"Vizcarra no podía seguir siendo la “pareja presidencial” de Keiko Fujimori, su “cosito”. Dicho escenario lo condenaba a la inanición política y equivalía a poner su cabeza en bandeja de plata al propio keikismo".,Ha hecho bien el presidente Vizcarra en marcar un punto de quiebre en su relación política con el keikismo. Si su gobierno no lanzaba el mensaje de Fiestas Patrias probablemente no hubiese durado ni hasta diciembre, presa de la misma vorágine de desprestigio en la que se halla toda la clase política. Para ello debía romper los acuerdos tácitos que había establecido con el keikismo, sellados en las reuniones prevacancia sostenidas con Daniel Salaverry y José Chlimper, y luego confirmadas en dos reuniones reservadas con Keiko Fujimori, además de las múltiples coordinaciones habidas entre Salaverry y el hoy desconcertado premier Villanueva. En alguna medida, el keikismo tiene razones para sentirse traicionado por Vizcarra. Había un pacto entre líneas y el mismo ha sido roto. Hasta nombres de ministros fueron ventilados para contar con la aquiescencia de Fuerza Popular. Así, hay cierta lógica política detrás del operativo keikista de las últimas horas en contra del gobierno y del Presidente en particular. No sirve la hipótesis del despecho por la derrota, que podía ser aplicable a la mala relación de Keiko Fujimori con Pedro Pablo Kuczynski. Con Vizcarra había buena química. Tanta que conspiraron juntos para tumbarse a PPK. El keikismo se siente perseguido por la Fiscalía. Atribuía a Pablo Sánchez el origen de esa persecución y por eso respiró con alivio cuando fue designado Pedro Chávarry. Creyó que venían tiempos mejores y que se le iban a bajar los humos al fiscal Domingo Pérez (en Fuerza Popular se quejan con amargura al percibir cierto ensañamiento en su contra por el tema de los aportes de campaña y entender que al partido nacionalista y al propio Peruanos por el Kambio los tratan con benevolencia). Cuando Vizcarra arremete con el referéndum por la no reelección de congresistas y cuando agita los vientos populares en contra de Chávarry, el keikismo registra que se ha roto la tregua y declara la guerra. Por eso reacciona, dándole de paso la razón a quienes atribuyen los actos naranjas más a un intento de salvataje judicial que a una actuación política propiamente dicha. El keikismo, sin embargo, debería entender que el gobierno no podía quedarse cruzado de brazos frente a la indignación popular. De algún modo la no reelección congresal desfoga el sentimiento de “que se vayan todos” y si antes era inevitable zanjar con Chávarry hoy es imperativo. El grupo naranja tiene que entender que Vizcarra no tenía otra opción al frente que la ruptura, ante la escandalosa retahíla de escándalos provocados por los audios. Era imposible mantener el perfil amical encubierto. Vizcarra no podía seguir siendo la “pareja presidencial” de Keiko Fujimori, su “cosito”. Dicho escenario lo condenaba a la inanición política y equivalía a poner su cabeza en bandeja de plata al propio keikismo, que ante el descrédito presidencial iba a terminar sacrificándolo más temprano que tarde. Los keikistas suelen quejarse de que a ellos no los entienden y los etiquetan descalificadoramente, pero por lo que se ve ellos no tienen mayor inteligencia emocional para entender la lógica del adversario y en este caso del gobierno. Queda aún por ver si el Presidente efectivamente va a ir a fondo con las reformas anunciadas. La presencia de César Villanueva no parece propicia en ese sentido y ojalá seamos testigos de un recambio ministerial en las próximas horas. Hoy, además, enfrenta la amenaza de vacancia que el keikoaprismo ya enarbola (véase las declaraciones últimas de Alan García). Pase lo que pase queda claro que si Vizcarra no daba un giro de timón iba a ser desbordado por la ola de desapego popular que en estos momentos afecta a toda la clase política. Se trata de que ejerza el gobierno como corresponde, acogiendo el clamor popular. En ello consiste un buen gobierno democrático, cuya cifra de gobernabilidad pasa por cierta aceptación ciudadana. -La del estribo: la U puede volver a contratar y eso le va a permitir alejar el fantasma del descenso. Pero eso no debe distraerla del objetivo mayor, como es limpiar los pasivos económicos que la agobian. Insisto en una sugerencia: entregar el Monumental al Estado peruano como pago por la acreencia tributaria. Y a renglón seguido firmar un acuerdo de cesión deportiva, como el que el Sporting Cristal ha firmado para uso exclusivo del Alberto Gallardo. Se matan dos pájaros de un tiro: se baja la deuda considerablemente -solo quedaría arreglar el tema de Gremco- y, además, se mantiene la localía en el Monumental, a la espera de construir un mejor estadio en Breña, en el histórico Lolo Fernández.