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Opinión

Rubén Darío y mi madre

“Celebro la existencia de una fecha exclusiva para aquellas letras que a veces tienen un orden alfabético, a veces un agradable desorden personal: el Día Internacional del Libro”.

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La celebración del Día Internacional del Libro busca, además, cuidar los derechos de los autores. Foto: La República / Sharon Castellanos

Tenía cinco años y, como aún no aprendía a leer, las imágenes del diccionario Lexus —la edición del 96— me narraban la existencia de mares y señores famosos. Más tarde entendí que uno de esos mares era el Mediterráneo y que uno de esos señores famosos era “Charles Chaplin interpretando el personaje de Charlot (izquierda)”, según la C.

El tomo le pertenecía a mi madre, pero el fragmento que ella había escrito en la portadilla era propiedad del nicaragüense Rubén Darío: “Juventud, divino tesoro, ya te vas para no volver, cuando quiero llorar no lloro y a veces lloro sin querer”. No se trataba del escritor de su preferencia —tampoco tenía uno—, era la reseña de su miedo al cuidar a una hija en los primeros años de sus veinte, cuando el escaso dinero no le permitía comprar libros, solo lapiceros azules.

Ahora ella bordea los cincuenta y recuerda que la privación de ejemplares durante su juventud fue también la de mi niñez. Por eso el Lexus, que era su aliado y de paso su sombra, se convirtió en mi fuente de juego y de escolaridad, y me llevó, además, a asociar los versos del máximo representante del modernismo literario en español con la mujer que construyó mi herencia casera en una ciudad del norte del país.

Una herencia que con la llegada de la pandemia resultó una zona segura, porque las palabras recuperaban tiempos incluso cuando la vida se agotaba en cuarentenas y mascarillas. Dos años y un poco más tarde, el mundo está empezando a destaparse el rostro de manera progresiva y, frente a un índice imaginario, busca qué capítulo seguir para que la historia tenga un mejor desenlace que “Canción de otoño en primavera”.

Así prendí el valor de un libro, gracias a un diccionario. Y, con una gratitud resguardada todavía en mi estante, celebro la existencia de una fecha exclusiva para aquellas letras que a veces tienen un orden alfabético, a veces un agradable desorden personal: el Día Internacional del Libro.