Desde hace casi tres semanas, María contempla a su madre solo a través de una ventana y la escucha por medio del celular. “'¿Estás bien?’ Me pregunta. Y yo le digo: ‘Tranquila, estoy bien. Me cubro muy bien’. Si supiera que ni siquiera tengo un adecuado uniforme”.
María, llamada así para mantener su anonimato, es enfermera en el Servicio de Atención Médica de Urgencias (Samu) del Ministerio de Salud, que cuatro días a la semana, en un turno de 24 horas, atiende posibles casos de Covid-19.
Siete de la noche. Comienza su jornada. Le esperan un promedio de 15 casos. “Puede ser una caída, un embarazo, o un paciente con coronavirus. Todos son sospechosos”. Sin embargo, aún con el peligro latente, no cuenta con el equipo de protección necesario para esta lucha. “Nosotros hemos sido formados para salvar vidas y sabemos que por años hubo pandemias. Esta es una de ellas. Pero pedimos las armas. ¿Cómo mandas a tus guerreros a luchar sin armas?”, se pregunta.
María se coloca un traje descartable que ella misma ha tenido que comprar. También, unas bolsas negras sobre sus zapatos. Le han dado una mascarilla -que le debe durar siete días- y un mandil “muy delgado, el aire lo levanta, solo pesa 45 gramos, cuando el ideal es de más de 60”. Junto a su equipo de trabajo revisan cuáles son los casos. Inician una oración. Entre ellos se dan fuerzas. Frente a un paciente, mantiene la distancia y le pide que por favor voltee el rostro mientras lo evalúa. Se debe cuidar sola.
Guerreras sin armas en medio de la pandemia
Por ello, pide el traje adecuado. “Ese que parece de astronauta”, explica. Su turno finaliza. Llega a casa. Se quita los zapatos. Se desinfecta. Va directo a bañarse. Abre la ventana. Mira de lejos a su madre, quien vive en el primer piso de su vivienda. Saluda a sus dos niños. “A nosotros nos hablaron de Alcides Carrión. Nunca pensé estar en sus zapatos”. Al llegar la noche debe volver a la lucha.
Existen cerca de 100 mil enfermeras a nivel nacional. Ana, quien también ha preferido el anonimato, es una de ellas. Trabaja hace un año y medio en el Instituto Nacional de Salud del Niño de San Borja, un hospital en el que, según cuenta, se decidió que un área del tercer piso sea destinada para atender a posibles casos de Covid-19. Y el servicio de enfermeros jóvenes, sin un contrato fijo, al que pertenece Ana, ha sido el elegido para esa labor. “Solo tenemos un mandil simple, una mascarilla que nos piden que la guardemos por 15 días. Esto ha sido muy improvisado”.
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Ana es asmática, una de las poblaciones vulnerables ante el nuevo coronavirus. Su turno, al igual que el de María, es de 24 horas. “Yo no me considero heroína. Soy de carne y hueso, con miedo de morir, pero tengo que taparlo porque para esto me he formado, para salvar la vida del paciente”. Y ese miedo aumenta aún más porque vive con su sobrina, quien padece de gastritis crónica y con hemoglobina baja. “Siento que puedo ser un vector para llevar la infección a mi casa, a la comunidad”, dice Ana, quien de algún modo, agradece no tener cerca a sus padres ni abuelos. “Mi abuela es como mi mamá, tiene 85 años. Y cuando hablo con ella por teléfono, me dice ‘cuídate, quizá sea la última vez que me estás hablando’”.
Esas palabras la quiebran, pero la pandemia continúa. Se levanta a las cinco de la mañana, prepara su almuerzo, toma el tren y debe caminar siete cuadras hasta llegar al hospital. “Parece que el Perú no valora al enfermero. A veces nos volvemos sacerdotes, porque el enfermo antes de morir busca consuelo. Somos esa última persona que los ve morir”.
Flor (tampoco es su verdadero nombre) es enfermera en el Hospital Edgardo Rebagliati de EsSalud. No hace turnos de 24 horas, pero sí de 12, algunas veces de día, otras de noche. Su lugar es el área de Emergencia, la primera puerta a donde llegan los pacientes que pueden estar infectados.
“Ayer no tenía un glucómetro y acudí a la sala del costado para pedirlo. Allí habían cuatro pacientes. Luego me enteré que ellos estaban a la espera de resultados de Covid-19 y uno dio positivo. Las partículas pueden haberse transportado. El virus ya está aquí”, cuenta.
Ella también pide que las mascarillas adecuadas, pues les están entregando las de uso industrial. “Antes solo nos entregaban gorra y mascarilla. El 18 de marzo, a insistencia de muchas colegas, nos dieron mandilones, pero nuestras mascarillas continúan siendo de uso industrial y no hospitalario. Y no está bien porque no están filtrando las partículas que existen en un hospital”, explica.
Hace unos días, el Ministerio de Salud dispuso acelerar el proceso de entrega de equipos de protección al personal que realiza vigilancia epidemiológica y a quienes atienden en las unidades de cuidados intensivos. “Teníamos un stock que nos iba a durar un mes, pero ahora se va a repartir inmediatamente”, explicó Victor Zamora, ministro de Salud.
Por su parte, las redes asistenciales de EsSalud recibieron implementos de protección enviados desde Lima, para el personal asistencial. El material distribuido consistió principalmente en mascarillas, guantes quirúrgicos, gorros, cubrecalzados, chaquetas, mamelucos, pantalones, lentes y mandilones.