Los ecos de la Semana Santa todavía se escuchan en la redacción de Rumbos. De allí nace esta historia del Viernes Santo en un pueblo de la región Junín.,Luis Pérez / Revista Rumbos Madrugada fría a 3 609 m.s.n.m. El silencio de sus estrechas callecitas, es interrumpido por el tañido de la campana de la Iglesia Matriz; entonces, empieza el alboroto de los fieles en sus hogares, ante el primer anuncio que los invita a participar de los actos religiosos del Viernes Santo en el pueblo de Canchayllo (Jauja, Junín). PUEDES VER: Loreto: artesanos son capacitados en los Jueves del diseño artesanal La luz de las velas rompen la oscuridad en el templo de Canchayllo. Foto: Ángel Chávez Las campanas vuelven a tañir. Se repite la convocatoria. Apresurados, los pobladores -adultos y niños- cogen sus coloridos chullos y ponchos, antes de salir volando de sus casas. Caminan. Alargan sus pasos. Quieren ganarle al tercer y último llamado. Faltando unos cuantos minutos para las 3:00 de la madrugada, ingresan al templo. Las campanas retumban tal vez en señal de triunfo. Han logrado su objetivo. “Como quejarme de mis pies cansados cuando veo los tuyos destrozados / como mostrarte mis manos vacías cuando las tuyas están llenas de heridas”, entona César Sobero frente al Cristo Crucificado del altar mayor. Todos los acompañan. Así, a falta de una Santa Misa, entre cantos y rezos, elevan sus plegarias al cielo por más de una hora. Concluye la ceremonia. Se espera el inicio de la procesión. Aunque parezca inusual, la Virgen María y el San Miguel Arcángel son las imágenes quienes salen a las calles. “No tenemos un Cristo en una urna, pero nuestra fe está en él”, revela Ricardo Rojas, mientras enciende la vela con que iluminará el camino por el que serán llevadas las andas, entre c antos y rezon. Sí, tampoco hay banda de músicos. Sabores de fe Madrugada de fe, a pesar del frío los pobladores esperan el inicio de la procesión. Foto: Ángel Chávez Amanece. La Virgen María y San Miguel Arcángel retornan al templo. Los mayordomos ofrecen mates. Algunas mujeres no participan. Con rapidez, se van hacia sus cocinas. Y es que ellas deben preparar las mazamorras que se compartirán al mediodía en la loma El Calvario, luego de la escenificación del Vía Crucis. Descalzas, llevan sus preparados al destino de la crucifixión. Son siete variedades. Son siete sabores que endulzan el Viernes Santo. Esa tarde reflexiva es cerrada con la recolección de las flores silvestres que serán utilizadas para la elaboración de concentrados florales para bañarse o, mejor dicho, purificarse en el Sábado de Gloria y el Domingo de Resurrección. Así son las costumbres por aquí. Rostro de fe. Foto: Ángel Chávez