Los últimos años me he dedicado al estudio de diversos procesos de reconciliación internacional, en especial al caso peruano-chileno, en el que la desconfianza mutua nos llena de suspicacias. Sin embargo, ambos vecinos han comenzado a intercambiar gestos de hermandad, como la reciente devolución chilena de un lote de 720 libros a la Biblioteca Nacional del Perú. Un proceso de reconciliación interna no es diferente: se trata de implementar el diálogo entre colectivos que dañaron o resultaron dañados por otros colectivos al interior de una sociedad. El intercambio es diverso, no solo se produce entre el agresor y el agredido, pues hay actores que cumplen dos roles al mismo tiempo, es decir, victimario y víctima. Este es el caso de las FF.AA. en tiempos del terror. No se trata solo de dialogar sino de reparar daños, de sanar heridas, de abrazarse y de pedir perdón. Estos eventos deben contener una profunda significación simbólica, porque todos los implicados difícilmente podrán reunirse de manera presencial. Por eso, los gestos de reconciliación tienen que plasmarse en lugares de la memoria que conmemoren, cada año, aquel día en que antiguos enemigos hicieron las paces. El presidente Kucsynski ha indultado a Alberto Fujimori: la mitad del Perú celebra; la otra, protesta. ¿Cómo hacer para siquiera acercar un poco a dos bandos antagónicos? A unos los tratan de “terrucos” y “caviares”, mientras que los otros ven a sus opuestos como “corruptos” y “homicidas”. De hecho, el indulto a Fujimori no ha podido sino mostrarle al Perú manifestaciones de euforia o de frustración, pero la esperada puesta en marcha del país podría generar la oportunidad para iniciar el diálogo. Alberto Fujimori es un criminal sentenciado, ningún indulto lo salvará de su condena moral. La pregunta es si, abierto el escenario post-indulto, podrán las partes armonizarse para que el país recupere niveles mínimos de gobernabilidad. Soy opuesto al indulto y al fujimorismo, pero no puedo cerrarme a la oportunidad de dialogar para trocar el encono actual por el debate de los grandes problemas nacionales. Volviendo a los deudos de las víctimas de AFF y de las fuerzas armadas, la reconciliación no se agota pagándoles una fuerte indemnización, pues no se trata de trabajadores en huelga, sino de parientes, de personas desaparecidas, muertas o abusadas hace tres décadas. Por ello, el lado moral de este resarcimiento es sensible y es fundamental. El perdón simbólico y sincero, en emotiva ceremonia, debe repetirse cada año, pues mientras más reconciliados estén los bandos, mayores y más frecuentes deben ser los gestos de amistad y desagravio. Luego ¿por qué no acercar a víctimas y deudos de militares y civiles? ¿En qué se diferencian la madre de un soldado muerto y la de un joven desaparecido? No lo sé, solo sé que su dolor es el mismo. En fin, reconciliación es una linda palabra pero difícil de implementar. Para empezar, las disculpas de Alberto Fujimori deben ser mucho más explícitas, reiteradas y en presencia de los deudos de sus víctimas. Pero al mismo tiempo, elaboremos un cronograma de eventos orientados hacia ellos, en los que el Perú enjugue con llanto su dolor contenido por décadas, y en los que la palabra perdón se escuche emocionada incluso en sus parajes más lejanos, pues esa es la manera de comenzar. p.s. No he incluido a los terroristas porque el Perú no tiene por qué reconciliarse con ellos.