Flores representa lo que todos quisiéramos que sea el nuevo peruano, libre de las taras de los 80 y 90: alguien que no se achica ni se acompleja y con suficiente mundo como para entender qué es lo que debe cambiar en el Perú.,En algún punto de los 1784 kilómetros que separan Ekaterimburgo de Moscú, suena el Zambo Cavero a todo volumen. El tren gratuito de la FIFA ha sido tomado, casi en exclusiva, por peruanos, y uno de ellos ha traído un parlante para amenizar el almuerzo del vagón comedor. Las risas, las chelas y la bulla parecerían inauditas para un observador imparcial. Después de todo, el equipo nacional de estas personas ha sido eliminado del Mundial después de solo dos partidos y sin haber podido anotar un solo gol. Las 27 horas de viaje deberían sentirse aún más largas, una especie de cortejo fúnebre intercontinental. Pero no es así. El tren no es exactamente una fiesta, pero no hay desánimo ni bronca. Algunos de los pasajeros tienen (tenemos) como destino final Sochi, sede del último encuentro mundialista, para lo cual habrá que tomar otro tren desde Moscú, incluso más largo. A ninguno de los que va a hacerlo parece agotarle la perspectiva de continuar la travesía. Vendo mis entradas a Sochi a dos euros, bromea alguien, pero la voz del Zambo ahoga la propuesta en un mar de indiferencia. Mejor dicho, la bromita se ahoga en un mar de peruanidad, entendida esta como una necesidad de alegría por sobre todas las cosas. Hay muchas formas de canalizar esa peruana necesidad de alegría. Desde la cordialidad con el extranjero hasta el humor negro de la chacota, pasando, por supuesto, por su canalización a través de dos viejas estructuras de nuestra sociedad: el clasismo y el machismo. Por suerte, ya hay cada vez más compatriotas que van entendiendo que la alegría común solo es posible si no se violenta a nadie, es decir, si todos nos tratamos como iguales. Es interesante notar cómo las ya célebres bromas sexistas de ciertos hinchas en Rusia tenían también un subtexto racial (“carne blanca”, “mejorar la raza”, etc.). Por eso mismo son aún más valiosas las declaraciones de Edison “Orejas” Flores al New York Times, denunciando sin eufemismos la discriminación contra los indígenas, especialmente de “las clases altas”. Flores representa lo que todos quisiéramos que sea el nuevo peruano, libre de las taras de los 80 y 90: alguien que no se achica ni se acompleja y con suficiente mundo como para entender qué es lo que debe cambiar en el Perú. Ante el mal comportamiento de unos cuantos hinchas peruanos (y latinos, en general), se han hecho generalizaciones que se derrumban ante las miles de historias con las que uno se cruza por aquí. Familias enteras que vienen de Australia, Norteamérica o Europa, con hijos que hablan español como segundo idioma; novios de luna de miel; chicas que viajan solas y que se cuidan y se aconsejan entre sí usando grupos de Facebook y WhatsApp. En esos hinchas y en la nueva actitud de nuestra selección está la esperanza de construir un país con ganas de dejar el pasado atrás y sin miedo de celebrar cada pasito adelante, aunque todavía no sea suficiente.