Por: Carlos Cornejo
Vivo sorprendido, a estas alturas en que miro de cerca -por mi experiencia familiar- la vida adolescente, la cantidad de estereotipos que sobre ellos y ellas se han construido. Muchos se sostienen por lo que es, en el fondo, un miedo muy grande a que sus deseos, su sexualidad y su propio erotismo, se expresen sin culpa.
Ello ocurrirá tarde o temprano incluso, si todo lo anterior, no se ve estimulado en sociedades erotizadas desde la industria cultural o desde el relato de la experiencia adulta de amantes, divorcios o nuevas uniones de las que son testigos cotidianos en sus entornos.
La erotización, es verdad, se exacerba si el entorno es un estímulo todo el tiempo activo. Por eso es que me resulta absurdo que se quiera controlar semejante huaico de deseo con las armas policiacas del control y la inhibición.
Miro con estupor como algunos colegios han construido -sobre ese miedo al deseo y al encuentro adolescente- un absurdo llamado código de vestimenta o “dress code”. Los colegios que lo implementan disimulan esta rigidez en el argumento de que “no se puede venir vestido de cualquier manera”.
¿Qué cosa es de cualquier manera? ¿Un pantalón deshilachado, es de cualquier manera? ¿Las tiritas expuestas de un sostén, es de cualquier manera? ¿Un bividí, una camiseta con la espalda descubierta, una camiseta que muestra un ombligo, es de cualquier manera? Ya ni hablar de un pelo rojo, un muchacho con arete, un piercing o algo por estilo: “Al colegio no se viene de cualquier manera”.
Pero, además de este control del deseo, no podemos perder de vista que casi siempre se pone el acento en los códigos de vestimenta femeninos. En el caso de los muchachos, el control está puesto sobre el desaliño. En el caso de las mujeres, el objetivo es inhibir la mirada masculina.
Por eso no a los ombligos, no a los hombros descubiertos, castigando a las chicas con los cotidianos, “te van a faltar el respeto”, “van a pensar que eras algo ligera”. Como se ve, lo increíble es que la sanción social recae sobre ellas porque “provocan”, porque distraen, cuando lo que debería sancionarse es la mirada masculina que sobre ellas recae. Es la forma cómo los hombres vemos a las mujeres la que debe ser cuestionada.
PUEDES VER: ¿Por qué el 8 de marzo es un día feminista?
Esas miradas que las incomodan son el problema. Es el sentido de posesión masculino -sobre el cuerpo femenino- lo sancionable.
No es justo cargar la mano sobre ellas por lo que se entiende como “falta de recato” ¿Qué es el recato? Ellas no son las que ofenden con sus hombros y sus ombligos.
Son los varones quienes -con sus miradas y su actos- quieren poseer esos cuerpos que no les han sido dados. Pero el patriarcado es así. Ellas y su puterío provocador, dicta esta atadura cultural, son las culpables de que veamos a hombres descontrolados por una piel expuesta. Pero claro, ellas seguirán cargando la cruz.