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Luis Pásara: “La Iglesia se ha apoyado en los ‘poderes de este mundo’ para obtener privilegios”

Abogado y doctor en derecho por la PUCP, Luis Pásara ha escrito numerosos libros y artículos. Su nuevo libro se presenta el 3 de febrero (7 pm.) en el Facebook de La Siniestra Ensayos.

Luis Pásara
Luis Pásara

En el libro Católicos, radicales y militantes. Cincuenta años de conflictos en la Iglesia peruana (La Siniestra Ensayos), Luis Pásara explica las ideas de la Teología de la Liberación que sirvieron de base a un giro radical en la Iglesia peruana, examina las posiciones de esta entre 1986 y 2000, y hace un balance de medio siglo de cambios y enfrentamientos.

Su libro Católicos, radicales y militantes. Cincuenta años de conflictos en la Iglesia peruana describe la radicalización de sectores de la Iglesia en los años 60 y 70, y señala los cambios que ocasionó en la Iglesia peruana. ¿Qué tan profundos fueron esos cambios?

Esos cambios fueron profundos para un sector dentro de la Iglesia, que son objeto de especial atención en el libro. La apuesta que hicieron los radicales no era simplemente constituirse como un sector; pretendían cambiar la Iglesia, darle un nuevo rostro, cercano a las necesidades y reivindicaciones de los pobres. Esa apuesta la perdieron y, entonces, el producto resultó, de un lado, la constitución del sector como un “ala” dentro de la Iglesia y, de otro, la desembocadura de estos católicos radicalizados en la militancia política dentro de grupos de la izquierda que, en esos primeros años –que son aquellos en los que el proyecto militar buscaba cambiar el país–, crecía y se multiplicaba también con cuadros políticos provenientes de los sectores populares. A la larga, este proceso también se frustró porque esa izquierda no encontró un lugar duradero en la escena política, y hoy forma parte de los llamados “caviares”, término despectivo que usa no solo la derecha sino la izquierda no liberal que ha llevado al cargo al presidente Castillo.

¿Por qué ese esfuerzo de un sector católico por conectar con los sectores desfavorecidos no logró a largo plazo sus objetivos?

La pretensión de cambiar la Iglesia era desmesurada. Ellos quisieron recoger una fibra, que siempre ha estado presente entre los católicos, que lleva en sí reclamos de justicia y que es probablemente más fiel a los mandatos evangélicos. Pero, al mismo tiempo, desde Constantino en el siglo III después de Cristo, la Iglesia católica se ha apoyado en “los poderes de este mundo” para obtener diversos privilegios. Todavía hoy, en países que son considerados socialmente “católicos”, el Estado financia sueldos de obispos y párrocos, obras de conservación de templos y colegios religiosos. A cambio, la Iglesia –no solo la peruana– ha debido dar legitimidad al poder político. El pueblo está lejos de esos círculos de poder donde los purpurados se codean con las cabezas de gobierno y fuerzas armadas, quienes tienen mucho que conservar y poco interés en cambiar el orden vigente. Los católicos radicales no se hicieron cargo del peso que tiene esa tradición; su apuesta por el cambio, vista en retrospectiva, fue excesivamente ambiciosa. En América Latina el fracaso de esa apuesta se retrata en el caso de los sacerdotes que padecieron prisión por su radicalismo, y aquellos otros que, como Camilo Torres en Colombia, murieron combatiendo con las guerrillas.

En la misma época se dieron movimientos similares en Latinoamérica, con características propias, ¿muchos de estos católicos acabaron en la militancia política de izquierda?

Muchos. No se cuenta con cifras, pero sí se conocen muchas historias personales. La izquierda se nutrió de ese aporte católico que tuvo mucho de autenticidad en la entrega a una causa en la que sus miembros creían, respaldados en su fe. Dentro de la izquierda peruana, hasta los años noventa se acostumbraba hablar de “los católicos” como un sector importante por la calidad de sus personalidades. Pienso en Rolando Ames, Javier Iguíñiz o Henry Pease, quienes fueron, desde responsabilidades políticas varias, referentes significativos de una parte de la izquierda.

El gran aporte de esa época fue la Teología de la Liberación de Gustavo Gutiérrez.

Gutiérrez es, en el caso peruano, el gran ideólogo de este giro de un sector católico a la izquierda. La Teología de la Liberación fue una elaborada construcción intelectual que dio base a ese giro y, como tal, ha tenido reconocimiento internacional. Pero la apuesta de Gutiérrez no estaba dirigida a ser reconocido y recibir premios. Intuyo que su propósito era político, en el marco de la sociedad peruana de la época –fines de los años sesenta y década de los setenta– en el que muchos, y no solo los militantes, pensamos que el futuro era de la izquierda. Cometíamos el error de pensar que las transformaciones impuestas por el gobierno militar eran apenas el comienzo del cambio profundo de la sociedad peruana, que las fuerzas conservadoras estaban arrinconadas y derrotadas, y que las corrientes del cambio y la transformación eran indetenibles. En ese marco, Gutiérrez avizora una sociedad peruana conducida por la izquierda y emprende la tarea de preparar a la Iglesia para situarse en el proceso. Se convierte en asesor principal del cardenal Landázuri y escribe discursos en los que el prelado critica al gobierno de Velasco en nombre del socialismo. Y prepara cuadros jóvenes que, como Ames o Iguíñiz, están destinados a la primera fila de la nueva élite. La Teología de la Liberación es, en ese contexto más amplio, la producción ideológica que pretende dar consistencia a ese proceso. En un momento dado se hizo evidente que los supuestos de esta apuesta eran desmentidos por el curso que la sociedad peruana adoptó.

