“El caso de PPK es peor: por evitar chocar con el fujimorismo se olvidó que tenía el mandato de ser distinto a ese grupo político”. ,Martín Vizcarra ha logrado lo que los presidentes post-transición no lograron: rebotar de una caída importante de popularidad al inicio de su mandado y alcanzar buenas cifras de apoyo. Toledo, García, Humala, en general, cayeron hasta estancarse en cifras bajas, para luego mejorar un poco en sus últimos meses de gobierno. PPK logró cierto alivio con la coyuntura de El Niño, pero luego continuó su derrumbe. Vizcarra parecía seguir la misma tendencia; hoy es un Presidente popular. ¿Cuál fue su secreto? Primero, algo que resultaba obvio y que los anteriores presidentes no hicieron: responder a sus votantes. Todos los mencionados dejaron de lado varias de sus promesas de campaña y gobernaron fuera del espacio en el que los había puesto el electorado. Toledo, García y Humala se posicionaron más a la derecha que sus mandatos originales. El caso de PPK es peor: por evitar chocar con el fujimorismo se olvidó que tenía el mandato de ser distinto a ese grupo político. Tras un inicio muy débil frente al Congreso, Vizcarra y sus asesores entendieron que el desprestigio del fujimorismo y los escándalos de corrupción les abrían una oportunidad de reenganchar con los votantes de segunda vuelta de PPK. Su cambio de actitud desde el 28 de julio ha recibido apoyo de estos sectores, pero también de un número considerable de votantes de Keiko. La receta era evidente: plantarse con firmeza frente a los matones, pero poniéndose por encima de ellos. El éxito de Vizcarra hace más claras las limitaciones de PPK y sus asesores. Un segundo aspecto, relacionado con el anterior, ha sido construir un mensaje claro, el cual muestra que tiene una agenda que responde a la población. En este caso, la lucha contra la corrupción. Para ello le ha servido la coyuntura, donde la podredumbre descubierta en los audios y el blindaje fujimorista le puso en bandeja la oportunidad de convertirse en apenas un par de días en un líder reformista. Sus predecesores, algunos agobiados por escándalos de corrupción ellos mismos, no pudieron construir narrativas de gobierno que respondieran a intereses reales de la población. Es interesante que Vizcarra haya logrado esta popularidad con el mismo gabinete con el que estaba cayendo. Tiene algunas figuras interesantes, pero en general es discreto. Una lección para quienes piensan que los equipos técnicos traerán popularidad. Si la cabeza no dirige y marca una ruta, difícilmente un buen equipo servirá para ello. También una lección para quienes desde la izquierda creían que presidentes continuistas en lo económico estaban condenados a cifras bajas. El reto, sin embargo, viene después del referéndum. Acabado el tobogán político volverán las causas más estructurales que también explican la caída de popularidad: un Estado débil, al que le cuesta mostrar resultados, y la ausencia de un partido de gobierno con presencia territorial y cierta legitimidad. Un escándalo de corrupción (real, no ficción-Chávarry) o un problema nacional pueden iniciar un nuevo deterioro que aumente la vulnerabilidad. Para continuar con niveles de aceptación que sigan protegiendo al gobierno hay que mantener la iniciativa. Pero más allá de la popularidad se abre la pregunta de qué va a hacer el Presidente con ella. Ha quedado claro que ser popular es una condición necesaria para gobernar bien: da estabilidad y controla a los rivales políticos; nos deja trabajar. Sin embargo, no es suficiente. Gobernar bien implica invertir ese capital político en reformas que marquen diferencias de fondo, institucionalizar legados. Y educar sobre la importancia de las mismas para enraizarlas. ¿Por qué políticas quiere ser recordado Vizcarra? ¿Está pensando en construir una propuesta que dé continuidad a esas reformas cuando deje el cargo? Veremos si estamos frente a un político astuto que tuvo el mérito de administrar su momento, de los cuales hay varios en América Latina, o a un reformista que deja un mejor país. De esos, muy pocos.