Por: Daniel Parodi (*),Lo decía Keiko Fujimori el pasado mes de agosto, cuando nada hacía presagiar que acabaría en prisión: “Vizcarra busca una reforma política populista”. Para ella, el mandatario peruano debía “combatir la corrupción, la delincuencia en las calles, los robos, las violaciones, la anemia, la desaceleración económica, la subversión en el Vraem, etc.”. La misma postura la planteó ayer el expresidente Alan García al subrayar que lo importante es “definir los pasos siguientes después del referéndum, como solucionar el problema de seguridad ciudadana, el desempleo y el alto costo de algunas medicinas”. En idéntico sentido también se han expresado los tuiteros adeptos a ambos líderes, que súbitamente se han multiplicado y han logrado posicionar en redes sociales el hashtag #VizcarraElCircoSeAcabó. Vamos por partes, combatir la delincuencia, la anemia y la inseguridad ciudadana debe ser objetivo fundamental en cualquier gobierno. Pero si reducimos la política de un gobierno a la aplicación de políticas destinadas a resolver las demandas y problemas más epidérmicos de nuestra sociedad, caeremos en el populismo de siempre que surge de la combinación entre la alegría popular y la corrupción más desenfrenada: los casos de Manuel Odría y Alberto Fujimori son los ejemplos históricos más emblemáticas. Y ojo, que a ambos se les quiso hasta mucho después de concluir sus gobiernos. A Odría lo recuerdan aún los descendientes de los habitantes de las barriadas, a los que asistió de manera directa y clientelar. Por eso es importante no caer en el círculo vicioso de siempre, en la sempiterna sentencia del “Roba pero hace obra”. Si el debate nacional se limita a discutir cuáles son los mejores parches con los cuales paliar la demanda de servicios básicos como la salud, la educación y la seguridad, entonces nos estamos condenando al bicentenario esquema latinoamericano, caudillista y patrimonialista, con multitudes unas veces felices con el líder de turno y otras abucheándolo si de pronto se le acabó el dinero, recordemos al Leguía del 1930, y al Odría de 1954. ¿Cómo alcanzar el desarrollo del país? Esta es la pregunta correcta, este es el debate de los debates, y para enrumbarnos hacia el desarrollo tenemos primero que sentar las bases que lo hagan posible. Para lograrlo el punto neurálgico es impedir que cada bonanza económica del país -la tuvimos en tiempos del guano, durante los dorados años veinte y en la década pasada- se convierta en la oportunidad del latrocinio más abyecto y descarado. Y entonces, si queremos alcanzar el desarrollo tenemos que ordenar la casa, que ordenar al Estado y a sus instituciones, y tenemos que liquidar a la corrupción enquistada en la política y en el sistema judicial. Es hacia ello que apuntan las reformas que hemos aprobado ayer. El Consejo Nacional de la Magistratura será completamente reformulado para que nuestro sistema de justicia pueda ofrecerle al país un conjunto de jueces y de fiscales probos para así arrinconar todavía más a la corrupción que habita nuestra política. Los partidos sólo recibirán financiamiento del Estado para evitar que se conviertan en lavadoras de dinero sucio y en lobistas de los intereses más nefastos. En simultáneo, los congresistas actuales, que aprueban leyes con nombre propio, no podrán reelegirse el 2021. Faltan otras reformas políticas urgentes, claro. Yo comenzaría eliminando el voto preferencial y reduciendo la valla electoral de 700.000 firmas para inscribir partidos políticos. Es verdad que estamos cansados de la improvisación, pero la solución no es que se queden los que ya están – y que ofrecen pocas posibilidades de mejorar la política- y esa valla está pensada para que no ingrese nadie más en el sistema de partidos. Al contrario, la fiscalización y las obligaciones deben aplicarse con todo rigor a los partidos ya inscritos, pero facilitando la promoción de nuevas organizaciones. Y tras limpiar la casa, y tras consolidar a nuestro sistema e instituciones republicanas expulsando de ellos a la corrupción, el peculado y la informalidad, entonces podremos apuntar hacia el segundo escalón: ¡el desarrollo! ¿cómo afrontamos la pugna entre China y USA que puede radicalizarse en los siguientes años? ¿cómo modificamos nuestra estructura productiva para exportar más que materias primas? ¿Qué formación educativa tenemos que darle al ciudadano del futuro para que sea capaz de afrontar los desafíos del siglo XXI? ¿Cuál es nuestra estrategia económica y comercial ante el mundo globalizado? ¿qué obras de infraestructura debemos priorizar para realmente fomentar el desarrollo sostenido? El presidente Vizcarra anunció ayer que se dirigirá a la nación esta semana para anunciar los siguientes pasos. Veremos qué propone y constataremos si tiene un plan de desarrollo para el país. Mientras tanto, los clowns no son otros que los del circo de siempre, y llevan una jubilación a cuestas. (*) Historiador.