Entrevista al abogado y doctor en derecho, por la PUCP, Luis Pásara. Foto: Laura Gamero/La República

Entrevista al abogado y doctor en derecho, por la PUCP, Luis Pásara. Foto: Laura Gamero/La República

Usted fue militante católico y de izquierda, y se distanció de ambas militancias. ¿Cuáles fueron sus razones?

En los años sesenta fui militante de la Unión Nacional de Estudiantes Católicos (UNEC) y llegué a ser presidente de su base en Lima. Mi alejamiento de la militancia se debió a lo que en términos religiosos se llama “perder la fe”: dejé de creer. Pero a ese alejamiento contribuyó la sensación de que estábamos siendo utilizados en un tablero que Gutiérrez veía y nosotros, sus cuadros, no. Esto fue más un sentimiento que un razonamiento. Para aclarármelo escribí y publiqué en 1986 Radicalización y conflicto en la Iglesia peruana, cuyo contenido es recogido ahora por Católicos, radicales y militantes. Escribir para mí fue entonces –y lo sigue siendo– una labor catártica.

Mi relación con la izquierda es diferente. Desde 1969 me había interesado en la izquierda; aunque se intentó cooptarme, nunca milité en uno de sus grupos. Me instalé en una suerte de izquierda intelectual. Empecé a alejarme cuando constaté entre los dirigentes de “la nueva izquierda” que el estalinismo no era asunto del pasado sino una pesadilla actuante en cada partido marxista-leninista. Esto es, que en las izquierdas se daban tanto la conducción autoritaria como las prácticas antidemocráticas y se reproducían así los viejos vicios y las corruptelas de los sectores dominantes del país.

En los años 80 y 90, los sectores conservadores de la Iglesia vuelven a tomar mayor presencia en la Iglesia peruana. ¿A qué se debió este cambio de rumbo?

Newton señaló, hace casi cuatro siglos, que “A toda acción siempre se opone una reacción igual”. Quizá la reacción no sea siempre igual, pero es inevitable. Es lo que pasó en la Iglesia peruana y es lo que pasa ahora en diversos ámbitos. ¡Cómo no iba a ser respondido ese pretencioso giro de la Iglesia hacia la necesidad de una transformación social! Una vez repuestos del asombro, los sectores católicos identificados con el orden tradicional emprendieron la ofensiva para recuperar el terreno que sintieron que les estaba siendo arrebatado. Y empezó una guerra de la que hemos visto batallas varias en el Perú –que son analizadas en la segunda parte del libro– pero que dista de haber concluido.

Juan Luis Cipriani es el rostro del sector más conservador de la Iglesia. Fue arzobispo de Lima 20 años y, según el libro, “marcó a fuego la imagen de la Iglesia peruana”. ¿Se debió a su gran presencia en la política peruana?

Como Gutiérrez, Cipriani fue un político, ahora caído en desgracia. Pero su poder fue enorme al unirse desde Ayacucho al gobierno de la dictadura para contar con el respaldo del César, organizar a sus huestes –”Con mis hijos no te metas” tuvo su patrocinio– en agrupaciones aguerridas, al belicoso estilo personal del arzobispo, y prodigarse en los medios de comunicación: espacio sabatino en RPP y columna en El Comercio, de donde fue echado por plagiario. Como Gutiérrez, Cipriani anticipó una sociedad, pero la suya era la que volvía al “orden” en el contexto de un curso político de derecha.

Otro cambio que se ha dado en las últimas décadas es la disminución de los fieles católicos y el avance de las iglesias evangélicas. ¿A qué se debe este fenómeno?

Cuando menos en parte, la identificación de la Iglesia católica con los intereses prevalecientes en este mundo explica el boom de las iglesias evangélicas. Ese fue el grito de Lutero cuando en el siglo XV clavó su proclama en las puertas de un templo. Él era un fraile católico agustino que, escandalizado por el entendimiento entre la jerarquía eclesiástica y las jerarquías sociales, económicas y políticas, inauguró una disidencia. Ese grito ha sido recogido por una fracción minoritaria de los grupos evangélicos, que se apartan de los “poderes terrenales”. Pero la mayoría son conservadores, en buena medida desilusionados del doble lenguaje de la Iglesia católica, de la falta de consecuencia que es propia de muchos de sus fieles que, hipócritamente, se golpean el pecho en la misa y llevan una vida ocupada por el pecado.

¿Cómo ve la actuación o la presencia de la Iglesia peruana en la coyuntura actual? ¿Está atenta a los temas que le importan a la ciudadanía?

Con ocasión del conflicto armado interno y de sus víctimas inocentes, un sector de Iglesia ha sabido responder con fidelidad al Evangelio, mientras otro ha recurrido al silencio o la indiferencia para no cuestionar a un sector de quienes mataron, al tiempo que condenaban al otro. El primer sector permanece atento a esas necesidades y el otro, no. ¿Cuánto puede prolongarse esta dicotomía sin llegar a la ruptura? La historia de la Iglesia enseña que las fisuras pueden sobrellevarse, sobre todo, porque todos quieren evitar el cisma, del cual unos y otros saldrían como perdedores. Pero el conflicto interno –que no se resuelve porque es imposible resolverlo sin llegar a la escisión– ha recortado severamente el papel de la Iglesia Católica en la escena pública.