Cerca de una cabaña de madera en las altas montañas de Kirguistán, Gulbara Omorova camina por una pila de piedras grises. "Esto era un glaciar, pero ha desaparecido completamente", afirma la científica.
A unos 4.000 metros de altitud, la investigadora de 35 años se encuentra rodeada por las gigantes cimas de la cordillera del Tian Shan que se extiende también por China, Kazajistán y Uzbekistán.
La zona acoge miles de glaciares que se funden a una velocidad alarmante en Asia Central, expuesta a numerosos fenómenos meteorológicos extremos.
En esta región árida y a miles de kilómetros del mar, estas masas de hielo constituyen unas reservas de agua cruciales para la seguridad alimentaria de la población puesto que alimentan los ríos en los meses sin precipitaciones.
Omorova, experta en glaciología, monitoriza este proceso con preocupación. Caminó seis horas para llegar a la modesta cabaña triangular, casi cubierta por las nubes, que sirve de estación científica.
"Hace ocho o diez años, se podía ver el glaciar con nieve", dice la investigadora a la AFP. "Pero en los últimos tres o cuatro años, ha desaparecido por completo. No hay nieve, no hay glaciar", afirma.
Equipada con instrumentos de medición, Omorova se arrodilla al borde de un torrente de agua derretida. "Lo medimos todo", afirma. "Los glaciares no se pueden regenerar por el aumento de las temperaturas", explica.
Un rato después señala con el dedo el glaciar Adygene, que se encoje "unos 16 centímetros" cada año. "Esto representa 900 metros desde los 1960", ilustra.
El antes majestuoso glaciar es uno de los miles de la zona que desaparecen lentamente. Entre un 14 y un 30% de los glaciares de Tian Shan y Pamir, las dos principales cordilleras de Asia Central, se han derretido en los últimos 60 años, según el Banco Euroasiático de Desarrollo.
Y Omorova advierte que la situación no hace sino empeorar. "El derretimiento es mucho más intenso que en años previos", dice.
Profesiones como la suya son cada vez más importantes ante el calentamiento del planeta. Pero en Kirguistán, uno de los países más pobres de las antiguas repúblicas soviéticas, los recursos escasean.
"Nos faltan instrumentos de medición y no hay suficiente dinero para transportarlos a nuestra estación de observación, donde ni siquiera hay electricidad", explica la científica, que confía en que el gobierno kirguís redacte una ley para proteger estos gigantes de hielo.
El derretimiento de los glaciares cierne una nueva amenaza sobre los pueblos y ciudades de Kirguistán: el agua fundida se acumula en nuevos lagos antes de precipitarse montaña abajo en peligroso torrentes, algunos dirigidos a la capital Biskek.
Más abajo hacia el valle, en una zona de la montaña cubierta de hierba a 2.200 metros de altitud, los hermanos Serguéi y Pavel Yerojin, también científicos, trabajan a orillas de estas rápidas corrientes.
"El agua se lleva rocas con ella, fluye hacia el valle y puede llegar a los pueblos", explica Serguéi, el hermano mayor de 72 años.
Su tarea es controlar y predecir el flujo de agua y "diseñar mapas para asegurarse que en esta área peligrosa no se coloquen poblados ni infraestructuras".
Mientras Serguéi explica su cometido, su hermano Pavel cambia la batería de un sensor colocado a unos 50 centímetros por encima del agua para enviar señales de radio en caso de inundación.
El fenómeno también tiene una dimensión geopolítica a nivel regional. El sistema de distribución de los recursos hídricos en Asia Central, ideado bajo la Unión Soviética y ahora caduco, es una cuestión espinosa a pesar de la mejora de la cooperación interestatal.
Los países se reprochan incumplir sus obligaciones mutuas de suministro de agua y existe el riesgo latente de conflicto.
"En Asia Central, los recursos hídricos se encuentran en Kirguistán y Tayikistán", dos países con cumbres que se elevan hasta los 7.500 metros de altura y con unos 10.000 glaciares cada uno, explica Omorova.
"Compartimos el agua con nuestros vecinos río abajo", continúa la científica en referencia a Kazajistán, Uzbekistán y Turkmenistán, unos países desérticos y con poca agua donde, por otro lado, viven tres cuartos de los 80 millones de centroasiáticos.
Además del aumento de temperaturas, los glaciares están amenazados también por el creciente interés por los inmensos recursos naturales de la región como el oro, cuya extracción con químicos acelera el derretimiento del hielo.
Tanto Kirguistán como Tayikistán impulsaron sus esfuerzos para alertar sobre la catástrofe que se avecina y consiguieron que la ONU declarara 2025 como "el año de la preservación de los glaciares".
El año pasado, el presidente kirguís, Sadir Japarov, dijo que la superficie de los glaciares de Asia Central "se reducirá a la mitad de ahora a 2050 y desaparecerán por completo antes de 2100", según las últimas previsiones.
Pero, alertó, "en realidad, esto podría producirse mucho más rápidamente".