Perdimos a nuestra máxima voz poética femenina del s. XX. La literatura hispanoamericana está de duelo, la vate peruana de la generación del 50 dejó de existir ayer a los 82 años. Entre otros galardones, obtuvo el Premio Octavio Paz de Poesía y el premio Reina Sofía. Pedro Escribano Blanca Varela ha muerto. La noticia corrió en voz casi secreta, como ella había vivido. Sabíamos que a raíz de sus males, los dos últimos años de su vida habían sido duros, extremadamente difíciles. La habían alejado de sus amigos y acaso también de la escritura. En realidad, para su descanso, como nos lo dijo el crítico literario José Miguel Oviedo a través del teléfono, Blanca Varela ha dejado de agonizar. Ahora ya está en esa región que ella misma señaló cuando ocurrió la muerte de su hijo Lorenzo de Szyszlo en un accidente de aviación en los años 90: “Bueno –comentó la poeta–, ya casi Lorenzo entró en el mismo ámbito de la poesía”. En ese ámbito, inmensa, solar, está Blanca Varela. Blanca Varela nació en Lima el 10 de agosto de 1926. Fue hija de la compositora Serafina Quinteras. A principios de los años cuarenta ingresa a estudiar Letras y Educación en la Universidad Mayor de San Marcos. Nunca se imaginó que allí encontraría no solo a sus amigos de siempre, sino a las mentes más lúcidas que llegaron a formar la llamada Generación del 50. Compañeros de ruta, de oficio y tertulias fueron, entre otros, Sebastián Salazar Bondy, Javier Sologuren, Jorge Eduardo Eielson y Francisco Bendezú. Sobre todo, nunca olvidaría la sabia y generosa amistad de Sebastián Salazar Bondy. A través de este círculo, la poeta acudió hasta la galería Pancho Fierro, en donde conoció a Fernando de Szyszlo, quien llegó a ser su esposo. Se casaron, y en 1948, en ejercicio de su libertad, enrumbaron a París. En la Ciudad Luz, junto a Szyszlo, estableció y cultivó amistades ejemplares, especialmente con el poeta mexicano Octavio Paz, quien (ver recuadro de Mario Vargas Llosa) le puso el título a su primer poemario. La vida de Blanca Varela transitó de puerto en puerto. Lima, París, Florencia y Washington, en donde realizaba trabajos de traducción y también periodísticos. En 1977 hasta 1979 la poeta es secretaria general del Centro Peruano del PEN Club Internacional, y en calidad de tal acude a los congresos de Hamburgo (1977), Estocolmo (1978) y Río de Janeiro (1979). También trabajó entre 1974 y 1997 en la filial de Lima de la editorial mexicana Fondo de Cultura Económica. Además de Ese puerto existe (1959), publicó Luz de día (1963), Valses y otras falsas confesiones (1972), Canto villano (1978), Camino a Babel – Antología (1986), Canto villano – Poesía reunida (1986), Poesía escogida 1949-1991 (1993). También Del orden de las cosas (1993), Ejercicios materiales (1993), El libro de barro (1993), Canto villano (Poesía reunida, 1949-1994) (1986), Como Dios en la nada (Antología 1949-1998) (1999), Concierto animal (1999), El falso teclado (2001). Discreta, insular, su poesía empezó, sin proponérselo, a ser reconocida. La justicia había tardado, pero llegaba. Sus poemarios empezaron a reeditarse y, claro, ella también empezó a publicar nuevos títulos. Cada libro suyo es hijo de sus rigores. Dones y galardones La justicia llegó también con galardones como los premios Octavio Paz de Poesía y Ensayo en el año 2001. Asimismo, el Premio Ciudad de Granada 2006 y los premios García Lorca y Reina Sofía de Poesía Iberoamericana en 2007. Estos galardones no solamente fueron para ella, sino, como lo entendió la crítica, eran la muestra de que la poesía peruana, como dice Vallejo, seguía siendo de “intensidad y altura”. Ella sabía cómo era su escritura. “Mi poesía es dura, y desentona –dijo en una entrevista del 2001–. A veces no tengo respeto por las palabras que son consideradas como poéticas. Yo uso todo lo que me sirve (...). Eso lo heredé de Vallejo: él hacía cosas maravillosas, no le importaba torcerle el cuello a la gramática”. Blanca Varela, la poesía, la palabra exacta. La muerte se Escribe