El cambio de gabinete ha sido bien recibido por la izquierda democrática, el movimiento de DD. HH. y el feminismo. Más bien, ha provocado que la mayoría de Perú Libre, PL, rechace la solución y amenace con votar en contra de la ratificación de Mirtha Vásquez. A partir de ahora la gobernabilidad dependerá de la capacidad del Ejecutivo para generar acuerdos con otras fuerzas políticas. Es complejo porque implica entendimientos con el centro político –AP, APP y Somos-Morados– que no necesariamente participan de la misma racionalidad ni comparten agenda.
Al mirar al pasado en busca de un antecedente aparece el gobierno de Bustamante. En primer lugar porque la coalición de gobierno se deshizo apenas llegó al poder. Luego, una de sus fuerzas principales pasó a la oposición. En ese caso fue el APRA y ahora puede que ocurra con el ala cerronista de PL. En aquella ocasión el Ejecutivo quedó a cargo de una tendencia reformista protosocial cristiana, hoy estaría en manos de una coalición amorfa, pero en la cual la izquierda democrática ha adquirido un renovado protagonismo.
Sin embargo, en ambas ocasiones el Ejecutivo quedó débil en el Congreso, donde las fuerzas de derecha eran preponderantes. En tiempos de Bustamante era la Alianza Nacional patrocinada por Pedro Beltrán que agrupaba a la oligarquía terrateniente, predicando el mercado libre y el alineamiento con EE. UU. Hoy en día tenemos los tres grupos que compiten por el liderazgo de una derecha extremista. Tanto el fujimorismo como los almirantes y quienes entraron de la mano de Hernando de Soto coinciden en una propuesta neoligárquica para derribar al régimen, el golpe o la vacancia es su norte. Con esa derecha no hay entendimiento posible y eso diferencia a Castillo de Humala, quien buscó gobernar con la derecha desde el MEF.
Pero, al romper con sus conflictivos socios, Bustamante encontró nuevos aliados, que ocupaban el centro izquierda y también el centro derecha. En ese período eran pocos en el Congreso y esa situación se repite actualmente. Pero, ayer y hoy eran muchos en la opinión pública, claramente la mayoría ciudadana, al menos en un momento inicial. El problema de Bustamante fue que perdió apoyo y entonces quedó en manos de sus opositores. No supo mantener calor popular.
Entonces, la pregunta principal es porqué y cómo Bustamante quedó aislado. ¿Acaso puede pasarle lo mismo a Castillo? La respuesta es simple. Bustamante hizo un gobierno ineficiente, concentrado en los símbolos, en su caso jurídicos y democráticos. Pero, fue incapaz de atender la grave crisis económica que se abatió al final de la II Guerra Mundial. El mal gobierno llevó al desorden y la pérdida del favor ciudadano. Después de muchas vueltas, Bustamante estaba solo, el APRA promovió la insurrección del Callao y Beltrán financió el golpe de Odría. Así, la extrema derecha obtuvo un triunfo fácil derribando un gobierno reformista sin apoyo social ni político.
¿Qué lecciones pueden evitar que Castillo acabe como Bustamante? La primera es gobernar cumpliendo una agenda con los más pobres que enfrente el hambre y la desesperanza. Bustamante sufrió una crisis distinta a la actual, pero ayer y hoy la situación era y es complicada. Para salir adelante, el gabinete requiere eficiencia profesional y la valla alta la colocó Violeta Bermúdez, no Bellido.
En segundo lugar, la voz de las mayorías. La ciudadanía entiende que la situación es crítica y prefiere reconstruir el país trabajando en armonía, priorizando salud y economía, que los escolares regresen al colegio y las cosas se pongan a andar. Luego seguramente volveremos a pelear –al fin y al cabo somos peruanos–, pero hoy la reconstrucción nacional significa legitimidad. Caso contrario, adiós, pampa mía.
Bustamante y Rivero