La calidad de una democracia se puede evaluar —y hasta medir— de distintos modos, pero quizá el mejor criterio sea la confianza ciudadana para responder a sus expectativas principales.
El Barómetro de las Américas mide la satisfacción en el continente —de Canadá a Chile— con la democracia, evalúa cada país y compara el barrio.
La satisfacción de los peruanos con la democracia va en caída libre: pasó de 52% en 2012 a menos de un tercio (17%) en diciembre 2022, con la aceleración de la degradación en la segunda mitad de la década pasada, en coincidencia con la turbulencia política que arrancó en 2016. Perú está solo por encima de Honduras y Haití, pero cerca de la Colombia del bocón de Gustavo Petro.
A su vez, el Índice de la Democracia de The Economist registró una caída del Perú —por las tropelías de Pedro Castillo y su banda—, degradándolo a ‘régimen híbrido’, muy lejos de Uruguay —el latinoamericano mejor ranqueado en el mundo (11)—, pero mejor que el México de Andrés Manuel López Obrador, un sinvergüenza que tritura cada día la democracia en su país, o la Bolivia de Evo Morales y Luis Arce.
No es sencillo medir matemáticamente conceptos como la democracia. Mi amigo ecuatoriano Julio Oleas me envío un artículo de Jordi Mas Elías, de la Universitat Oberta de Catalunya, con críticas interesantes a la metodología de ese índice, como la transparencia en el procesamiento de los datos de los cinco criterios que lo conforman.
Pero quizá la mejor manera de indagar sobre el estado de la democracia en cada país es preguntándoles a sus ciudadanos. No puedo hacerlo con los de Afganistán —el peor en el mundo según The Economist—, pero esta semana tuve la suerte de que Maite Vizcarra me presentará a Toril y Arild —una maestra y un juez noruegos—, quienes conocen y quieren al Perú —han vivido en Arequipa—, y a quienes les pregunté qué hace que Noruega sea el más democrático del mundo.
La respuesta de Toril y Arild es clara y directa: es la confianza en que el sistema y el estado responderán a tus expectativas y problemas, desde una enfermedad personal hasta un asunto social, y un periodismo que identifica cuando las cosas no salen bien y fiscaliza a sus líderes cuando estos se desvían.