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Cultural

Gabriel Mamani: “El buen dolor de la cumbia es bailable”

El escritor boliviano, Premio Nacional de Novela 2019 de su país, estuvo en Lima invitado por la Feria del Libro Ricardo Palma. Entre otros temas, habla sobre su filiación con la música.

El escritor comenta sobre su obra y narrativa. Foto: difusión
El escritor comenta sobre su obra y narrativa. Foto: difusión

Confiesa que desde la infancia su vida ha sido sacudida por la música, sobre todo por la cumbia boliviana. Precisamente, una de sus novelas, El rehén (Ed. Dum Dum), en donde un padre simula un secuestro de sus propios hijos, la cumbia marca el ritmo narrativo de la historia. El escritor boliviano Gabriel Mamani Magne (La Paz, 1987) llegó a Lima como invitado la Feria del Libro Ricardo Palma. Trajo consigo, además de El rehén, la novela Seúl, São Paulo, en la que aborda la migración boliviana, en la tensión de los que quieren irse y de los que buscan regresar. En el trasfondo de sus historias siempre emerge el rostro de su país.

Gabriel Mamani se ha echado al bolso todos los premios que se otorgan en su país, entre ellos, el Premio Nacional de Novela de Bolivia 2019.

-¿Estudiaste Derecho, pero la literatura era una deuda pendiente?

-Más que una deuda era una necesidad que estaba muy presente y había que hacerle caso en algún momento. Ya, en tercero de Derecho, me fui dando cuenta de que necesariamente iba a terminar en la escritura, en la academia.

-Has dicho que la teoría del Derecho es magnífica, pero la práctica jurídica es los más repugnante que conoces. ¿Ha nutrido tu narrativa?

-Fíjate, siempre hablo mal de la Facultad de Derecho de Bolivia, incluso en otros países, le hago mala fama, pero no voy a negar que me aportó mucho en la experiencia de lidiar con lo más cotidiano, lo más terrenal. Imagínate si yo hubiese estudiado solo literatura, hubiera vivido en un castillo de naipes, de libros, sin contacto con lo que pasa. Yo pienso que lo que pasa en la Facultad de Derecho en La Paz es como una visión, en escala mínima, de lo que pasa en el país. La universidad te pone en contacto con la gente, conoces la corrupción, la borrachera, la miseria, el acoso, el autoritarismo. Creo que, en ese sentido, si bien no cuento exactamente lo que me pasaba ahí, creo que la sensibilidad de esas emociones, el contacto con el mundo real burocrático, paceño, como sede de Gobierno, todo eso me ha ayudado vivencialmente a entender cosas que luego he llevado al papel.

-¿Te ha permitido una visión más sociológica para tu literatura?

-Más que sociológica diría una rabia, una rabia de ver tanta injusticia, tanta corrupción, y sobre todo, a un acercamiento a lo que es mi país. Uno, como intérprete de lo que pasa, como intérprete de la realidad, tienes que conocerla, no puedes darle las espaldas y meterte en una biblioteca.

-Has dicho que la música viene de tu infancia y marcó tu escritura.

-Totalmente. Para mí la música es algo bien vital, es una compañera desde que tengo memoria, ya sea de manera voluntaria o involuntaria. Cuando tú eres niño, tú no eres quien pone las canciones, la escuchas en la calle, en el micro, en el taxi. En el barrio donde yo crecí, que era una parte elevada, como un mirador de la ciudad, veía a la gente con sus parlantes grandes, escuchando cumbias, música folclórica, a todo volumen. El recuerdo que tengo de mi infancia es muy musical, mucha cumbia, morenada, música en inglés. Ah, pero cuando vas creciendo, y eso me parece un acto de independencia, ya eres tú quien pone play, el que escoge la canción, sea porque ya tienes tu equipo de música, tu music player, es cuando tú vas escogiendo tus caminos musicales.

-Aquí a la cumbia se la llamó chicha peyorativamente. ¿Ocurrió los mismo en Bolivia?

