Un día después que la presidenta del Congreso, María del Carmen Alva, racializara las diferencias de clase (“blancos e indios, ricos y pobres”), quiso reformular su idea al decir que “el país es de todos, somos un país mestizo”. Ese mismo 11 de julio el programa “Enfoques cruxados” reunió a una mesa de diálogo en la que se dijo, entre otras cosas, que “somos criollos, mestizos, todos somos mezcla”. Una alabanza al argumento de lo plurinacional y multidiverso.
Aunque en el Censo Nacional de 2017 hecho por el Instituto Nacional de Estadística e Informática (INEI) seis de cada diez peruanos se percibieron como mestizos, se trata de un prototipo de ciudadano común ideado por las élites políticas en las primeras décadas del siglo XX. Al perder la guerra con Chile se recae en que la derrota fue por la heterogeneidad de la nación, sumamente fragmentada —como ahora, centralizada y con 205 conflictos sociales solo en mayo de 2022, según la Defensoría del Pueblo. Fue entonces que el “mestizo” en tanto concepto uniformizador se elabora.
Este diario consultó a los historiadores José Ragas y Antonio Zapata para una visión coral del asunto y a la investigadora de diversidades Ana Lucía Mosquera Rosado para ahondar en lo compleja que resulta una palabra repetida en los círculos elitistas que hablan de una supuesta unidad nacional: la ‘inclusión’. También se revisó la producción académica del profesor y especialista en teoría poscolonial y culturas afrolatinoamericanas Marcel Velázquez.
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1883. Perú pierde la guerra con Chile. La generación posterior de intelectuales —pertenecientes a la élite urbana costeña— advirtió que el país era demasiado diverso y que por su amplitud poco articulada se explicó, en parte, la fallida disputa del territorio.
Para resolverlo fue “necesario fomentar el mestizaje, definir el mestizo como el tipo nacional y propender a que ese tipo nacional sea el mayoritario”, dice Antonio Zapata a La República. El también investigador principal del Instituto de Estudios Peruanos (IEP) rememora que aquel grupo de pensadores se abscribió al arielismo, definida como la creencia de que la civilización latina es superior espiritualmente a la estadounidense.
Esa base ingresante a la Universidad Nacional Mayor de San Marcos en el año 900 responde a sus profesores positivistas, que entendían a la ciencia a partir del cúmulo de datos sin interpretación alguna. Como cuenta Zapata, los José de la Riva-Agüero y Osma, Víctor Andrés Belaúnde, los hermanos Francisco y Ventura García Calderón, entre otros, fueron vitalistas, que fue “una reacción espiritualista”.
Fue Riva-Agüero quien dijo que el mestizo sería “físicamente carne y músculo indígena y alma occidental”, como cuenta Zapata. Había que educarlo en un afán modernista pero preservar su fenotipo, pues “siempre sería un cholo (imposible cambiarlo)”.
En su texto “Miedo a la igualdad”, el historiador Marcel Velásquez escribe que “ser mestizo era olvidar los ancestros indios, amazónicos o negros, nunca los antepasados occidentales. La fantasía de un país mestizo o el triunfo de todas las sangres presuponían una mezcla estabilizada sin conflictividad social”.
De hecho, contactado por esta redacción, José Ragas recuerda que la figura del mestizo trató de “mirar hacia Europa” con pretensiones de “reconciliación”, como si “las excolonias (volvieran) a ser parte de este concierto mundial reafirmando sus vínculos con España”. Se propone entonces, a su juicio, “una versión mucho más light del hispanismo”.
Fue Luis Alberto Sánchez quien “plantea que el Perú está caminando al cholo”, como dice Antonio Zapata. Al describir el prototipo postulado, el historiador dice que fue urbano y afro, todavía no andino.
Aníbal Quijano, años después, en el país de los 60 y 70, comienza a hablar de la cholificación de las zonas urbanas, también descrita por José María Arguedas. Zapata precisa diferencias entre el cholo de Sánchez y Quijano: “no es que haya hecho una mezcla (como antes) sino que usa dos herramientas, y por eso el cholo sería súper cholo (...) la tradición viva y la apertura a las nuevas ideas, tecnologías, etcétera”.
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El 75% de las víctimas del conflicto armado interno, término acuñado por la Comisión de la Verdad y Reconciliación (CVR), fueron quechuahablantes campesinos, esos mismos peruanos que se pretendía incluir en el ideal de mestizo. Para José Ragas la violencia política de los ochenta “desaparece esta idea de que puede haber integración”.
