A través de su proceso de hominización, específicamente a partir del surgimiento del homo sapiens, la humanidad ha dedicado gran parte de su tiempo a observar y maravillarse por el brillo de las estrellas.
No conforme con esa actividad que se limita a la recreación o diversas propalaciones de relatos mitológicos, la tecnología astronómica, en el contexto actual, sigue encajando todos los engranajes no solo para captar mejores imágenes del sistema solar, sino también para analizar y encontrar rastros biológicos en cuerpos celestes que se asemejen al planeta Tierra.
La búsqueda parece incesante y, por momentos, agotadora. Los miembros de la comunidad científica saben que no se trata de una carrera de velocidad; al contrario, va a primar la resistencia. Incluso las decepciones pueden estar a la orden del día: según la hipótesis de un grupo de la Universidad de Cornell (Estados Unidos) —a inicios de octubre— los indicios de fosfina detectada en Venus corresponderían a factores de actividad volcánica. Sin embargo, este estudio aún no ha sido comprobado.
Las observaciones astronómicas de investigadores especializados de la Administración Nacional de Aeronáutica y el Espacio (NASA) y la Agencia Espacial Europea (ESA) apuntan, sin dejar de sumar el singular caso de Venus, a seguir regulando los lentes de las sondas y manteniendo en el foco principal a Encélado, Titán —ambos satélites de Saturno— y Marte.
El 14 de setiembre, un equipo de astrónomos dirigido por la profesora Jane Greaves de la Universidad de Cardiff anunció la existencia de la molécula fosfina en las nubes de Venus. Inmediatamente, el descubrimiento indujo a los investigadores a relacionarla con la vida.
La profesora Greaves, en un comunicado de la Real Sociedad Astronómica (Reino Unido) —en ese entonces—, aseveró que fue un “shock” el haber revisado los pormenores del experimento y que fue “por pura curiosidad, aprovechando el JCMT (Telescopio James Clerk Maxwell en Hawái, Estados Unidos)”.
Superficie artística de Venus. En 1978, la NASA pudo haber detectado fosfina sin advertirlo | Foto: Flickr, Banco de Imágenes Geológicas
Ante una posible señal de vida microbiana, William Bains, científico del Instituto Tecnológico de Massachusetts (MIT), estudió las formas naturales de producir fosfina. Se especulaba que la presencia de la molécula se debía a relámpagos, volcanes o la luz del Sol.
Bains descubrió, para su sorpresa, que esas fuentes de fosfina representan la diezmilésima parte de la captada en telescopios.
Sin embargo, sostener la presencia de microbios es una vertiente de investigación científica mucho más compleja. Las nubes de Venus alcanzan concentraciones de ácido al 90%; no es difícil imaginar, por este motivo, que aquel firmamento signifique un verdadero pandemonium para cualquier organismo microscópico.
A inicios de octubre, la hipótesis de que aquellos gases tóxicos serían un mecanismo geológico biótico viene siendo refutada. Expertos de la Universidad de Cornell, según la agencia EFE, sugirieron que el vulcanismo activo del segundo planeta que gira alrededor del Sol expulsa trazas de fosfuros, que, a posteriori, reaccionan químicamente con la atmósfera y se crea así la fosfina.
Solo queda seguir con las indagaciones.
Las señales de vida en Marte son materia de estudios serios, cada vez más alejados de las especulaciones en la ficción y los guiones de cine. El destino natural de la especie, luego de caminar sobre la Luna en 16 de julio de 1969, podría ser un viaje sin retorno al Planeta Rojo.
En 2018, los científicos ya habían descubierto líquido bajo la corteza helada de Marte con el apoyo de El Radar Avanzado para la Investigación de la Ionosfera y del Subsuelo de Marte (MARSIS).
La ESA, en 2003, había lanzado Mars Express, la primera misión interplanetaria conocida de Europa. En colaboración con la NASA, la agencia de exploración espacial anunció la presencia de tres lagos subglaciares.
