Margarita García Robayo: “La identidad es un regalo, la pertenencia cuesta mucho”
Escritora colombiana, invitada a la FIL Lima 2019, detalla aspectos latentes de dos libros suyos: Tiempo muerto y Primera persona.
Por: Pedro Escribano
Es colombiana, vive en Buenos Aires, pero viene desde lejos, de un país árabe, donde se traduce un libro suyo. Margarita García Robayo es una de las escritoras invitadas de la FIL Lima. Nosotros aprovechamos la cita para conversar sobre Tiempo muerto, de un matrimonio gastado de Pablo y Lucía. También sobre Primera persona, un libro que recoge textos de ficción que recrean vivencias personales.
Tu actitud de escritura siempre va hacia adentro, ¿tienes una actitud psicologista?
Sí, supongo que a mí me interesa mucho el comportamiento humano. No sé de dónde viene, la verdad. No es que haya como un interés formal mío por la psicología, pero sí sé que lo que me interesa mirar del mundo tiene que ver con mi familia, con lo que me es cercano. Por eso, mi línea argumental quizá tiene que ver más con relaciones familiares, o de parejas, o de vecinos. Alguna vez en Colombia, un chico que estaba haciendo una tesis sobre uno de mis libros decía que mi interés parecía como el de un etnógrafo.
Tu escritura en ese campo es despiadada, en Tiempo muerto, la visión de la relación de pareja es eso…
Soy despiadada. Yo creo que sí es cierto, la primera lectura sobre las cosas que hago es pesimista, despiadada, pero a mí me gusta dejar como una especie de ventanita chiquita por donde entra algo de luz. En el caso de Tiempo muerto, yo creo que hay algunas plantaditas, que tiene que ver si se quiere con este mensaje de poder conformarnos con lo bello, aunque sea efímero. La felicidad no es algo que dure para siempre, las relaciones cambian con el tiempo y se trata un poco de captar cuáles son esos momentos de belleza, que son los que nos alimentan a seguir a adelante. Lo bueno no tiene que ser eterno, ser consciente de que dura poco y poder valorarlo en su medida.
Un proverbio chino dice la tempestad no puede durar toda la mañana. En Pablo y Lucía, ¿el amor se gastó como las piezas de una vieja máquina?
En el caso de ellos, la tempestad dura mucho. Pero hay un momento que para mí está al final, que ella es capaz de tomar distancia, y ver esa escena, como a los hijos que juegan en la orilla del mar, y dice algo como todo se disuelve en los contornos y se queda con esa especie de foto fija de ese momento. Hace una reflexión sobre cómo ha visto a las personas intentar en esa batalla inútil por ganarle al paso del tiempo.
La felicidad es fugaz…
Sí, creo que, si fuéramos conscientes de ello, la tragedia ya no se llamaría tragedia, tampoco sería parte de aceptarlo, tratar de transitar por lo feo y lo bueno, apropiándose de lo bueno. Sin que sea lo feo que te marque siempre. Yo creo que hay una especie de obsesión por enfatizar que la vida es terrible, pero no, también tiene buenos momentos.
Eres una colombiana extraterritorial, ¿la migración es otra señal de tu escritura?
Sí, yo creo que más que la migración, obvio que son un tema en mis novelas, a mí me gusta hablar de la idea de la pertenencia, de cómo nos pasamos la vida buscando lugares de pertenencia. Esa puede ser otra de las preguntas que no resolvamos nunca. Uno tiene muy claro de dónde viene, a partir de eso se construye buena parte de la identidad, de tu origen, de dónde vienes, de dónde naciste, qué comiste, quién te crió. Constituye una parte de tu identidad, pero la pertenencia es otra cosa. Uno puede saber dónde no pertenece nunca, mucho más si te alejas de tu origen. Entonces, comienzas a mirarlo con distancia o empiezas a migrar. Construir una pertenencia es mucho más difícil que construir una identidad, porque una identidad te viene casi dada, como un regalo. La pertenencia cuesta mucho más.
¿Uno es la patria de uno mismo? La patria va con uno mismo…
Pablo discute con Lucía y le habla de la patria, y está obsesionado porque está escribiendo. Ella le dice que por qué se preocupa tanto por eso, que la patria es el cielo que mira todos los días, el camino a su trabajo, que se relaje un poco con eso. Él dice qué cielo, si yo me he mudado muchas veces, y ella le espeta: bueno, la patria es eso que se muda contigo. Yo creo eso, aunque sé hay otras teorías. Uno no está libre como cree, las circunstancias te llevan a estar en un momento de la vida en algún lugar. En mi caso, ahora que mis hijos son chicos, yo no puedo estar en un lugar donde no están mis hijos. Son un ancla que antes carecía.
Tu libro Primera persona, ¿es una suerte de autorreflexión?
Sí. Ese libro es muy gracioso porque yo nunca lo pensé como un libro, yo escribo en general para varias revistas y son textos como crónicas, ensayos o testimonios que tienen que ver con mi experiencia. El editor me convenció de reunirlos y publicarlos como libro y los diez textos que tiene puede leerse casi como una novela, de una misma narradora parándose en distintos momentos de su vida. habla de una mudanza, de una madre que no puede amamantar a sus hijos, una chica que se enamora de mayores.
¿El texto “Leche” viene de la experiencia maternal?
Cuando tuve mi primer hijo, en el primer mes de mi hijo, cuando estaba sufriendo. Fue uno de esos textos que escribí porque necesito decir que esto no es tan bueno como me han dicho. Esto es muy difícil y que amo a mi hijo, pero es muy difícil. Estoy padeciendo. Fue uno de los textos que no me pidió nadie, yo lo escribí porque necesitaba decirlo.
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Pasan por la criba autobiográfica, totalmente subjetivo…
Lo de Primera persona, sin duda. Son textos reales. Obviamente, este género que le llaman autoficción, siempre tiene una buena dosis de recursos literarios. Está trucado, es literatura. Pero, la base sobre la que están contados es mi experiencia personal. A mí me pasó eso, tuve esa madre, tuve esa pareja, tuve ese hijo, tuve todo. Y luego a partir de eso construí un texto literario. No es un espejo de mi vida, pero sí parte de una base muy autobiográfica.