Hernán Chaparro: “Castillo ha logrado, en el tiempo, articular un equipo propio y una estrategia propia”
El docente e investigador advierte que los errores de quienes lo confrontan —el Congreso, los medios, entre otros— le puede terminar ayudando a subir su popularidad.
El docente e investigador de la Universidad de Lima Hernán Chaparro explica en qué consiste la nueva estrategia planteada por el presidente Pedro Castillo para recuperar algo de respaldo. Advierte, además, que los errores de quienes lo confrontan –el Congreso, los medios, entre otros– le puede terminar ayudando a subir su popularidad. “Las metidas de pata de quienes se le han enfrentado son grandes”, señala.
—Los sondeos recientemente publicados señalan que el presidente Pedro Castillo ha conseguido establecer un apoyo que ronda entre un 25% y 30%. ¿Hay, desde el Ejecutivo, una estrategia que le ha permitido subir su respaldo?
—Lo que se ve hoy es que este excandidato, de algún modo improvisado, ha logrado, en el tiempo, articular un equipo propio y una estrategia propia. Le ha costado un año, aproximadamente. Vemos ahora la resultante de todo un proceso de ensayo y error. Castillo es un presidente sin partido. Es como un Vizcarra en ese sentido.
—Sin la popularidad de Vizcarra.
—Por cierto, ni su capacidad de manejo político. Pero se parece a Vizcarra…
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—En que no tiene apoyo partidario.
—Castillo es un invitado de una agrupación con la cual ya no tiene vínculo. Pero, poco a poco, ha conseguido al menos una bancada mínima. Y, a la vez, ha armado un aparato legal. Como usted dijo en un artículo, Castillo cada vez más se mueve en varios frentes: el Congreso, el Poder Judicial.
—Y en el frente discursivo también.
—Que es un eje importante. El espacio discursivo es el que mejor maneja Castillo. No me refiero a solamente las palabras que uno puede enunciar en un mitin o en una actividad cualquiera, si no a la puesta en escena, a la imagen del luchador popular, representante del pueblo, a la que se le añade un factor de agresividad y confrontación. La victimización ya no es suficiente. Ahora (Castillo) también exige, critica y muestra recursos, entre ellos su capacidad de ataque legal y voceros en prensa que, felices, responden las llamadas de los medios. Castillo es consciente de sus limitaciones. Por ejemplo, Vizcarra no tenía voceros y se terminó desgastando.
—¿El Castillo de ahora se parece más al de la campaña?
—Se siente cómodo en la confrontación, es verdad. Dicho sea de paso, le reconozco que en campaña decía cosas que, efectivamente, las ha intentado hacer, pero no ha podido porque no hay consenso y son medidas equivocadas. Irse contra la Derrama Magisterial, contra la Sunedu, contra la Fiscalía son asuntos que él promovía en campaña.
—También dijo que había que cerrar la Defensoría del Pueblo y el Tribunal Constitucional.
—Y ese es un poco el riesgo del discurso populista. Por confrontar la injusticia, uno se puede terminar llevando por delante a la institucionalidad. Y la solución no va por ahí, pues. El remedio puede terminar siendo peor. Castillo no ha extremado la lógica plebliscitaria, aunque poco le falta. Ha invitado a organizaciones de base, a una prensa para que lo aplaudan. Dicho esto, hay algo que quizás no se evalúa bien: este pase a la ofensiva con varios frentes apunta a un plan mínimo.
—¿A qué se refiere?
—A tratar de buscar cierta base de respaldo en los sondeos porque eso puede permitir, eventualmente, volver sobre temas como el de la Asamblea Constituyente. Y también los protege ante una posible vacancia. Acumular apoyo popular sirve no solo para defenderse, también para mover alguna ficha hacia adelante.
—¿Retomar algunas banderas dejadas de lado?
—Correcto.
—Si bien la popularidad del Gobierno ha subido, no se sabe si lo hará por mucho más margen. ¿Este es su tope?
—Prefiero hablar de escenarios. Uno razonables es que, en efecto, llegue a una meseta de alrededor del 30%. Eso se aproxima al porcentaje de gente que dice que el Gobierno debe continuar. Puede haber un núcleo duro que estaría siendo recapturado, ahora que Castillo muestra un perfil combativo, que era lo que ese sector le pedía. Sin embargo, siempre es mejor ser cautos respecto a pronósticos porque, la verdad, todos estos escándalos en el Congreso hace que uno se pregunte hasta dónde pueden llegar los errores de la oposición, hasta dónde la prensa puede jalar el hilo del “ya cae, ya cae, ya cae”. Siempre se dice que la última denuncia es la más contundente, pero pasan los días y no es así. En ese segundo escenario, posiblemente pueda subir algo más. En la polarización y en los errores, Castillo puede ganar, no demasiado. A lo que voy es que las metidas de pata de quienes se le han enfrentado son grandes. Conversaba con Glatzer Tuesta hace unos días y recordábamos que se afirmaba que las evidencias de puño y letra de Pacheco eran la prueba definitiva para la caída de Castillo…
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—Lo de los ascensos.
—¿Y qué fue de eso? Lo mismo con Zamir Villaverde. Entonces, hay un apresuramiento por tratar de presionar con trascendidos, sin darse cuenta de que las denuncias, si bien tienen consistencia, deben afirmarse. Hay una permanente culpabilización que no termina de cerrar y que, finalmente, agota.
—¿La gente puede sentir que hay un cargamontón?
—Ese es un poco el otro tema. Hay estudios, cientos en el Perú, que muestran cómo hay una fuerte consciencia de injusticia y abuso del poder. En las dinámicas grupales –recuerdo mi investigación sobre cultura política en Lima– la gente hace una ecuación cuando preguntas quién tiene el poder y abusa de él: los políticos, los congresistas, los ricos, los empresarios, los limeños. Es una especie de ecuación simbólica en la cultura popular. Y eso engancha bien con la lógica discursiva populista de Castillo. No todo el mundo se sentirá identificado, pero sí un sector.
—También uno siente que la gente anda agotada.
—Y hay gente que puede empezar a mirar opciones autoritarias como solución, de un extremo y otro. No creo que sean corrientes mayoritarias, pero están ahí.