Empezar de cero, por Carlos Cornejo

“No es de extrañar entonces que la recomposición del deteriorado vínculo político de representantes y representados esté en absoluto corto circuito...”.

No es ningún secreto señalar que la peruana es una sociedad de desconfiados y desconfiadas. Y no es una intuición, todos los años el Barómetro de las Américas ofrece una muestra de la opinión y posiciones predominantes –en nuestro continente– en torno a la política, la institucionalidad y algunos de nuestros comportamientos sociales, entre ellos, el de la confianza. Cada año aparecemos con peores calificaciones.

Esa desconfianza –en todo y en todos– daña el tejido social e irrumpe como un problema, no menor, ante la posibilidad de ser parte de una sociedad que no está dispuesta a creer que en los otros puede haber niveles de construcción común para concretar objetivos más grandes.

Frente a ello podemos encontrar situaciones cotidianas que evidencian –no solo– que dicha desconfianza se ha instalado hasta el tuétano de nuestras relaciones sociales, sino que, además, es tolerada.

Nunca he dejado de ver con asombro cómo en algunos centros laborales los trabajadores, al final de la jornada, deben abrir frente a un vigilante aburrido y desganado sus mochilas o bolsos para demostrar que no se están llevando nada de la empresa. Una desconfianza normalizada, donde nadie se siente mellado en la dignidad o en la autoestima por el hecho de que todos los días se asuma que uno puede ser un ladrón.

Allí donde los supermercados se han instalado con todo su aparato corporativo un vigilante, otra vez en la puerta de salida, y casi con el mismo desgano, hace como si cotejara el comprobante de pago de cada persona que sale de la tienda con el supuesto contenido de nuestras bolsas. Todos somos ladrones de supermercados y tenemos que demostrar –bajo esta desconfianza atroz– que no nos estamos llevando nada.

Un tercer caso, quizá el que más me impresiona, es el de haber ido alguna vez en un taxi y, ante la exigencia de pase de una ambulancia con sirena encendida, el conductor del vehículo no se mueve un metro bajo el entendido de que desconfía de que dentro de esa ambulancia haya alguien que requiera atención médica. Piensa que se trata más bien de un chofer apurado y enajenado que usa su sirena para ganarse un derecho de paso. Su desconfianza es mayor que el valor de la vida que allí se podría salvar.

Trasladando estos ejemplos a cosas mayores no es de extrañar entonces que la recomposición del deteriorado vínculo político de representantes y representados esté en absoluto corto circuito. Que lo institucional haya implotado, que el Estado ausente lance hoy un hálito extenuante nos interpela como comunidad respecto a qué hacer. ¿Cómo rearmamos el tejido social que sangra? Debemos volver a lo primario, dotarnos de un sentido de convivencia que podría justamente comenzar en las pequeñas cosas que dotan de un efectivo sentido de empatía y reconocimiento. Ese “mínimo gigante” que es un “buenos días”, “gracias” y “por favor”. Empezar de cero, aunque tome tiempo.

Carlos Cornejo

Cuerpo a tierra

Comunicador por la UL. Hace 22 años que conduce y produce en radio y Tv. Cursó la Maestría en Ciencia Política en la PUCP. Ha dirigido el Área de Asuntos Públicos del IDEHPUCP. Enseñó periodismo en la UPC y fue corresponsal de Radio Nederland de Holanda. Actualmente conduce “El Informativo” en Radio Nacional.