Dos disparos destruyen el corazón de la meraya Olivia Arévalo de la comunidad shipibo conibo de Ucayali el 20 de abril.,Dos disparos destruyen el corazón de la meraya Olivia Arévalo de la comunidad shipibo conibo de Ucayali el 20 de abril. Ese mismo día, algunas personas de la comunidad de Victoria Gracia, atrapan, ahorcan y linchan al canadiense Sebastian Woodroffe, principal sospechoso del asesinato. En un video Virginia Vásquez Arévalo, hija de la víctima, sostiene que Woodroffe la había amenazado dos veces. Hoy la policía está esperando las pruebas de absorción atómica en el cadáver del canadiense. ¿El canadiense fue el asesino de Arévalo? La comunidad y la familia, sin esperar investigación alguna de un Ministerio Público que genera dudas y suspicacias, decidieron condenarlo. Lo encontraron y lo avasallaron: como siempre “alguien” graba en su celular toda la escena que es confusa. Junto a una casa, dos individuos le han anudado al cuello una tela negra y las diversas personas de la zona miran impasibles, sin defenderlo, hasta que el canadiense deja de suplicar por su vida y es arrastrado. Un perro ladra y varios niños observan. El video se ha compartido miles de veces en las redes sociales y los comentarios son diversos: muchos aplauden a los indígenas; algunos se niegan a compartirlo sosteniendo que esa es la manera de difundir la violencia. Una señora de Moquegua dice: “Ellos tienen sus costumbres, son normas que nosotros no somos capaces de respetar ni entender, los aplaudo por ser rápidos y justos en impartir justicia”. Este tipo de comentario es el más nefasto. “Ellos” implica, como siempre, que hay un “nosotros” civilizado y con normas que no funcionan en la vida real. “Ellos” tienen normas salvajes, “nosotros” tendremos normas civilizadas pero injustas. “Ellos” son rápidos, “nosotros” somos tan lentos que no es justicia lo que hacemos. Si “ellos” dan muerte a una persona de esa manera, bajo linchamiento, es parte de unas costumbres que no podemos comprender porque son totalmente diferentes a las nuestras. ¿Es esto cierto? Bajo la falacia del relativismo cultural se podría permitir el linchamiento, la violencia sexual, la circuncisión del clítoris, el asesinato de brujas maleras y toda suerte de crímenes. No debemos pensar de esta manera. Susana Frisancho, doctora en psicología y especialista en daño social e interculturalidad, dice algo muy importante sobre este crimen: “… la ira y el descontrol no pueden ni deben anteponerse a los procesos de razonamiento sobre lo que resulta correcto y justo en una situación así. Esto que digo no es un invento occidental, como muchos asumen, sino que es el eje del desarrollo moral de cualquier ser humano, incluyendo por supuesto a los indígenas […] De hecho, hay muchísimas voces críticas y cuestionadoras de este tipo de prácticas al interior de los propios pueblos indígenas…” Una vez más, alrededor de la muerte de una mujer indígena, se generan diversas narrativas tratando de explicar el hecho. Una ha sido que el canadiense la mató porque ella era una luchadora medioambiental. Me parece que seguir con este relato no aporta en nada a las luchas de las mujeres indígenas, menos, a las que protagonizan las defensoras del agua y el territorio.