Cargando...
Mundo

Héctor Abad: testimonio desde el infierno de la guerra

Crónica. El escritor colombiano, junto con otros comisionados de paz, sobrevivió a un ataque de misil mientras cenaba. Aquí, en una edición, el relato de horror que narró al diario El País.

larepublica.pe
Solidarios. Sergio Jaramillo y Héctor Abad, miembros del comisionado Aguanta Ucrania. Foto: difusión

Luis de Vega, El País.

El escritor colombiano Héctor Abad Faciolince, de 64 años, pisó Ucrania la semana pasada convencido de que él ya había resucitado. La operación a corazón abierto a la que fue sometido hace año y medio había significado su “renacimiento”. Así fue hasta la tarde noche del martes. Una bomba reventó el local en el que cenaba en la ciudad de Kramatorsk (región de Donetsk), cerca de uno de los frentes más activos de la guerra. Hasta el momento, el balance de ese ataque es de 11 muertos, tres de ellos niños, y más de 50 heridos.

El escritor y periodista, que viajó a Ucrania para impulsar una campaña de solidaridad, relata por teléfono a El País su nueva vuelta a la vida tras salir milagrosamente ileso. Lo cuenta con el testimonio retorcido de dolor, pues la escritora ucrania Victoria Amelina, que le acompañaba, se encuentra entre la vida y la muerte.

“Un estruendo como brotado del suelo nos tiró como un rayo. Caía de todo y todo empezó a moverse en cámara lenta. Yo estaba lleno de salpicaduras negras. Pensé que estaba herido, pero no me dolía nada. Había escuchado que, cuando estás herido, nada te duele. Yo me mantenía en silencio, con el zumbido perpetuo de los oídos, que me siguen todavía pitando. Rodeado de gritos de miedos y dolor también en cámara lenta. Así me fui levantando”, rememora.

El misil

Abad compartía mesa en el popular restaurante Ria, muy frecuentado por militares, voluntarios y periodistas, con Sergio Jaramillo, excomisionado de paz de Colombia; la reportera, también de esa nacionalidad, Catalina Gómez; la escritora ucrania Victoria Amelina y un conductor. Él acababa de regresar del baño cuando empezaron a bromear en torno al toque de queda, que obliga a cerrar los locales a las 20 horas, y la ley seca, que impide despachar alcohol en esa región especialmente sacudida por la guerra.

Amelina, sentada junto al escritor colombiano, aceptó pedir una cerveza sin alcohol. “Queríamos hacer una picardía, conseguir alcohol. Y en ese momento de risa, te llega la muerte, o la vida… Nos vimos en el infierno. Catalina pensó que yo estaba herido por los goterones. ‘Perdóname por haberte traído aquí’, me decía como si ella fuera la culpable y no los rusos. Los colombianos siempre nos sentimos culpables de algo”.

Heridos. Sergio Jaramillo y Héctor Abad tras el bombardeo. Foto: difusión

En medio del caos, pensaron que Amelina era la que menos había sido golpeada por la explosión, pues no había salido despedida. “Miré. Todos parecían bien, hasta Victoria. Quieta, recta, sin sangre, con los ojos cerrados… En la misma posición que estaba sentada mientras pidió su cerveza. Pero estaba muy pálida. Le hablaban Catalina y Sergio, pero no respondía”, cuenta Abad Faciolince. “A mí, como parecía herido, un ucraniano me sacó. Vi que estaba destrozado el carro de Dima (el chófer) y eso que estaba más lejos de la bomba que nosotros. Raro, el carro destrozado y nosotros no. Escuchaba gritos en ucranio pidiendo cosas. Yo me alejé un poco más, como perdido… Todos pensaban que yo estaba herido. Empezaron a llegar ambulancias. Me llamó Sergio porque no me encontraban y volví hacia el sitio donde cayó el misil”.

