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Nagoro, la misteriosa aldea de Japón donde los muertos son reemplazados por muñecos

Esta es la historia del pueblo que intenta salvarse de la decadencia: reemplaza a las personas por muñecos, colocados en cada rincón del pueblo, evocando a las personas que alguna vez habitaron.

En todo el pueblo, hay más de 350 muñecos, alrededor de 10 muñecos por cada residente. Foto: composición LR/ AFP
En todo el pueblo, hay más de 350 muñecos, alrededor de 10 muñecos por cada residente. Foto: composición LR/ AFP

Hace más de 60 años, Nagoro tenía cientos de habitantes, niños —y vida—. Hace 21 años, nacieron los últimos menores en la aldea y, en 2012, cerró la última escuela, tiempo después de que los dos últimos alumnos acabaran el sexto grado. Lo cierto es que la gente ha ido muriendo, el trabajo se acabó y los más jóvenes se han ido.

Ahora alrededor de dos docenas de adultos mayores habitan el lugar, escondido entre las montañas y de difícil acceso. Quien quiera llegar deberá atravesar un camino lleno de curvas, árboles que se elevan hasta las nubes, puentes colgantes mecidos por el viento y el ruidoso sonido del río.

Sin embargo, Nagoro ha vuelto a tener habitantes que sin moverse le dan vida al lugar semi abandonado: muñecos hechos a mano por Tsukimi Ayano que han llenado nuevamente la escuela, los parques y caminos.

¿Cómo se llama la aldea de los muñecos?

Nagoro se salvó del olvido gracias a Tsukimi Ayano, quien va reemplazando a las personas que habitan en su memoria por muñecos. La población está disminuyendo y envejeciendo, y se hace sentir más en zonas rurales, donde la baja natalidad y las pocas oportunidades laborales dejan a pueblos caer en decadencia.

Ayano es la mayor de cuatro hermanos. Se fue de Nagoro a los 12 años, cuando su padre consiguió empleo en una empresa de alimentos en Osaka, una de las ciudades más grandes de Japón. Se casó y tuvo dos hijos.

Luego de retirarse, su padre retornó al pueblo para cuidar a su suegro enfermo y su esposa, quien padecía insuficiencia renal. Posteriormente, ella regresó, hace 16 años, para cuidar a su padre de 90 años, el residente de mayor edad en el lugar.

Foto: The New York Times

Foto: The New York Times

“Aquí ya nunca se ven niños”, dijo Ayano. “Quisiera que hubiera más niños porque sería más alegre”, señaló. “Así que yo hice a los niños”, contó.

La mujer agrupó a más de 40 muñecos en la escuela clausurada para recrear un día de competencias deportivas conocido como “undokai”. Durante los últimos años, ha organizado un festival anual de muñecos.

En todo el pueblo, hay más de 350 muñecos (alrededor de 10 muñecos por cada residente) hechos a mano con armazón de madera, alambre, rellenos de papel periódico y vestidos con ropa vieja donada de habitantes de Japón. “La cara y las expresiones faciales son lo más difícil”, señaló la mujer.

Foto: AFP

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Los muñecos están colocados cuidadosamente en cada rincón del pueblo y las escenas evocan a las personas que alguna vez habitaron. Ayano construye un relato de su historia personal, del pueblo y el paso del tiempo en un Japón antiguo, enigmático, que lentamente va cayendo en decadencia, en peligro por dejar de existir.

Unos trabajadores de construcción descansan bajo la sombra mientras fuman, otros esperan la parada del autobús, una mujer de la tercera edad descansa en una silla de ruedas, un padre lleva carreta con niños, un niño intenta subir un árbol: los muñecos parecería tener vida propia.

Cada cierto tiempo, Ayano recorre las calles revisando si los muñecos necesitan una reparación o limpieza. A veces lo saluda: “Buenos días, buenas noches”.

Foto: AFP

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“En un principio, yo planté semillas, pero estas nunca crecían; entonces, mientras esperaba que crecieran, comencé a hacer los muñecos”, dijo la mujer, quien pensaba que para el éxito de sus plantas necesitaba un espantapájaros.

“Ahora mucha gente conoce este lugar como la villa de los muñecos”, aseguró. “Quiero seguir haciendo esto por toda mi vida mientras tenga salud para hacerlo. De esa manera, la gente puede disfrutar de los muñecos, y yo también lo puedo seguir disfrutando”, finaliza Ayano, quien, sin darse cuenta, le ha dado vida al pueblo.

Soy periodista. Bachiller por la universidad Jaime Bausate y Meza. Interesado en la fotografía, periodismo narrativo, literatura y temas internacionales. Estudié escritura creativa, marketing y temas migratorios. Ahora en Mundo.