“Dejas caer caminando un pañuelo / y mi mano, sin mí, lo recoge”. Pañuelo, mano y verbos; ni corazón ni amor: Alejandro Sanz construye escenas delicadísimas —como esta, en “Mi marciana”— con palabras aisladas del romanticismo comercial. Lo hace con su voz y con su cerebro porque es cantautor; es decir, su talento, antes que el de la interpretación —que también—, es el de la composición. De ahí que sus seguidores se maravillen como lo hicieron en el Estadio Nacional el jueves 20 de abril, cuando el español cumplió con el juramento perpetuo camuflado en “No es lo mismo”: “Yo te prometo, si me escuchas, niña, darte arte”.
Dentro (en el espíritu) y fuera (en las instalaciones de ‘El Coloso de José Díaz’) de cada asistente se distinguía un pálpito —bum, bum, bum—; incluso ‘El hijo predilecto de Cádiz’, entre canción y canción, regaló un silencio para que su equipo técnico elevara el volumen de la onomatopeya: bum, bum, bum otra vez. El público, que hasta entonces había visto solo su traje naranja, divisó la paleta cromática de sus 31 años de vida artística —54 en el calendario personal—: desde la joven estrella de camisa azul hasta el “comandante de pasos elegantes” y de cabello color platino.
Sobre el escenario, incluso sin entonar su repertorio completo, desfilaron capitanes llamados Tapón, caminos de rosas y besos en Madrid. Plural, plural y plural porque su concierto, el único de su gira 2023 en Lima, fue un proceso correspondido: admiradores y admirado se comunicaron y formularon un recuento intelectual. Los espectadores entregaban energía colectiva; él, un consejo: “Lo malo, pa’ fuera”.
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La primera acepción de la RAE para componer es formar de varias cosas una, juntándolas y colocándolas con cierto modo y orden. Alejandro Sanz logra, con su música de tonillo aflamencado, una comunidad. Lo ha hecho con pausa porque, según relata en su primer álbum, “viviendo tan deprisa la vida no se aprecia”: “Y he malgastado mis fuerzas, mira, / viviendo de prisa. / Ya no doy más, no me esperes, / yo me quedo aquí”. Y aquí nos quedamos también, Ale, hasta una próxima ocasión para tararear al ritmo de un “nosotros”.