Como diría el poeta Juan Gonzalo Rose, “Para comerse un hombre en el Perú / hay que sacarle antes las espinas, / las vísceras heridas, / los residuos de llanto y tabaco”. Por Por Ybrahim Luna Entonces, cómo hablar de psicoanálisis. No hay problema si miramos hacia adentro, o mejor aún, apelando a nuestra naturaleza latinoamericana, si miramos al espejo que nos resulta más gratificante, el del vecino. Allí seremos testigos casi inocentes de nuestro propio y antropológico reflejo. Preguntar quién es quién en el Perú, resulta una inquietud demasiado usual, pero que de seguro el Reniec no podrá resolver. Uno es lo que es, responderá un desempleado anónimo que no tiene más afecto conyugal que el de su botella de ron. Entonces, empecemos por biología básica. De qué nos alimentamos, de qué se alimenta un peruano promedio sumergido en la vorágine. Pues, para empezar, de carátulas, de portadas, de titulares al paso. Los kioscos son una especie de biblioteca suculenta y tribal que alimenta la córnea de nuestros ojos, ese filtro crítico e ilustrado con el que calificamos los hechos de nuestra vida. Las portadas al paso son el Facebook y el Twitter de los pobres. La prensa peruana, por ejemplo, se ha convertido en un tercer padre, en segundo maestro de nuestro sentido común, incapacitándonos en la mayoría de circunstancias de sacar nuestras propias conclusiones, o de jugar con nuestras propias cartas. Pero, no hemos de preocuparnos por ello, porque la solución estará a un clic de distancia. Estará siempre la televisión para hipnotizar y adormecer nuestros dolores; o, en todo caso, como diría el gran filósofo contemporáneo Homero Simpson: “estará el Internet para criar a nuestros hijos por nosotros”. “Purificarlo a fuego lento. / Cortarlo en pedacitos/ y servirlo a la mesa con los ojos cerrados, / mientras se va pensando / que nuestro buen Gobierno nos protege”. El otro peruano, el de la vereda de enfrente, trabajará más de ocho horas diarias. Cargará más de lo que aguante su espinazo, y todo por sacar adelante a una familia que apenas le sentirá el aliento de cansancio al anochecer. Difícilmente ese hombre les podrá hablar a sus hijos de las extravagancias del Luis Buñuel o de los laberintos enigmáticos de Vargas Vila. Ese hombre habrá de enseñar, sin decir una palabra, que el sudor es una forma de vida, y un probable o único escape a la miseria. “Luego: / afirmar que los poetas exageran”. El peruano también amará el fútbol en proporción inversa a los resultados que éste le pueda proporcionar. Hace décadas seguimos haciendo memoria de los setenta, y homenajeando a quienes estarán cansados de cargar alguna medalla memorable más. El peruano es un ser desprendido y servicial por naturaleza, algo caritativo, amable; claro, siempre y cuando su equipo haya ganado, y por goleada; pero será todo lo contrario si pierde: un carnicero malhumorado que ha apostado parte de su cordura. En esencia un Dr. Jekyll and Mr. Hyde. Un soldado derrotado con un ego colosal. Hemos de ser optimistas en asuntos deportivos, y pesimistas en cuestiones de sacrificio para el progreso. Un profesor decía que todo cambio real se sustenta en las columnas del esfuerzo. ¿Será por eso que nuestro cambio es tan utópico? Habría que preguntarse cuáles son o fueron nuestras bases. Está quien levantará la mano y responderá que somos descendientes del imperio más grande de América, el imperio Inka (con “k”, como lo escribiría Luis Valcárcel). Pero si jactarnos de dicha herencia nos hubiese llevado a algún lugar ya seríamos una potencia en vanidad; pero la verdad es que estamos lejos de concedernos tal reconocimiento. “Y como buen final: / tomarse un trago." En taxidermista resumen nos ubicaremos como peruanos entre los latinoamericanos de Babel, entre héroes de periódico y pícaros de novela, entre julbolistas (sic) de esquina y lobbystas de alto vuelo, entre gallitos de las rocas y gallinazos sin plumas; entre los irremediables clichés de la alegría costeña, el misticismo andino y la festividad selvática. Entre la demagógica y ambigua jerga de un político, y la dulce claridad de un Vallejo. Y seguiremos así nuestras vidas, en este país, con la macondiana certeza de que Dios es peruano, pero el diablo también. Perdonen la tristeza.