“Pero es una victoria ante la cual los ganadores harán bien en retroceder lo necesario. No queremos un Poder Judicial sometido a partidos políticos. Tampoco queremos un Poder Judicial de la calle”.,Falta saber ahora si Pedro Chávarry renunciará cuanto antes, o si resistirá hasta que llegue la emergencia a la fiscalía. Creyó que al reponer a Domingo Pérez y Rafael Vela aliviaba la presión por su renuncia, pero calculó mal. Los reemplazantes declinaron el encargo, y luego Keiko Fujimori y el Apra lo dejaron colgado de la brocha. Al despedir a sus rivales de la fiscalía en las vísperas del Año Nuevo Chávarry cruzó una línea sin retorno. ¿Qué estaba pensando? Probablemente fue víctima de una visión inflada y ficticia de su autoridad, frente a su institución y frente al país. Quizás sobreestimó también la fuerza de sus amigos en la política. Ahora la situación de Chávarry es insostenible. ¿Qué está esperando? Quizás confía en una negociación interna que le haga más suave la partida. Pero el proyecto del Ejecutivo en el Congreso y las marchas por todo el país ya han sacado el tema Chávarry de manos de los propios fiscales. El tiempo se le ha terminado. De darse una tozudez, esta tendría que ser vista como un asunto estrictamente personal. Evocaría la peripecia del contralor general Edgar Alarcón, que un año después de haber sido removido sigue reclamando su reposición. Hasta el pasado 31 de diciembre Chávarry parecía más sensato que eso, pero ahora ya no se sabe. Pero mucho más temprano que tarde el momento post-Chávarry va a venir, y producirá un nuevo panorama, con una fiscalía intensamente respaldada por la opinión pública. Algo que puede desembocar en una bendición a medias. Los salvadores de Pérez y Vela les podrán hacer reclamos cuando discrepen de ellos. Es decir que para la real autonomía de la fiscalía, el daño está hecho, al menos por un tiempo. Los fiscales se han visto obligados a hacer algunas tareas (laborales, no judiciales) de la política. Además se han visto colocados en el papel de celebridades. Quizás todo eso inevitable y merecido, pero aun así complicado. Sin duda estamos ante una victoria cívica, que ha costado decisión y esfuerzo. Pero es una victoria ante la cual los ganadores harán bien en retroceder lo necesario. No queremos un Poder Judicial sometido a partidos políticos. Tampoco queremos un Poder Judicial de la calle.