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Opinión

Un reportero en Núremberg, por Ángel Páez

“La digitalización de las grabaciones de las audiencias de Núremberg permite a los oyentes hacer un viaje al pasado e instalarse en la misma sala donde se juzgó a los criminales”.

larepublica.pe
Páez

Por: Ángel Páez

Escuchar las voces de los jerarcas nazis durante el proceso de Núremberg, justificando o negando las atrocidades que ordenaron o en las que participaron, es una experiencia escalofriante. La digitalización de las grabaciones de las audiencias que se ventilaron entre 1945 y 1946 permite a los oyentes hacer un viaje al pasado e instalarse en una de las butacas de la sala donde el tribunal internacional juzgó y sentenció a la pena máxima a los criminales, que jamás se arrepintieron de sus atrocidades.

En el extraordinario documental Nazis en Núremberg: los testimonios perdidos (Star+) se escuchan los cínicos alegatos de los acusados:

-“Yo solo defiendo las cosas que hice”, alegó un burlón Herman Göering.

-“Yo no estaba en condiciones de impedir lo que debería haberse impedido”, arguyó, frío como un témpano, el mariscal Wilhelm Keitel, comandante de las fuerzas armadas nazis.

-“Aunque pudiera, no querría borrar este periodo de tiempo de mi historia. Me alegra saber que cumplí con mi deber como fiel seguidor de mi Führer. No me arrepiento de nada”, dijo, virtualmente en nombre de todos los acusados, el lugarteniente de Hitler, el enceguecido fanático Rudolf Hess.

Los fiscales desplegaron todos sus esfuerzos para presentar testimonios y documentos que probaban que los imputados diseñaron una guerra de aniquilamiento y conquista y la desaparición de los judíos.

Incluso el comandante del campo de concentración de Auschwitz, Rudolf Hoss, en un intento por defenderse diciendo que no había sido una idea suya, confesó que le ordenaron convertir el establecimiento en un centro de aniquilamiento:

-“En el verano de 1941 fui convocado a Berlín para ver al Reichsführer SS Heinrich Himmler para recibir órdenes personales. Me dijo que el Führer había dado la orden de una solución final a la ‘cuestión judía’”, relató con asombrosa frialdad.

Lo que cumplió a cabalidad, instalando un sistema para gasear a 2 mil personas a la vez, para satisfacer la expectativa de sus jefes.

Diez de estos criminales que eran plenamente conscientes de sus actos —los psicólogos de Núremberg determinaron que varios tenían un cociente intelectual de entre 143 y 112 puntos, siendo el promedio 100— fueron declarados culpables y ejecutados en la horca.

Göering prefirió suicidarse con cianuro unas horas antes, pero no pudo evitar la condena y humillación.

El reportero de radio Arthur Gaeth fue uno de los privilegiados testigos que estuvo en Núremberg. Su voz también se escucha: “Fui testigo presencial de la ejecución de la flor marchita del nazismo. Había una atmósfera silenciosa y calmada. Diez hombres murieron aquí. El cuerpo del restante (Göering) fue traído para completar el cuadro. Se hizo justicia”, relató. Los criminales no logran la paz con la muerte.