El retrato de Guillermo Montesinos Pastor es melancólico. Viste con elegancia, usa el bigote distintivo de la época pero su mirada se pierde en el vacío, evitando posarla en el lente de la cámara. Toda esa sensibilidad que muestra explica en gran parte su producción fotográfica, uno de los descubrimientos más importantes de los últimos años sobre este arte en la región Arequipa.
Montesinos (1877-1925) era un aristocrático arequipeño que años después sería abuelo de Vladimiro Montesinos Torres, el exasesor presidencial de Alberto Fujimori. Músico de formación y aficionado de la fotografía, pero en un nivel superior. No disparaba la cámara hacia lo alto del cielo para capturar atardeceres o a la campiña para vender sus obras, como hacían sus contemporáneos, dueños de importantes estudios de la ciudad. Por esta afición tan íntima pocos conocían de su trabajo y legado. Salvo unos, como el poeta Alonso Ruiz Rosas que se deslumbró con parte de sus fotos en grandes y preciosos paneles en la casa de los nietos y herederos, Alfonso y Sebastián Montesinos Belón.
El investigador Andrés Garay relata que Montesinos Pastor construyó cada uno de los paneles con cerca de 12 a 15 fotos reveladas por él mismo. “Son hermosísimas, te permiten viajar al pasado”, describe Garay. El comentario de Ruiz Rosas les sirvió a los investigadores Garay y Jorge Villacorta a buscar esa vasta producción olvidaba en el tiempo. Los nietos les permitieron en el 2012-2013 apreciar el fino trabajo de 8 años en negativos de placas de vidrio, acetato y celuloide. También accedieron a información de su familia y recortes para situarlo en su época. El descubrimiento les permitió publicar “Guillermo Montesinos Pastor: Fotografía (1916-1924)”, con parte del archivo de este incomprendido en su tiempo.
La obra de Montesinos está básicamente dividida en cuatro ejes. Uno de los más potentes son las nubes inmortalizadas en amaneceres y atardeceres. Una fijación que no era del gusto de muchos en su tiempo. “Parece monótono pero no lo es. Es una intención de hacer estudios de luz. Parte de una sensibilidad propia de la expresión, de sus propias inquietudes entre las transformaciones de luz y el paisaje arequipeño”, explica Garay.
También esta su persistencia a retratar los volcanes el Misti, Chachani y Pichu Pichu. Contó una de sus hijas que en cada alba o crepúsculo, Montesinos Pastor, coronaba el techo de la casa ya sea la de Tingo (Hunter) o la de San Juan de Dios (Cercado) para colocarse en un pequeño mirador que construyó para capturar esas bellas presencias. Así de rigurosos era su experimentación en este oficio.
Los interiores de sus viviendas del acaudalado fue otra vertiente de sus obsesiones, como también los paisajes en los alrededores de Tingo, lagunas, torrenteras, árboles, arbustos y la misma campiña. “Tiene Montesinos una sensibilidad propia. También le hemos encontrado que tiene un gran sentido de pertenencia, porque las fotos de su casa, tiene correspondencia con la belleza con el entorno natural, paisajes, nubes y escenas de campo”, explica Garay.
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El hallazgo de Montesinos ratifica una época dorada de la fotografía arequipeña, una constelación de genios que nunca se volvió a repetir. “Lo que ocurrió aquí no ocurrió en otra parte del Perú”, sentencia Garay. Hay todo un universo fotográfico arequipeño, considerado ya como foco artístico de desarrollo entre 1886 y 1926, 30 años de producción artística innegable. Estaban Max T. Vargas, Emilio Díaz, los hermanos Vargas y entre esos años el puneño Martín Chambi, que se formaba codo a codo con esos grandes a inicio del siglo XX.
Pero Montesinos destaca como una nota aparte. Garay describe su obra como contemplativa, poética y expresivo. Nadie como él realizó un seguimiento muy sensible y sutil sobre las variaciones de la luz. “Eso coloca a Montesinos en una analogía con lo que vendría hacer José María Eguren en la poesía peruana, en el sentido vanguardista, porque se desmarca de esa fotografía profesional que están haciendo los grandes genios”, finaliza.