Algo que suelo enfrentar al iniciar el dictado del curso de Historia de la República del Perú es el concepto que tienen los estudiantes sobre la enseñanza del pasado. La mayoría espera información, episodios, alguna lectura que complique las cosas y asume que de su mayor o menor acumulación de conocimientos devendrá una calificación alta, baja o regular. Pero los cursos de historia, más que enseñanza, debieran significar la evaluación de proyectos políticos, el examen del devenir de una república o de una monarquía constitucional, si fuese el caso. ¿Qué es la historia del Perú Independiente? ¿Saber cuándo desembarcó San Martín en Paracas?, ¿conocer el nombre de los 20 caudillos de los primeros tiempos?, ¿saber que malgastamos el guano?, ¿que perdimos una guerra?, ¿que luego nos gobernó una aristocracia?, o evaluar, en cada uno de estos episodios, hasta qué punto estaba funcionando esa República ideal, utópica, que fundaron los próceres en 1821 y, de nuevo, en 1824. Ahora enseñamos por competencias y estoy de acuerdo con ellas: ciudadanía y pensamiento crítico son las que más comúnmente se asocian con los cursos de historia de la República, le añadiría cultura de paz, pero es otro debate. El tema es cómo hacerlo, de qué te sirve saber que Pardo le siguió Leguía y a Leguía, Sánchez Cerro, si no sabes qué es república, o si entiendes república como un periodo histórico, antes que como un proyecto político que se sigue ejecutando y del que formamos parte, que lo vivimos en la calle, cuyos fracasos nos muestran a una humilde barrendera absurdamente asesinada en el Jirón de la Unión, cuyas tensiones remiten a una huelga de maestros que ojalá haya terminado cuando estas líneas aparezcan escondidas dentro de un matutino adherido con un gancho de colgar ropa a un viejo kiosko de madera, sin que lo adviertan los ciudadanos que chequean de pasadita los titulares de los diarios, enterándose a la volada de los devaneos de un casi bicentenario proyecto. ¿Y el ciudadano? Allí está la clave, si el estudiante no sabe qué se quiso construir aquí con esto de la república, si no se ha enterado que su DNI lo hace ciudadano de ese inconcluso experimento, si ignora que las reglas del juego para participar de este proyecto están escritas en un librito que se llama Constitución, entonces la historia de la república solo será un catálogo de héroes muertos que perdieron más batallas de las que ganaron, de dictadores más que de presidentes democráticos y de acontecimientos importantes que no hace falta memorizar porque finalmente son feriados y noticia en la tele. Porque a nadie es necesario recordarle que 28 de julio no se trabaja, ¿o sí? Qué distinto sería si las sesiones de historia sirviesen para comprender que la república es un proyecto inconcluso que en el Perú diseñamos con una arquitectura rimbombante; y para entender que, nos guste o no, somos ciudadanos de una democracia surrealista. Así podríamos discutir el guano, la guerra perdida, las corruptas dictaduras, las corruptas democracias y hasta la razón de ser del inefable Héctor Becerril a la luz de una experiencia de la que formamos parte y en la que evaluamos el pasado porque, de una forma u otra, nos conecta con el presente. Entonces nos provocaría, tal vez un poquito, asumir el compromiso de dejarle a los que vienen una sociedad a la que sus valores republicanos le permitieron mejorar la calidad de vida, cualitativa y cuantitativa, de sus hijos, es decir, de los ciudadanos que vendrán. (*) Historiador ¿Qué es la historia del Perú Independiente? ¿Saber cuándo desembarcó San Martín en Paracas?, ¿conocer el nombre de los 20 caudillos de los primeros tiempos?, ¿saber que malgastamos el guano?, ¿que perdimos una guerra?, ¿que luego nos gobernó una aristocracia?