Dos temas preocupan al Perú en estos días. Desde Lima se tiene la perspectiva de que la protesta social empieza a eclipsarse. Es una percepción errada.
Los problemas de fondo o subyacentes en la protesta tienen que ver con la postergación de las provincias, principalmente del sur andino, muchas de cuyas necesidades básicas (salud, educación, cultura) no han sido atendidas por los diferentes gobiernos centrales ni por los regionales. Mientras se mantenga esta postergación, en el Perú profundo latirá el ánimo por la protesta y la rebeldía.
Más olvidadas que las provincias del sur andino están las poblaciones amazónicas, prácticamente marginadas del país, sin atención de sus necesidades de subsistencia y por las cuales nadie reclama nada.
En consecuencia, el Gobierno de transición de Dina Boluarte debe tratar con los representantes de estas regiones para, al menos, echar las bases de atención y solución de sus problemas. Temas como la defensa de sus lenguas originales, sus costumbres y cultura deben ser parte de esta solución. Solo de un entendimiento humanista y solidario surgirá la paz social. Y los reclamos maximalistas y obstruccionistas de todo diálogo del Movadef, el narcotráfico y los mineros informales, perderán piso y audiencia.
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El segundo tema que preocupa está en el ámbito internacional. El presidente mexicano, Manuel López Obrador, en cuyo gobierno ha aumentado la pobreza y el narcotráfico en su país, se niega a transferirle al Perú, como corresponde, la presidencia rotativa de la Alianza del Pacífico y ha calificado públicamente de “espúreo” al Gobierno peruano. ¿Hasta cuándo debemos soportar las agresiones verbales de López Obrador? Ya es hora de que el Gobierno y la Cancillería peruana muestren energía contra este energúmeno y otros de su misma calaña.