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Opinión

Es provisional y no solo transitorio

“El presidente ha designado un gabinete de corte técnico y centrista, con ministros que conocen la gestión pública. Este equipo fue designado de cara a la sociedad...”.

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Los hitos de las jornadas de esta etapa no se reducen a la caída de un presidente y su sucesión por otros dos; los hechos de noviembre confirman las fracturas del sistema, con dos poderes enfrentados y ahora en vigilancia mutua y desconfiada y la irrupción de complejas variables que han llegado a la política nacional para quedarse, como la movilización ciudadana juvenil apartidaria que se opuso vivamente a Merino y la resistencia a la transición por los grupos conservadores, por lo menos en los términos que impuso la calle en las jornadas de noviembre.

De los hechos centrales de noviembre −el golpe del 9N, el país movilizado que derribó a Merino el 14N y la elección de Sagasti el 16N− los dos últimos parecen diluirse porque sus actores asumen que la transición será ordenada, pacífica, leal y democrática, y lo que está en discusión es el poder del 2021, y no del 2020.

Eso no piensan los grupos políticos que promovieron la salida de Vizcarra, que fueron derrotados sí, pero solo por ahora. No existen nuevas reglas para la política nacional, de modo que todo es provisional y no solo transitorio. Es provisional la derrota a la que nos referimos, y por lo tanto la victoria, la nueva mesa directiva del Congreso, la autocrítica de algunos partidos vacadores y el humor de la opinión pública luego del fracaso del golpe, inclusive.

La designación del presidente Sagasti implica un giro de 180 grados respecto a los propósitos iniciales de la destitución de Vizcarra; es una herida abierta que tendrá efectos profundos en las elecciones si el Perú conservador, que es mayoritario “arriba” y fuerte “abajo”, concurre a esos comicios en las actuales condiciones. Para este sector del país, no hay 2021 sin 2020, porque se han quedado sin relato electoral; este solo puede ser reconstruido con nuevas claves que pasan por vizcarrizar a Sagasti y debilitarlo.

Para los códigos democráticos los resultados de noviembre son auspiciosos; la transición a un nuevo gobierno que aparecía comprometida en el tramo final del Gobierno de Vizcarra se ha renovado con un gobierno más legítimo, resultado de una corta e intensa batalla democrática. El Gobierno de Sagasti es más fuerte que el de Vizcarra y Merino aunque opera en el contexto de una democracia precaria. El auge de las libertades que vive el país donde el nuevo Gobierno aporta un nuevo relato público de esperanza, perdón, diálogo, abandono de la política brutal, servicio público e inclusión de los jóvenes, es también provisional.

El presidente ha designado un gabinete de corte técnico y centrista, con ministros que conocen la gestión pública. Este equipo fue designado de cara a la sociedad, responde a ella y por lo mismo es sensible a sus demandas, lo que se evidencia en el desenlace de la cuestión policial. No obstante, no deja de ser un gobierno minoritario respecto a su origen, especialmente porque en ese origen, el Congreso, se reconstruye lentamente el bloque de los 105 votos de la vacancia. No se sabe cuánto más durará el extraño fenómeno peruano que se levanta contra las teorías de la regla de la mayoría. En el Perú, 19 es políticamente más que 105, porque el Congreso es objeto de vigilancia social.

La defensa de la transición −para suprimir su provisionalidad− y su vigilancia por la sociedad significan el inicio de un nuevo momento. La relación de poderes es un asunto siempre importante, pero es aún más significativo que se subestime a la opinión pública. La desmovilización de la sociedad fue crucial para reducir el tiempo de vida de los tres gobiernos que antecedieron al actual, si nos remontamos al año 2016. En una democracia precaria, y más aun si está rota, las instituciones no son suficientes. Pregúntenle al Sr. Merino.

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