Fue valiente, incomodó, cuestionó, representó a grupos que no eran escuchados y denunció a quienes abusaron de su poder o actuaron fuera de la ley.,Mientras que el final abrupto de un gobierno sin gloria, la repartija de obras a cambio de votos y los videos incriminadores daban paso a emociones que oscilaban entre el desconcierto y la repulsión, la necesidad de líderes políticos capaces de volar alto se hizo más evidente que nunca. Al imaginar el perfil de quiénes hubiesen podido conformar esa selección, me fue imposible no pensar en Javier Diez Canseco, quién, casualmente, hubiese cumplido 70 años el último sábado. En tiempos en los que la pequeñez del debate y la insignificancia de los argumentos toman por asalto la agenda pública hasta hacernos creer que esa es la única realidad posible, la figura de un político consecuente como Diez Canseco cobra mayor importancia. No era de los que lanzan una denuncia frente a cámaras para luego “arreglar” en los pasillos, fiel al estilo del compadrazgo peruano. Fue valiente, incomodó, cuestionó, representó a grupos que no eran escuchados y denunció a quienes abusaron de su poder o actuaron fuera de la ley. Por todo eso tuvo férreos detractores que le hicieron dura oposición hasta el final de sus días en que se le suspendió del Congreso injusta e ilegalmente, en un acto de venganza digitado desde el mismo palacio de gobierno y avivado por sus opositores. La política debería ser ejemplo y quienes nos representan deben ser los primeros en saberlo. Lamentablemente, vivimos una era en la que esa premisa pareciera haber sido olvidada. Por eso, la figura de Diez Canseco tiene tanto valor, pues nos recuerda que la política y la decencia pueden convivir. No se me va de la mente el mensaje que uno de su más feroces rivales lanzó tras su partida, “honor al adversario que se va”, porque puedes haber estado en desacuerdo con algunas o todas sus posiciones, pero políticos como Diez Canseco son necesarios para el país. A ellos siempre hay que recordarlos.