sola la muerte se escribe sola una raya negra es una raya blanca el sol es un agujero en el cielo la plenitud del ojo fatigado cabrío aprender a ver en el doblez entresaca espulga trilla estrella casa alga madre madera mar se escriben solos en el hollín de la almohada trozo de pan en el zaguán abre la puerta baja la escalera el corazón se deshoja la pobre niña sigue encerrada en la torre de granizo el oro el violeta el azul enrejados no se borran no se borran no se borran –De Ejercicios materiales Currículum vitae digamos que ganaste la carrera y que el premio era otra carrera que no bebiste el vino de la victoria sino tu propia sal que jamás escuchaste vítores sino ladridos de perros y que tu sombra tu propia sombra fue tu única y desleal competidora. –de Canto Villano Testimonio Elogio a Blanca Varela MNario vargas Llosa Escritor (…) Entre todos los poetas de este tiempo que me ha tocado conocer, no hay uno solo tan ajeno a la feria de las vanidades y a la ilusión o a la codicia del éxito, como Blanca Varela. Aunque, sin duda, la poesía haya sido la pasión más sostenida de su vida, para ella nunca fue un oficio, un quehacer público. Más bien, un vicio recóndito, inconfesable, cultivado en la clandestinidad, con celo y reserva tenaces, como si su exposición a la luz, a los ojos de los demás, pudiera dañarlo. Que llegara a publicar esa media docena de libros ha sido una especie de milagro, más obra de la insistencia de sus amigos que de su propia voluntad. Entre esos lectores privilegiados a los que mostraba sus versos a escondidas estuvo Octavio Paz, que prologó su primer libro y la ayudó a ponerle título. (Ella quería que se llamara “Puerto Supe” y a él no le gustaba. “Pero ese puerto existe, Octavio”. “Ahí tienes el título, Blanca: Ese puerto existe). (…) Pero estoy seguro de no haberla oído jamás decir palabra sobre su propia poesía, y, en cambio, la he visto tantas veces, cuando la interrogaban sobre ella, escabullirse con frases esquivas y cambiar rápidamente de conversación. Su poesía participa de esa misma reserva y, aunque alude a muchos temas, es de una parquedad glacial sobre sí misma. A diferencia de otras, a veces de alta estirpe, que se lucen y pavonean, orgullosas de sí mismas, la de Blanca Varela se retrae y disimula, mostrándose apenas en escorzos, y dejando sólo huellas, anticipos, a fin de que, nuestro apetito desatado por esos lampos de belleza, busquemos, indaguemos, lo que oculta en su entraña, ejercitando nuestra fantasía y volcando nuestros deseos para gozarla a cabalidad. (…) –Piedra de toque. Mayo, 2007. Ella nos habló de batallas Rocío Silva- Santisteban Poeta Blanca Varela no solo ha sido una poeta excepcional por su calidad literaria, sino también porque abrió una brecha para las mujeres que nos hemos dedicado a la literatura en el Perú. Ella supo manejar el lenguaje, pero también posicionarse como una mujer autónoma, libre, en un mundo donde era muy difícil serlo. Precisamente su poesía no habla de eso, sino de las batallas entre la necesidad de ser y la necesidad de escribir, desde cierta perspectiva abstracta, su poesía siempre nos habla de la gravedad y la gracia, desde una especie de mística del agnóstico. Pasión y lucidez Carmen Ollé Poeta No volveremos a enfrascarnos en conversaciones intensas sobre la vida, ni a escuchar su voz firme y crítica hablando de poesía, de literatura, de política.Hace veinte años solíamos reunirnos con frecuencia en su casa barranquina o en un café, o tal vez después de un recital en algún bar de Miraflores. Ahí estábamos Patricia Alba, Rossella di Paolo, Rocío Silva Santisteban, Giovanna Pollarolo, Mariela Dreyfus, Ana María Gazzolo y yo para sentir la fuerza de su mirada y disfrutar de sus opiniones sobre diversas lecturas, muchas veces radicales, siempre lúcidas. Blanca ha muerto, pero nos queda su poesía, su gran arte, que es pura pasión inteligente, si acaso se pueden juntar ambos términos para calificar sus versos que recogen la belleza de nuestro efímero destino.