Lea la crónica de la degradación al técnico de la Fuerza Aérea Peruana, Víctor Ariza . "Usted es indigno", le gritaron, antes de arracarle todos los distintivos de su uniforme. Ver infografía. Por Ángel Páez. “Te llegó la hora, Ariza” , le dijo el oficial a cargo de la seguridad del establecimiento penal de la base de Punta Lobos, en el kilómetro 59 de la Panamericana Sur. “No he sido notificado por el tribunal militar. ¿Qué van a hacer conmigo?” , preguntó el técnico Víctor Ariza Mendoza. Eran las 5 y 30 de la mañana del martes ocho de febrero. El día estaba fresco, calmo, bello, pero Ariza sospechaba por qué lo sacaban de la celda. “Tienes que ponerte tu uniforme de reglamento. Hoy, en cumplimiento de la sentencia, te degradan” , le respondió el oficial. “Pero, ni yo, ni mi abogada, ni mi familia ha sido informada”, replicó Ariza, a quien el Tribunal Supremo condenó el 28 de diciembre a 35 años de cárcel por el delito de traición a la patria. “Yo solo cumplo órdenes, técnico. Vístase que estamos sobre la hora. Si usted se resiste, la orden es que lo traslade de grado o fuerza. ¿Usted lo comprende?” , contestó, secamente, el oficial. Ariza es el único preso en Punta Lobos. Haberlo confinado allí tiene su simbolismo. En ese lugar, en 1979, el suboficial FAP Julio Vargas Garayar fue fusilado después de haber sido sorprendido espiando para Chile. Ariza lo sabe. El recuerdo, inevitablemente, le encoge el corazón, especialmente de noche, cuando solo se escucha cómo el viento marino golpea las paredes del presidio. La más alta pena El acusado de espionaje a favor de Chile llegó exactamente para el inicio del acto de degradación programado, secretamente, a las 8 y 30 de la mañana. Ariza, hasta el último, protestó. “No he sido notificado. Exijo la presencia de mi abogada”, expresó. Estaba mortificado, pero también asustado. Lo ubicaron en el centro del patio de honor de la Escuela de Suboficiales de la FAP (Esofap). El Alto Mando de la institución, encabezado por el comandante general FAP Carlos Samamé Quiñones , estaba presente, además de todos los alumnos de la escuela y una partida de efectivos encargados de ejecutar la sentencia. La bandera nacional ondeaba, flamígera, altiva, como presidiéndolo todo. Entonces, el juez permanente de la FAP, comandante FAP Fernando Rivera Baca, dio lectura a la sentencia. “Se le impone al técnico inspector Víctor Ariza Mendoza por el delito de traición a la patria en tiempo de paz 35 años de pena privativa de libertad, la misma que vencerá el 29 de octubre del 2044, y se le fija la suma de un millón de soles como concepto de reparación civil. Además, se le expulsa de los institutos armados, lo que conlleva la degradación”, dijo con voz alta y metálica el comandante Rivera, el mismo que durante el proceso interrogó a Ariza. El acusado sentía vértigo. Buscaba evadirse de la situación. Estaba conmocionado. Encajaba cada palabra del juez militar como un puñetazo en la boca del estómago. Y faltaba lo peor. “¡Técnico superior FAP Víctor Ariza Mendoza, sois indigno de llevar las armas!”, exclamó, gritando, el juez castrense. La poderosa y marcial voz retumba en Las Palmas: “¡En nombre de la justicia y de la Nación, os degrado!”. En ese momento, el efectivo de menor graduación, quien había sido entrenado para despojar al acusado de espionaje, se ubicó al frente de Ariza para proceder al episodio más humillante. Pero, antes de proceder, soltó un denigrante discurso. “¡Técnico Ariza, usted ha sido condenado por traidor a la patria! ¡Usted es una vergüenza para la institución! ¡Usted que ingresó por la puerta grande, hoy se va expulsado por la puerta falsa! ¡Usted es indigno de llevar el uniforme y las insignias de la FAP!”, increpó con energía y cierta rabia el suboficial. Humillación a voz en cuello Ariza no movió un músculo. Pero después le diría a su esposa, María Flores Castro, y a su abogada, Raquel Díaz Gastelú, que en un momento pensó que lo dañarían físicamente. “Jamás había sentido tanta humillación, fue innecesaria”, relataría el condenado. Lo vieron tan mal que el juez militar le ofreció asistencia psicológica. Ariza se negó. “¡Eres un traidor y no mereces estar aquí! ¡Por eso eres expulsado de la institución, porque eres indigno !”, chilló el suboficial. “Haga lo que tenga que hacer”, repuso Ariza, en un intento por apurar el acto. Entonces un efectivo arrancó el redoble de tambor para que el efectivo de menor graduación de todos los presentes arrancara todos los símbolos militares que portaba el uniforme azul de Ariza. El acusado intentaba mantener la compostura. Cerró los ojos . Pero era inevitable sustraerse. El redoble del tambor lo devolvía al centro de la humillación. Primero le arrancó y lanzó el quepis al suelo. Luego despojó las alas doradas clavadas en el corazón. Siguieron los galones en las mangas. A continuación volaron las insignias en las solapas. Y los diez botones dorados rodaron por el patio ,donde hacía 26 años se había graduado Víctor Ariza en medio de los honores. Terminada la torturante faena, como si no hubiera sido suficiente todo lo anterior, el que dirigía el acto dio la orden y todos los presentes, absolutamente todos, le dieron la espalda al degradado Víctor Ariza. Claves Protesta. Raquel Díaz Gastelú , defensora de Víctor Ariza, expresó que el acto de degradación fue “innecesariamente humillante” y reclamó por no haber sido notificada en su momento para presenciar el acto. Defensa. La abogada señaló que estudia iniciar una serie de acciones judiciales porque Ariza ha sido condenado sin pruebas, ya que en el expediente no se encuentran las evidencias que sirvieron para sentenciarlo.