Reedición de su poemario incluye cartas, fotografías y textos nuevos. Misivas a su madre, poemas manuscritos e imágenes recoge Pedestal para nadie. Pedro Escribano. Parece increíble, pero en la mesa de una joven editorial peruana –Mesa Redonda– se han sentado, editorialmente hablando, dos grandes poetas del 60: Luis Hernández y Javier Heraud. Del primero se ha publicado La soñada coherencia y del segundo Viajes imaginarios, ambas ediciones pulcras, con textos y fotografías inéditas, verdaderos rescates y primor editorial. Ahora, a esta reunión de poetas de Mesa Redonda, se suma César Calvo, de quien se reedita Pedestal para nadie (Premio Nacional de Poesía 1975). El libro incluye además textos propios, cartas y fotografía inéditas, algunas de las cuales mostramos como primicia. “Tenemos suerte. Los muertitos nos tocan la puerta, y lo agradecemos. A Hernádez ni Heraud lo buscamos. Tampoco a Calvo. La familia, confió en el trabajo y respeto con que tratamos la memoria de nuestros poetas”, explica Sandra López. “En julio pasado –agrega Sandra–, Germán Carnero Roqué llegó a nosotros por otro asunto, nos puso en contacto con Nanya y Helwa, hermanas del poeta. Así empezó esta edición”. Carta inédita del poeta Barranco, 23/12/ 1964. Queridísima madre: te escribo desde 20 minutos de distancia, desde una larga calle que da al mar, bordeada de árboles, hermosa como tú, y como tú transida de una amarga alegría. Quiero solamente decirte algo que sabes: gracias. (Lo hago por escrito para no emocionarme demasiado, y porque también he heredado ese tu dulce modo de callar ante lo que se ama verdaderamente, como si un mismo nombre nos cerrara los labios). Gracias por ser mi madre. Gracias por los hermosos hermanos que me diste. Gracias porque estás viva, y porque puedo verte y tocar tus cabellos, y porque puedo pensar en ti todas las noches, todos los días, y aplacar con tu imagen mis amarguras de hombre. Por ti soy poeta, y por ti vivo. En tu nombre me levanto diariamente, y en tu nombre sufro y soy feliz. Y en tu nombre respiro el aire de esta noche, y contemplo la luna, y que amo la vida, la libertad, el mar, porque tú me lo enseñaste. No quiero decir más. Nada más sino este beso sobre tu frente, sobre tu vida incomparable. Te ama eternamente, tu hijo. –César. Madrigal Y de pronto amanece. Nuevamente es noviembre que amanece en tu piel. La luz sobre las ruinas pasa y canta. Yo escribo. Alto sol de papel. El sueño que en el musgo de la noche resbaló como un pez. La extenuada costumbre de las olas. El espejo apagado donde ayer. Y la luz que nos vuelve, que nos luz. (sic) Ada Esther. Qué clara así tu sombra bajo un cielo de miel, en la clara ventana donde hace 3 silencios esta mar navegué. Es como si no hubiera muerto nadie. Es como si en la tierra amaneciera por la primera vez. (Nov. 62)