El lago de Marte más largo que encontraron medía entre 20 y 30 kilómetros | Foto: elsiglo.cl
Estos cuerpos acuáticos pertenecerían a un complejo sistema geológico de un tiempo inconmensurable. El único método para atreverse a ingresar a esas profundidades y analizarlas sería mediante el uso de cobots, una clase de robots con habilidades de variar su morfología dependiendo de la situación —como correr, volar, saltar o nadar—, impresos en tecnología 3D y semiautónomos.
Si bien algunos miembros de la comunidad científica rechazan la idea de encontrar vida por el insuficiente flujo de calor del Planeta Rojo, Roberto Orosei, investigador de MARSIS, postula que, si pensamos en las etapas primigenias de Marte, cuando contaba con la atmósfera densa y un clima más suave, la idea no sería descabellada.
Titán es el mayor satélite del planeta Saturno. De por sí, es una rareza: se distingue por tener lagos y mares llenos de hidrocarburos como metano y etano en lugar de agua. Las primeras observaciones datan del 2005, cuando la sonda Huygens de la Agencia Europea del Espacio (ESA) descendió en paracaídas sobre su superficie.
Representación artística de un lago de Titán. Los cuerpos acuáticos pueden ser de metano o etano | Foto: NASA/JPL-CALTECH
La llamada Misión Dragonfly de la NASA —aeronave similar a un dron— será la nueva aventura escrita por el hombre en el sistema solar, con fecha de lanzamiento en 2026.
En febrero de 2019, el republicano Jim Bridenstine, administrador de la citada agencia de los Estados Unidos, había dicho que viajar a ese “mundo oceánico” supondría “revolucionar lo que sabemos sobre la vida en el universo”.
De tener suerte, esta ambiciosa iniciativa se encargaría de detectar microorganismos basados en metano. Sin embargo, el objetivo principal recae en averiguar si esta Luna sería habitada por la humanidad en el futuro.
“Aunque no esperemos encontrar vida como la conocemos en las condiciones de Titán, Dragonfly sería capaz de detectar biofirmas químicas si en algún momento del pasado se hubiera dado el salto a la biología, ya sea en forma de un sistema basado en el agua o de algo completamente distinto, como un sistema basado en hidrocarburos”, resumió Elizabeth Turtle, investigadora principal y científica planetaria del Laboratorio de Física Aplicada de la Universidad Johns Hopkins (JHUAPL).
La llegada del aparato espacial se registraría en 2034, es decir, dentro de 14 años.
La sonda Cassini, proyecto conjunto entre la NASA, la ESA y la ASI (Agencia Espacial Italiana), según datos del 2017, había volado encima de Encélado, el sexto satélite más grande de los 82 de Saturno. Tras la exploración se reveló a los científicos la existencia de fumarolas —emisión de gases— que escupían géiseres de probable origen volcánico, desde una fuente de agua líquida.
Imagen infrarroja de Encélado y sus 'rayas de tigre' | Foto: NASA
En un nuevo artículo escrito este mes por Gabriel Tobie, astrónomo de la Universidad de Nantes (Francia), y su equipo de astrobiología, se destaca un análisis en espectro infrarrojo que tomó Cassini, en cuyas imágenes muestra las ‘rayas de tigre’, fisuras rectas del polo sur.
Pero lo más trascendental es que en el hemisferio norte han encontrado hielo, lo que se traduce en actividad hidrotermal, como lo predijeron en antiguos estudios. Incluso puede haber un cinturón de fuego con actividades violentas.
La dificultad para inspeccionar en mayor medida a Encélado se compara al caso de Titán: se necesita un presupuesto alto, tecnología para derretir enormes capas de hielo, construir rovers únicos, entre otras opciones. ¿Habrá compuestos orgánicos en la Luna del planeta anillado? Quedan, tal vez, un par de décadas más si queremos tener una respuesta rigurosa. La paciencia asoma como la virtud fundamental.