Cultural

Claudia Piñeiro: “Si no obedecíamos, no éramos buenas mujeres”

La escritora argentina es invitada de la Feria Internacional de Libro de Lima. Su última novela, Catedrales, narra la dramática historia del feminicidio de una adolescente.

La historia es dura. Ana, una adolescente que estuvo enamorada de un hombre mayor, aparece muerta, descuartizada y quemada, en el escampado de un barrio. La víctima es la hija menor de una familia católica. Nadie sabe ni investiga el crimen hasta 30 años después, en que empiezan a revelarse los hechos. La novela se llama Catedrales (Alfaguara) y su autora es la argentina Claudia Piñeiro, invitada a la 25 Feria Internacional de Libro de Lima.

Para Claudia Piñeiro, con quien dialogamos vía online, el tema del abuso contra la mujer siempre está en sus libros. Es verdad, en Tuya, el tema es del aborto; en Las viudas de los jueves, es la violencia doméstica; en Una suerte pequeña está el destino de no ser madre y en Elena sabe, el aborto y la religión. Claudia Piñeiro, además de escritora, es una activista proaborto. Esta novela apareció cuando en su país se realizó un debate público sobre el tema y su posición se ha notado más.

“En esta novela, la mezcla de lo que yo pienso y digo como escritora y lo que pienso y digo como activista es más evidente y también es más brutal porque pasaron algunas cosas que me hicieron marcas que de alguna manera se reflejan en la novela”, explica la escritora.

Y antes de echarnos a hablar de Catedrales, hace una precisión: “Cuando desde el movimiento feminista pedimos que la ley de aborto sea gratuito, no es para que todo el mundo se lo haga, sino es para que una mujer tenga la posibilidad de evaluar y hacerlo dentro del sistema sanitario. Evaluarlo, hacerse el aborto o no”.

En la historia de la novela hay un asesino, pero la sociedad, en tanto se olvida del crimen, es cómplice silencioso.

Yo creo que cuando uno analiza los crímenes que se dan en determinadas sociedades, también se debe analizar las sociedades en donde se cometen. En Estados Unidos, un tipo toma un arma y mata 40 personas en un patio de un colegio.

Eso en nuestros países es más difícil. Nosotros probablemente no podemos comprar un rifle por distintos motivos, pero en mi país ha habido 30 mil desaparecidos, crímenes de mujeres que después de 30 años no sabemos qué pasó, entonces uno tiene que analizar por qué una sociedad soporta determinados crímenes. No es que seamos responsables directos, pero algo pasa como sociedad para que sigan impunes o sigan sucediendo.

Que la narración del crimen tenga varios puntos de vista según cada miembro de la familia, ¿ha querido instalar en cada uno de ellos las distintas formas de pensamiento que hay en la sociedad?

Hay siete personajes que dan su voz, eso, además del punto de vista, tiene ver con la responsabilidad que a cada uno le toca en el crimen. No todos son iguales de responsables en la muerte de Ana. Es verdad, hay un arco de pensamiento.

El arco está armado desde la vinculación con la religión, desde una mujer que 30 años atrás, desde que aparece su hermana muerta, se da cuenta de que está unida a la religión falsamente, pues es atea, pero fue criada en una familia muy católica y nunca se atrevió a decir que no cree. Pero también está su hermana, una furibunda católica activista. En ese sentido, yo quise trabajar con una de las tantas religiones que hay, la que conozco, porque mi familia era católica, pero yo soy atea. Entonces, está el fanatismo, aunque muchos vemos fanatismos en otras religiones y no queremos ver el fanatismo religioso de gente que tenemos a nuestro lado.

Está también la formación social que inculca subliminalmente que la mujer debe ser obediente para ser libres...

Las tres hermanas fueron formadas en la misma familia y cada una de ellas después será según su personalidad. Ana era la más chica, la más libre y eso también le jugó una mala pasada porque, a veces, cuando se es más chica, como le pasó a ella, el amor romántico la llevó a creer que estaba enamorada. Y la hizo tomar decisiones que seguro no eran las más acertadas.

Ana es el resultado de una educación sentimental que apuntaba a la sumisión.

Absolutamente. Sabe, es un tema sobre lo que estoy trabajando mucho. Ahora, en la pandemia, tuve que dar muchas charlas y ver cómo instituir una nueva educación sentimental. Mi generación, incluso generaciones más chicas que yo, hemos sido construidas a través de una educación sentimental que te enseñaba que para ser mujer y amorosa, para que un hombre te desee y te quiera tenías que ser de un determinado modo. Ahora hay autoras que están planteando otra educación sentimental, entre ellas, Samanta Schweblin, que cuando se ponen a contar el mundo cuentan desde un punto de vista muy diferente de lo que es el rol de la mujer.

Una educación sentimental que venía, muchas veces, de las telenovelas...

Así es. Pero no solamente en el hecho amoroso, sino va más allá, por ejemplo, la cantidad de trabajo gratuito que las mujeres le damos a la sociedad. Nos la pasamos así durante mucho tiempo y lo seguimos haciendo porque nos hicieron creer que si no hacíamos eso, no éramos buenas mujeres. O sea, cuidar a nuestros hijos, a los adultos, al hombre que está en la casa, para que pueda trabajar tranquilo, si no hacíamos eso, si no obedecíamos, no éramos buenas mujeres. Hoy, por suerte, está cambiando un poco eso. Por suerte, hay generaciones en las que los hombres son absolutamente conscientes de esta situación y se reparte estos roles.

Volvamos a la novela. ¿El golpe que recibe Marcela que le produce amnesia es una metáfora sobre ese olvido de los crímenes por la sociedad?

Sí, tiene muchas cosas para pensar. Primero, el tema de la memoria. Cómo esta persona que no tiene memoria hace un esfuerzo extraordinario por tenerla y da a entender lo importante que es tener memoria. Muchas veces, los que tenemos memoria, borramos.

Decir que la novela es un thriller es restarle la fuerza dramática. Va más allá.

A mí me parece que es la historia de una familia, como dice el inicio de Ana Karenina, “Todas las familias felices se parecen unas a otras, pero cada familia infeliz lo es a su manera”. Se trata de la historia de una familia que se quedó desmembrada a partir de una muerte injusta y que se pudo evitar. Lo demás, como la intriga policial, creo que es la excusa para llevar adelante el suspenso y la trama, pero, en realidad, lo que está de fondo es el drama familiar y cómo sus miembros se hacen cargo de este trauma. Mateo, el nieto, dice: “Mi familia tiene una cicatriz y cada uno la lleva como puede”. Esta novela es la historia de esas cicatrices.