-Desde mi punto de vista, ahora está más contaminado por la academia, por el modo cultural, que intenta no ver el mundo con ese prejuicio, pero, en su momento, sí. La cumbia era la música popular, como una red flag que viene de una clase obrera, popular, indígena y fue blanco de críticas. Por mucho tiempo se la estigmatizó, como pasa con cualquier fenómeno musical popular, como el reguetón, rock, jazz. Yo mismo hacía esa separación, como te comentaba, en la adolescencia, en esa época de rebeldía, yo diría rebeldía neoliberal, intentaba pasarme de lo folclórico, de la cumbia, para abrazar más lo que consideraba mejor o global. Hoy en día hay mucha más aceptación y la cumbia se ha impuesto como solo ella podía hacerlo. Puede no gustarte la cumbia, pero a tu alma le va a gustar, porque sus letras son bien sentidas.

-¿Qué entrecruza sus letras, por qué le gusta a la gente?

-Por muchas razones, primero, porque la cumbia está en todos lados. En mi libro El rehén, el que maneja una combi, escucha mucha cumbia. Segundo, porque creo que la cumbia rememora experiencias pasionales de una forma muy directa y eso le gusta a la gente, además tiene un ritmo. Como te dije, a ti no te puede gustar la cumbia, pero a tu alma y al cuerpo le va a caer muy bien.

-El buen dolor de la cumbia…

-Exacto. Eso lo digo en el libro, el buen dolor de la cumbia es bailable.

-En Seúl, São Paulo, abordas la bolivianidad. ¿Bolivia es como la luna, tiene dos caras, una cosa es La Paz y otra Santa Cruz?

-Yo diría que tiene como cincuenta caras, pero, claro, las caras hegemónicas son la cara andina, que es la base sobre la cual se ha construido la identidad boliviana, pero también está la Bolivia amazónica. Fuera de esos dos polos hay más rostros, como el sur o el norte boliviano. Creo que cada país escoge de que rostro aferrarse para su autoestima nacional y también para su faceta turística, como el Perú, que vende una imagen turística, pero es mucho más que Machu Picchu. Lo mismo pasa en Bolivia, es una amalgama de rostros, identidades y voces, pero dentro de Bolivia no todos esos rostros son conocidos.

-En el Perú, por ejemplo, la figura de Garcilaso ha homogeneizado la diversidad bajo la función del mestizaje. Hay quienes piensan que el mestizaje resolvió los conflictos, pero no, subsisten.

Sí, claro, el mestizaje es una trampa. El mestizaje te hace creer que somos una mezcla, y es cierto, puede ser mezcla cultural, lingüística, etc., pero eso no implica que no haya conflictos internos. Que exista el mestizaje, no quiere decir que todos estemos de la mano. Yo siempre veo al mestizaje como un escudo para decir no soy tan indígena. Como no se puede alcanzar la blanquitud, qué te queda, ser mestizo. En Bolivia se lo usa para decir que no hay problemas, pero sí los hay.

-En Seúl... se planeta el boliviano que se queda y el boliviano que quiere volver, ¿el desarraigo?

-Como siempre digo, la migración marca mucho a la identidad boliviana porque no es lo mismo una familia en donde el papá está viviendo contigo y otra en que el papá tiene que irse a Chile para trabajar en lo que sea para mandar plata. Ese éxodo boliviano también hace parte o va formando nuestra idiosincrasia y es un fenómeno que de alguna forma yo he intentado retratar en el libro.

-Has dicho que Bolivia es un país de las mentiras…

-Sí, yo creo que cada país se va contando sus ficciones así mismo para entenderse y soportarse. Una de esas ficciones sería el mestizaje.

-Finalmente, ¿cómo dialogas con la literatura peruana, con tus coetáneos?

-Hay un autor peruano que me gusta mucho, es Marco Avilés, con su libro De dónde venimos los cholos. Marco siempre está hablando de sus obsesiones étnicas, identitarias, que me parecen fundamentales. Cuando leí su libro, dije ‘guau’, por qué no escriben un libro así en Bolivia. Me siento muy emparentado en la temática y en la militancia con él. Me gusta mucho también Gabriela Wiener y su libro Huaco retrato, que tiene una edición boliviana muy linda. También toma el tema de la migración, pero le suma temas de sexualidad, peruanidad, el ser una sudaca en España. Otro autor consagrado es Julio Ramón Ribeyro. Yo he aprendido mucho de él, la concisión, el ingenio para la frase. También un poco su vida errática de escritor, que siempre viaja. Cuando me siento perdido, vuelvo a sus Prosas apátridas o a sus diarios, como La tentación del fracaso. Es un autor, que más que influencia, lo veo como un cobijo. O sea, cuando siento que estoy haciendo mal, vuelvo a los que saben, a los maestros. Ribeyro es un maestro.