Guillermo Saccomanno: “Los escritores, en general, corren más detrás de la tele que de la literatura”
El reconocido autor argentino conversó con La República sobre su novela “Arderá el viento”, pero también de las influencias literarias y de cómo estás configuran el mundo del escritor. Las respuestas de Saccomanno son para los letraheridos.

Ganador de la última edición del Premio Alfaguara de Novela, el argentino Guillermo Saccomanno estuvo en Lima presentando su galardonada novela Arderá el viento, la cual lo tiene viajando por toda Latinoamérica. Para quienes hemos leído a Saccomanno, podemos dar fe de dos cosas: es un muy buen escritor y no duda en decir lo que piensa. Arderá el viento es una novela de horror, la cual nos pone en primer plano a una familia, los Esterházy, que tranquilamente podría ser una familia de retorcidos, pero que en la claridad (y espesura) de la prosa de nuestro autor, sale de esa calificación inicial para instalarse como reflejo de nosotros mismos. Arderá el fuego no es producto de la moda editorial. El horror en la existencia humana es un factor presente en toda la obra del destacado autor argentino, quien conversó con La República.
-¿Siempre pensaste en un hotel, en este caso el Habsburgo, para ambientar la historia?
-No creo en la inspiración, creo en el impulso. Tenía cerca de casa un hotel abandonado. A mí siempre me atrajeron los hoteles fuera de temporada. En el pueblo costero donde vivo, que ahora ya es ciudad, hay cantidad de hoteles vacíos fuera de temporada y el fuera de temporada es cuando se ve un pueblo, la realidad del pueblo. Porque el pueblo de vacaciones es un pueblo que piensa que la temporada lo va a salvar de todos sus problemas, económicos principalmente.
-El horror, o la maldad, que los Esterházy muestran y que es parte de la leyenda del pueblo en donde se han instaurado, no es un horror propio de un determinado tipo de personas.
-Mi planteo es descreer del bien y del mal, salir de ese maniqueísmo. Juan Carlos Onetti sostenía que todo hombre, los que parecen más perturbados, tiene una zona de pureza que alguna vez sube a la superficie. Creo que nosotros tenemos el componente del bien y el componente del mal. El asunto es qué elegimos. Hay circunstancias en las que actúas a favor de los otros, sos solitario y hay otros momentos en donde impera tu egoísmo. Esto es inevitable. Pero también creo que hay algo que pasa en todos los tiempos, que es el capitalismo. El capitalismo ha usado este predominio de la individualidad. Se terminó lo solidario, cada uno piensa en salvarse, no importa el costo. Y cada uno piensa que da para más y desea tener más.
-Arderá el viento es también sexo, dinero y poder.
-No solo la novela, bajo esa ecuación nos movemos todos. Es el mundo de siempre. Los avances del progreso no han cambiado demasiado la condición humana. No hablo de la condición humana en abstracto, sino de la relacionada con los medios de producción y marcada por el contexto.
-¿De dónde surge tu atención por el horror?
-Me surge naturalmente. Es mi lenguaje natural en la narrativa, una alternancia entre lo culto y lo plebeyo. Esto está en juego todo el tiempo en el lenguaje. Estamos constituidos de lenguaje, y no solo del lenguaje de la tele, que también nos constituye.
-¿Cuál es la crisis que ves hoy con el lenguaje?
-La crisis de representación es política. Ningún presidente representa al pueblo que dice representar. Las palabras ya no dicen lo que quieren significar. Lo que uno dice puede ser tergiversado todo el tiempo. Estamos en un mundo cada vez más ignorante. Pero por otro lado tampoco hay que temer, porque cuando yo era chico, cuando yo era pibe, no todo el mundo leía. No nos engañemos, nos decían que este es un país culto. Mentira. No seamos soberbios. Es decir, algunos leen, a algunos les preocupa la literatura, a otros la pintura, el cine, pero no es nunca la mayoría. Ni tampoco son vanguardia. No hay nada más antiguo que una vanguardia.

"Arderá el viento". Imagen: Difusión.
-En la conferencia que diste a razón de la premiación, te preguntaron por el gótico latinoamericano. Me gustó tu respuesta, porque iba en contra de una moda que saca lustre a un aspecto que siempre ha estado en nuestra tradición narrativa latinoamericana, como el horror y sus variantes.