En ese momento ya había sido evacuada la escritora ucrania con daños en la cabeza, todo apunta a que fueron causados por esquirlas o metralla. Hasta el hospital número tres se dirigen a bordo del vehículo de un vecino Abad, Gómez y Jaramillo, que es atendido de una contusión en un muslo. Allí, el panorama que describe es desolador, de “gente gritando y corriendo, sangre en personas que llegan a arrodillarse ante heridos. Una escena dantesca en una lengua incomprensible”. Mientras tanto, “Victoria ni siquiera estaba identificada”.

Abad Faciolince repite que su viaje no es ni como escritor ni como periodista, sino como integrante de la campaña Aguanta Ucrania, de apoyo a la población de este país (…).

“Esa tarde habíamos hablado con un soldado ucranio que nos dijo que era universitario y era pacifista, pero que tras la invasión rusa había entendido que ellos solo iban a comprender el lenguaje de la fuerza y que, por un momento, hacía un paréntesis en su pacifismo. Yo soy el colmo del pacifismo porque soy muy cobarde. Me acababa de tirar al suelo porque había sonado un cañonazo. Pero al mismo tiempo estoy de acuerdo con este soldado, que bajo algunas circunstancias en la vida hay que enfrentarse al más fuerte y violento. Yo no distingo armas… Pensé que ese cañonazo, mortero, o lo que fuera, iba a ser mi mayor experiencia de guerra”, reflexiona.

“Todo ha sido muy, muy loco”. Abad busca las palabras para tratar de dar con una explicación a la que ni siquiera logra acercarse. “Vivimos el estupor ante la barbarie de un país que puede tirar un misil, al parecer desde un avión, donde hay decenas y decenas de personas conversando y comiendo. Una vez más, la muerte se impone y lo que no nos esperábamos pasó. Casi no pude dormir y, cada kilómetro que pasa alejándome del infierno creado por los rusos en Donetsk, me siento más seguro”. “Este era un viaje testimonial y, de pronto, se ha convertido en un viaje trágico en el que nuestra colega Victoria Amelina está entre la vida y la muerte. Y nosotros tristes y consternados, volvemos a donde podamos… A donde todo parece perfecto”.

En su obra El olvido que seremos, Héctor Abad Faciolince aborda la muerte de su padre, reconocido doctor, catedrático y activista de derechos humanos, asesinado a manos de los paramilitares colombianos en 1987. La sombra del drama repetido navegó cuando el martes llamó a su familia para comunicar que estaba vivo tras el bombardeo. “Cuando avisé a mis hermanas, me llamaron loco. ‘Te estás pareciendo a mi papá’. Esto no es ninguna locura lo que hicimos Sergio y yo aquí. Es venir aquí a expresar la solidaridad y a animarlos a que aguanten esta agresión espantosa”, explica.

Destrucción. Así quedó el restaurante derruido por el misil. Foto: difusión

Lecciones aprendidas

Aunque haya tenido que ser asomándose al abismo de la muerte, el escritor trae lecciones aprendidas. “Todo esto me confirma de un modo exagerado lo que ya sabía. No había que llegar tan lejos para conocer el abuso de una potencia más fuerte contra otra más débil. Lo he confirmado en mi carne, en la de Victoria, que ni siquiera iba a venir a Donetsk con nosotros. En la Feria del Libro le gustó mucho nuestra campaña y se unió. Pero esta es una ruleta en la que a uno le cae una esquirla y a otros, no. Es espantoso estar así, tener que vivir en un mundo en el que ocurren estas cosas, pero hay que dar testimonio y oponernos a ellas”.

Mientras el coche en el que Jaramillo y Abad avanza por el asfalto de las planicies ucranias alejándoles de ese infierno, una ambulancia enfila desde Kramatorsk en dirección a Dnipró, ciudad en la que hay un hospital que cuenta con más medios. En ese vehículo viajan dos mujeres, una ilesa y otra muy grave. “La valiente Catalina va sosteniendo la mano de Victoria. Catalina es, de todos nosotros, el mayor ejemplo de valentía”.