperemos que más allá del efectismo de la foto y el discurso fácil se vea gestión y medios que fiscalicen avances en este aspecto de una preocupación que nos embarga.