-Yo no inventé nada nuevo. Mi propósito fue deliberado. Yo creo que uno escribe lo que puede y no lo que quiere. Es decir, uno puede elegir con quién medirse. Yo puedo elegir medirme con Faulkner. No sé si eso lo puedo lograr. Yo creo que no, pero por lo menos la intención vale. Faulkner decía compito o rivalizo con los muertos. A mí me interesa rivalizar con los grandes. Si miras a los contemporáneos, perdés. Ahí también está esa actitud de Kafka cuando postulaba que es más enriquecedor mirar más allá, tal vez a los autores extranjeros y no a los de tu país. Porque si miras en tu país, te quedas en ese coto de casa, donde la feria de vanidades y la lucha de vanidades por una porción cada vez más chica de pizza, pasan cada vez más.
-Lo que has dicho, revela que hay una desesperación por el reconocimiento.
-Los escritores, en general, corren más detrás de la tele que de la literatura. Están más preocupados por la figuración que por su quehacer. Yo ahora estoy recorriendo muchas ciudades por lo del premio Alfaguara, pero si me preguntas dónde quiero estar, mi respuesta es Villa Gesell, el pueblo donde vivo, el pueblo que me da disparadores para la literatura, para la poesía, donde siento que pertenezco y he escrito la mayor cantidad de mis libros.
-¿Arderá el viento le debe algo al estilo y el mundo de Onetti?
-Cuando escribí la novela, tuve dos novelas de cabecera: El astillero y Los adioses. Y ¡Absalón, Absalón! y El sonido y la furia de Faulkner. Son autores que están conmigo desde los 16 años. Muchos de los autores latinoamericanos, del boom en especial, estaban mirando esa otra literatura. Si pensamos en García Márquez, él reconoce que es un discípulo de Faulkner. La creación de Macondo viene de Yoknapatawpha, el condado imaginario de William Faulkner. En ¡Absalón, Absalón!, se incorpora un mapita, un plano, donde se ubica Jefferson, la capital del condado de Yoknapatawpha. Si lo llevas a México, te vas a encontrar con Comala, la tierra de Rulfo. Si lo llevas a Onetti, vas a encontrar Santa María, que es una alquimia entre Montevideo y Buenos Aires.
-¿Qué es lo mejor que le ha pasado a la narrativa latinoamericana?
-Roberto Bolaño es lo más importante que le ha pasado a la literatura latinoamericana. Es un escritor con el cual siento una particular afinidad, aunque nuestras prosas no se parezcan. Bolaño tiene una actitud antisolemne, de petardo, que estaba haciendo falta, que tal vez el boom la tuvo, porque el boom vino a estremecer el panorama conservador, aquietado de la literatura latinoamericana, más apegado al provincialismo, al terruño, más ligado al regionalismo. Me gusta la insolencia y la hibridez de Bolaño, que pasa de un registro a otro con naturalidad. “Sensini” es un cuanto clave para entender a Bolaño.
-La figura de Bolaño es muy atractiva. Muchos quieren ser como él.
-Pobrecitos. Bolaño es Bolaño, es como los que quieren ser Borges. Borges es Borges. Uno escribe para saber quién es, entonces si no empezás a indagar en el conócete a ti mismo, difícilmente vas a poder llegar a otra cosa. Tenés que ver cómo te constituyen las influencias. Yo vengo de la historieta, de la publicidad, y es una influencia. Como escritor quiero contar una historia y reivindico la manera de contar una buena historia. Hoy las novelas son temáticas y eso las vuelve tontas. Novelas de la pandemia, las guerras. Ya basta.
-Arderá el viento es la historia de un pueblo pequeño, pero el nervio es universal.
Mi canon no ha cambiado. Yo cuando era chico, quería escribir como determinados autores, como Vargas Llosa. Pero yo sé que nunca me va a salir una Conversación en La Catedral, que es una obra monumental, donde se pensaban los textos como totalizadores en construcción del mundo. Totalizadores quiere decir querer contarlo todo. No se puede contar todo, no se puede narrar todo. Esta era una ambición que tenía la novela de los 70, lo vimos con Vargas Llosa y García Márquez. Por eso hay algo muy interesante que es contar un pueblo. Yo me invento un pueblo y voy a tratar de contarlo. Ese pueblo es mío, totalmente mío, es privado, y hago en él lo que quiero. Con lo cual se cumple una regla clásica, que era describe tu aldea y describirás el mundo. La relación del uno con el todo.















