"Estados Unidos es una superpotencia mundial que está pasando por encima de todos de una manera impresionante. Me tiene aterrado", le dijo 'Felipe' a la BBC. Junto a su hermano menor, esposa e hijos, el civil colombiano se enrumbó el pasado 30 de abril a la frontera con México. Amenazas provenientes de criminales locales del Eje Cafetero (Caldas, Risaralda y Quindío) lo impulsaron a idear un plan: entrar como turistas a Cancún y llegar al punto cúlmine en Ciudad Juárez. Tuvieron que recorrer 3.425 kilómetros, un aproximado de 40 horas.
Una vez en Juárez, llegaron a una autopista para cruzar. Un nauseabundo olor a desagüe infundía la escena. Tuvieron que correr para evadir a la patrulla fronteriza. 'Felipe' agilizó el paso con el menor de sus descendientes entre brazos. El hermano cargaba la única maleta y su esposa trotó con su hijo de 10 años. Los ropajes terminaron mojados. Se quitaron pantalones y zapatos.
Los migrantes del relato. Foto: 'Felipe'
Frente a ellos, "un terreno totalmente desconocido". No sabían qué hacer. Se acercaron a un soldado, comentándole su nacionalidad y la pretensión de entregarse por "huir de la violencia". El efectivo les señaló un camino descampado. Era la puerta 40, a unos 6 kilómetros. El reloj daba las 7.00 p. m.
Llegaron al campamento después de tres horas, sin comer ni beber. Fueron consignados como la familia número 48. Había que esperar.
En ese lapso, escucharon tremebundas historias. Niños abandonados por sus padres, largas esperas familiares, el inminente secuestro de un cartel de droga.
La espera fronteriza. Foto: 'Felipe'
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Pasaron dos horas y la patrulla llegó al acopio para trasladar exclusivamente a las familias. 'Felipe' se desesperó. Tenía que dejar a su hermano menor. No podía evitarlo. Este es el fiel relato que hizo a la BBC sobre el momento: "Desprenderme de él para mí fue muy impresionante. Yo lloré, porque era el hermano menor, el que nunca habíamos dejado salir de la casa, el que siempre tratamos de proteger. Nosotros nos montamos en la patrulla y no volví a saber absolutamente nada de mi hermano. Esa fue la angustia más impresionante".
Dentro del carro, empujaban sin importar la integridad de los infantes. Una vez en el centro de detención, a unos 10 minutos de la frontera, una mujer le gritó a los consanguíneos de 'Felipe': "'¡Quítense los cordones de los zapatos, quítense los cinturones, no quiero ver nada de eso! No respondan, les dije que lo hagan, ¡están muy lentos!'".
Los fotografiaron y tomaron sus huellas dactilares, pero botaron las cédulas de identidad, vital para la presentación ante cualquier embajada y requerimiento de refugio humanitario.
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'Felipe' no pudo explicarse el motivo por el que luego los llevaron a un autobús "extremadamente frío". Lo único que se le ocurre es que forzaron su congelamiento. "Ahí perdí la noción del tiempo, estábamos agotados y caímos profundo en el sueño. Solo nos despertaban movimientos bruscos", contó.
En la "cárcel para familias", les hicieron "botar el abrigo y las medias, todo fue a la basura". Apenas reservaron jeans y camisetas. Antes de mandarlos a ducharse y darles prendas de tallas desmedidas, estuvieron tres o cuatro horas sin alimentarse. "Ahí no te podías parar porque te gritaban. Si los niños lloraban, decían '¡calle a su hijo!'", comentó.
Los destratos siguieron con la insalubridad de la comida. "A veces había un sándwich con pollo y mortadela y uno lo destapaba y se veía el pan como con láminas de moho, de comida deteriorada y prefería botarlo que una enfermedad más peligrosa", dijo 'Felipe'. Al tercer día de estancia, los niños vomitaban y tenían diarrea. Su hijo apenas podía beber agua y comer papitas fritas Lays.
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Solo a través de una lámina de la puerta, en un pequeño resquicio de vista, 'Felipe' podía registrar a sus hijos, pero no podía hablarles ni hacer ademanes enérgicos. Su esposa le contó que, en una ocasión, el bebé jugaba con una caja de jugo y el oficial de ocasión le recriminó: "Desde pequeño le están enseñando a robar".
A las 3.30 p. m. del martes 9 de mayo, los oficiales les pidieron prepararse para irse. Las familias estaban felices porque pensaban residir en Estados Unidos. Todavía embargados de fe, irrumpieron policías exigiéndoles silencio. Les prometieron que si cumplían los llevarían a otro albergue para ser procesados.
Una de las 10 familias restantes avisó la farsa. Iban a ser deportados a la patria de la cual habían salido. Los esposaron y circundaron una cadena en el abdomen. También pusieron grilletes en los pies. Subieron como reos a un avión y solo supieron que estaban en Bogotá cuando aterrizaron. 'Felipe' lloró desconsolado al oír de un operario de migraciones: "Bienvenido a Colombia, ya estás a salvo".