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La blanquirroja y los tres goles que alimentan el ánimo de la ciudadanía

El éxito de la selección es un aliciente para que el sentir colectivo no se cocine junto con las disputas de la clase política y las amenazas de la pandemia.

El encuentro entre el cuadro nacional y la Verde hizo vibrar a todo el Perú. Foto: composición LR / Gerson Cardoso
El encuentro entre el cuadro nacional y la Verde hizo vibrar a todo el Perú. Foto: composición LR / Gerson Cardoso

Si bien el ánimo del país está construido sobre la receta de un buen ceviche, a lo largo del recorrido del bicentenario la crisis política también se ha vuelto un ingrediente principal. Por eso, un cóctel de tres goles como los del partido entre Perú y Bolivia representa una liberación de sabores amargos. ¡Salud! Porque cuando el espíritu blanquirrojo mira asuntos de unión en la carta, tiene la opción de disfrutar del platillo del día, bien acompañado de una cerveza o bien de un padrenuestro. Aunque a veces requiera de ambos.

Sobreponerse a la tensión es el compromiso que los hinchas asumen en cada encuentro, cuando comparten una esperanza que nace y muere según el desempeño de la selección. Ese placer de vivir al límite con la angustia tiene un sustento bioquímico: la adrenalina, el neurotransmisor asociado a un alto nivel de alarma, se libera como respuesta a un estímulo específico, en este caso, a un marcador que definirá un sitio en la clasificación al Mundial Qatar 2022.

Y es una angustia que se extenderá a lo largo de los cinco partidos que a Perú le queda por jugar en estas Eliminatorias. El próximo será Ante Venezuela y se desarrollará en Caracas el martes 16 de noviembre. Los restantes están programados para el 2022: el jueves 27 de enero la blanquirroja se disputará con Colombia, el martes 1 de febrero con Ecuador, el jueves 24 de marzo con Uruguay y, finalmente, el martes 29 de marzo se enfrentará con Paraguay.

Los tantos de Gianluca Lapadula, Sergio Peña y Christian Cueva colocan al Perú en la séptima posición, es decir, a dos puestos del quinto lugar, ese atrayente espacio —cual restaurante frente al mar— que le puede dar a toda la ciudadanía la posibilidad de mirar un repechaje para la Copa del Mundo. El fútbol, con su carácter democrático dentro y fuera de la cancha, está logrando algo que la política no: sostener la fe de un país. Los gritos de gol, a diferencia de los de indignación, salen de la garganta y alimentan el pacto entre Gareca, la selección y toda la patria, entendida esta última como la tierra a la que se siente ligado el ser humano por vínculos jurídicos, históricos y afectivos.

Son vínculos que arrastran a la opinión pública hacia una búsqueda de ejes de aliento, y la camiseta es uno de ellos. Noviembre no avanza al vapor de las ollas, sino al ritmo del escándalo, las investigaciones y el cambio de ministros y, además, carga con el recuerdo de un rojo-sangre que cumplió un año: la protesta que desencadenó la renuncia de Manuel Merino y le quitó al país dos nombres propios, Inti y Bryan. El gesto de silencio que le valió una tarjeta amarilla a Cueva es, tal vez, el ademán que cada peruano le hace a la coyuntura durante al menos 90 minutos.

Es un consuelo sano porque sirve para limpiar el juicio y regresar con la intención de hacer una doble lectura frente a las declaraciones de los funcionarios del Estado. Sirve, también, para tejer una cohesión que, si bien no resuelve la crisis gubernamental, sí ablanda el trato entre peruanos: ahora es menor la dosis de rencor hacia el popular ‘Aladino’, quien había quedado en la mira cuando protagonizó una polémica jugada en el encuentro por la jornada 5 de las Eliminatorias Qatar 2022 ante Bolivia y quien también recibió muchas críticas cuando falló un penal y debilitó la expectativa de que Perú llegase a octavos de final en Rusia. Pero esa es otra historia, una que yo alguna vez titulé con “Aún queda mucho fútbol, Cueva”.

El arco a veces es tan amplio como la tensión, pero también puede ser tan inmenso como la alegría al contabilizar un punto más en el marcador, o dos o tres. Queda bajo la potestad de cada peruano que este triunfo se disfrute tanto como un postre nacional, que a veces queda desplazado por los platillos fuertes, pero que no deja de ser delicioso. También es una decisión convivir con la reputación que identifica al fútbol peruano como gitano: las rachas ganadoras y perdedoras son parte de la esperanza que mantiene atenta a toda una nación.