La Amazonía no tiene retos, en verdad, ni siquiera tiene problemas. Los problemas de la “Amazonía” son de los peruanos y, en especial, de los que viven o dependen de ella. La naturaleza “no sufre” y nada “le duele”. Si la aprovechamos mal, es decir abusivamente, el sufrimiento es sólo para nosotros, los humanos habitantes en ella o alrededor de ella. Dicho eso, queda en pie que si seguimos maltratando la Amazonía como lo venimos haciendo hace miles de años, y peor, como lo hemos hecho en el último siglo, estamos pisoteando nuestro propio futuro. Esto es poco alentador.
Nuestros retos, como ciudadanos del Perú, es comportarnos con la naturaleza amazónica de una forma tal que ella siga dándonos sus beneficios, es decir servicios ecosistémicos y bienes, en forma estable y duradera o, como se dice, “sostenible”. Es decir que, los peruanos debemos comportarnos “bien”, aplicando el sentido común a través de políticas, leyes y planes que sean realmente aplicables y, principalmente, aplicados. En efecto, existen miles de políticas, planes y dispositivos legales de toda jerarquía, de los buenos y de los malos, inclusive internacionales, que raramente o jamás se aplicaron a cabalidad.
Por eso, los grandes retos peruanos con relación a la Amazonía siguen siendo: (i) resolver o disminuir mucho la informalidad y la corrupción; (ii) construir una política sensata, consensuada y simple y transformarla en pocas leyes, claras para todos; (iii) recordar que no hay progreso sin orden y aplicar efectivamente que “no ... es no”.
El resto es bien conocido: (i) fijar un límite a la deforestación, que no debe pasar del 20% de la región; (ii) usar con más intensidad toda la tierra deforestada, más de 12 millones de hectáreas y, así, aumentar la productividad (iii) proteger y/o manejar rigurosamente las áreas naturales que quedarán y, (iv) cobrar lo justo por los servicios ambientales que sirven a toda la humanidad.
Bajando a temas más concretos, para que los peruanos disfrutemos por siempre de la Amazonía que conocemos, se debe admitir que: (i) lo deforestado, deforestado está y que la inseguridad sobre la tenencia de la tierra agrava su mal uso; (ii) que la tierra sin bosques puede y debe ser aprovechada y, más aún, que se sabe bien cómo hacerlo; (iii) que los pueblos indígenas tienen derechos ancestrales que deben ser reconocidos pero que ellos son gente como los demás; (iv) que las plantas son plantas y que por tanto el eucalipto o la palma aceitera no son ambientalmente peores que el achiote, el camu camu o la caoba cultivados; (v) que si bien es un crimen derrumbar un shihuahuaco de mil años no lo es talar un cedro de 30 años... cada caso es un caso cuando se maneja el bosque; (vi) que el petróleo, el gas y el oro no pueden ser aprovechados sin impactos ambientales negativos, pero los necesitamos y hay formas demostradas de extraerlos con daños limitados o tolerables; (viii) que las carreteras son las más riesgosas de las alternativas de comunicación en la Amazonía y que hidrovías y ferrovías deben ser favorecidas y; (ix) que cueste lo que cueste, debemos invertir más en las áreas naturales de protección integral, pues son nuestra reserva de recursos genéticos y nuestro vínculo arcaico con nuestro origen.
La reflexión final es que en la vida nada es completamente blanco o negro, que todos los extremismos son peligrosos, que lo perfecto es imposible o durable y que la Amazonía ideal es apenas utopía. La verdadera Amazonía debe ser construida posiblemente sin escapar de la amplia gama de los tonos grises. De lo que no hay duda es que la Amazonía no desaparecerá, pero que si persistimos en nuestros maltratos ella puede, eso sí, dejar de ser nuestra amiga... y ya está muy molesta.
[CONTENIDO PATROCINADO]