El tango del ganador
Y vuelvo a ser ese niño emocionado que salta y grita ante el golazo de Carrillo y la reivindicación de Guerrero.
Había olvidado lo que es llorar de emoción luego de gritar los goles y el triunfo del Perú en un mundial de fútbol.
Y debo reconocer que es un soplo la vida y que 36 años no es nada.
Y vuelvo a ser ese niño emocionado que salta y grita ante el golazo de Carrillo y la reivindicación de Guerrero.
Y al escuchar el coro de “¡¡¡olééé!!!” tras los toques de los seleccionados.
Y luego compartir el llanto y la bronca de Cuevita.
Y compartir la emoción de amigos y sobrinos que desde el estadio de Sochi, o al pie de los lejanos Urales o en los límites de Asia y Europa enviaban vídeos y selfies bañados en lágrimas.
Y entender la emoción incontinente de los colegas.
Y hacer pucheros al escuchar durante noventa minutos a esos 40 mil peruanos que no dejaron de cantar “vamos peruanos/ esta noche tenemos que ganarrr”.
“Tenemos que ganar” y todo a pulmón. No dejaron a corear ni cuando el partido era dominado por los australianos.
Y se desenfoca el pasado, como si el siglo XX hubiera terminado sin pena ni gloria con un pasivo histórico y emocional para el Perú. Mientras que el siglo XXI nos demuestra que la mentada identidad nacional, que la esquiva solidaridad colectiva, ese ansiado trabajo hombro a hombro pese a las diferencias políticas y sociales sólo se da con la gastronomía, con los desastres provocados por nuestra vulnerabilidad ante los fenómenos naturales y, ahora, con la ritualidad planetaria que sólo ofrece el fútbol.
Ni las ideologías políticas y religiosas lograron ese milagro. Todo lo contrario.
Hoy se disuelven mis recuerdos que desde México 70 me conmovieron hasta las lágrimas.
Hoy lloro por este nuevo Perú que juega lindo y nos brinda esa ilusión de sentirnos ganadores ante el mundo.