Ambos, los pro derechos de los monstruos como el violador de una niña de 7 años y los defensores de los policías tiro flojo- abrazan principios que en el extremo devienen en ridículos o peligrosos incluso para ellos mismos.,Una criaturita de siete años violada, empalada con un palo de escoba y asesinada por un monstruo en Huánuco. ¿Este sujeto es recuperable para la sociedad? ¿Cómo? ¿Por dónde? ¿Para quién? ¿Para qué? ¿Qué hacemos? ¿Lo mantenemos con nuestros impuestos hasta que se muera? La familia de la niñita no tiene recursos ni para enterrarla, pero el Estado le va a pagar la manutención hasta el último día de su vida, incluyendo sepelio, al individuo que le hizo eso a una niña de 7 años. Cuando leo o escucho a algunas personas decir que “nadie merece morir por monstruosos que sean sus actos” cuando tenemos al frente casos como este (que trágicamente no son ni pocos ni raros) pienso que tienen un problema serio de lectura e interpretación de los hechos. Que su “filtro” no les permite ver las cosas en su real dimensión, que no ven la realidad tal y cual es sino como les gustaría a ellos que fuera para que esté alienada con su particular manera de abordar el mundo, usualmente, desde su distrito con luz, todos los servicios básicos, serenazgo y pocos ciudadanos por cada policía. De algún modo -macabro en el fondo-, se parecen un poco a los que, como Bolsonaro, sostienen que se debe dejar que la policía asesine a quien le dé la gana sin explicaciones ni investigación para no desalentar “la lucha contra el delito”. Ambos, los pro derechos de los monstruos como el violador de una niña de 7 años y los defensores de los policías tiro flojo- abrazan principios que en el extremo devienen en ridículos o peligrosos incluso par ellos mismos. Por un lado, se predica un supuesto respeto absoluto por el derecho irrenunciable a la vida de todo ser “humano” -inexistente en los hechos, o la niña estaría viva- que tiene muy poco que ver con la justicia o el sentido común; pero bajo ningún punto de vista se preguntan “¿y si fuera mi hija? ¿Y si fuera mi hermana? ¿Y si fuera mi sobrina? ¿Y si sale y lo vuelve a hacer? ¿Y si nos equivocamos al sostener que semejante monstruo tiene derechos, que un animal como ese puede seguir siendo considerado “humano”? ¿Qué nos hace humanos? ¿Se le puede rehumanizar? ¿Es justo? ¿Y si reincide? ¿Y si reincide de quién es la culpa?” No, ni atisbo; cero dudas, convicción convertida en dogma: la vida de estas miasmas también está en la cúspide de los derechos humanos. Tiene dos manos, dos ojos, habla y camina en dos patas: entonces es el fin supremo de la sociedad y del Estado aunque mate a quien mate como sea que lo mate. Por otro lado, están los del apego miope y estúpido a lo que consideran su derecho a la seguridad -que no es más que una lamentable ilusión- y “que se joda quien se tenga que joder para sentirme seguro yo con los míos”, como si él y los suyos estuvieran perfectamente vacunados y blindados contra la posibilidad de que les toque un policía corrupto tiro loco que dispara primero y pregunta después. Además, como si no supiéramos que como en cualquier grupo y organización humanos hay corrupción y que en la policía no es poca: en el último año hemos visto en los medios a decenas de policías que pertenecían a bandas de asaltantes, de ladrones, de narcotraficantes, de secuestradores, de vendedores de niños; policías que vendían o alquilaban sus armas a delincuentes y policías que ilegalmente rompían sellos de oficinas lacradas en el mismísimo ministerio público y ante las cámaras de seguridad. ¿De verdad alguien quiere que la policía dispare sin consecuencias y que -en la práctica- su palabra sea la ley? Soy perfectamente consciente de que no se puede aplicar la pena de muerte porque tenemos compromisos internacionales que no podemos romper y que nos protegen del mismo estado corrupto que tenemos. Pero, además, no tenemos cómo hacerlo sin arriesgarnos a convertir a los aparatos de justicia y represión del estado en sicarios del mejor postor o del interés más grande, sin mencionar su inmanente incompetencia. Lo que no puedo entender es cómo alguien piensa que algo como esto que pasó en Huánuco es soportable o debe ser tolerado y financiado por la sociedad en su conjunto cuando lo que menos tenemos es plata para mandar a todos los niños al colegio. “Vamos a mantener a los violadores de niños porque son seres humanos que merecen que los curen, que los alimenten, que se les dé techo, una muerte por vejez y cristiana sepultura y todo auspiciado por la plata de todos”. Es ridículo. Ah, pero claro, cuando aparece un racista, homófobo como Bolsonaro que dice que va a matar a todos los delincuentes de toda laya y la gente vota mayoritariamente por él (incluyendo mujeres, negros y LGTB) todos se preguntan, “¡ay, la democracia peligra! ¿Cómo es esto posible?”. Así es como es posible.