Antonio Zapata recuerda que la pretensión del mestizo fue que el país se encaminase, en algún momento, al amasijo nacional. Eso no ocurrió. Si hubiese sido verídico —continúa—, “las víctimas hubieran sido mestizos”. Al mismo tiempo, “esto evidencia que el problema indígena no había desaparecido, más bien había sido tratado de ocultar con el rollo del mestizo”.
Entonces surgió con el Consenso de Washington la ponderación a lo pluri y lo multi. “Si tú te fijas hace 100 años, la heterogeneidad era la debilidad del Perú porque no era unitario, era demasiado diverso. Por eso nos había ganado Chile. Mientras que ahora, cuando cambian los tiempos, es al revés”, añade Zapata.
El referido censo de 2017 marcó un hito en el Perú contemporáneo. Se incluyó la autopercepción como categoría de opción limitada para que los connacionales marcasen la casilla del pueblo asimilado. La investigadora de diversidades Ana Lucía Mosquera Rosado recuerda aquel proceso “complejo” en conversación con este diario.
Para ejemplificar el calificativo cita el caso de los identificados con los pueblos indígenas. Aproximadamente el 25% del total de encuestados (más de 31 millones de peruanos) se autopercibió como indígena u originario.
“Pero también existen respuestas en las que se incluyen categorías como la comunidad asháninka, awajún, quechua y aimara. No hay un criterio riguroso, en tanto también las culturas son sumamente dinámicas, que permitiría que tengamos una manera estandarizada de poder incluir a todos los pueblos que tenemos en el país”, comenta. Hay, entonces, una problematización en lo que respecta a la siempre fija definición y la diversidad del territorio.
Así lo afirma Mosquera Rosado al decir que el arduo debate recae en “establecer un criterio estandarizado para poder determinar cómo es que nos definimos, qué grupos pueden contar y qué grupos no”. La figura desechable, en cualquier caso, es la del mestizaje, que “se viene utilizando para hablar de una característica natural, adherida, a cómo se experimenta la peruanidad ahora”.
Sostenido por los argumentos de lo pluri y de lo multi, la también comunicadora advierte que “hablar de mestizaje significa dejar de reconocer las identidades particulares de cada grupo”. Es más, “muchas veces se intercambia la diversidad por el mestizaje para hablar de una identidad nacional compartida en la que, en teoría, no deberían existir diferencias (...) y (que todos) pertenecemos (...) a este gran grupo”. Esa percepción posibilita, entre otras cosas, la valoración de la cultura individual en tanto producto rentable que se exporta al mercado internacional.
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“Esa es una explotación que finalmente termina deshumanizando a los mismos pueblos (...) Es un uso utilitario de los pueblos y sus culturas, pero no necesariamente garantizamos que estas personas —que claramente han sufrido desigualdades estructurales — puedan tener mejores condiciones de vida. Ese es el peligro que corremos: trivializar la diversidad en función a lo que nos da es darle un uso utilitario a algo que debería traspasar este plano superficial y garantizar mejor las relaciones entre las personas”, añade Mosquera Rosado.
Para Ana Lucía pasar de un Estado nación a un Estado plurinacional; es decir, de una visión de colonialismo interno al respeto de la otredad “podría ser una vía de solución pero al mismo tiempo un entrampamiento”, puesto que todavía hay definiciones que no se fijan sobre la multiplicidad cualitativa del país.
“El camino tiene que ver con, primero, reconocernos como un país que no es necesariamente mestizo, romper con esta idea del mestizaje como algo que está adherido a todo el mundo. Si bien es cierto el 70% de la población se autoidentifica como mestiza, hay muchas cosas que están pasando dentro de esta categoría: hay personas que no se identifican como nada; hay personas que asumen que, como todos somos mestizos en el Perú, ellas o ellos son mestizos; hay personas que se identifican mestizas porque de pronto su padre es de un grupo, de una cultura y su madre de otro”, dice ella.
Frente a tal escenario hace falta un enfoque intercultural que garantice, como dice Mosquera Rosado, “relaciones horizontales, respetuosas y armoniosas donde las personas en sus diferencias puedan ser valoradas de la misma manera, no en relación a cómo nosotros desde Lima las vemos”.