Resulta cuando menos contradictorio que buena parte de los distritos limeños concentren sus preparativos para la cumbre de APEC en el asfaltado y parchado de calles y avenidas y ninguno preste atención a otro aspecto del ornato de la capital tanto o más importante que el anterior. Nos referimos a la pavorosa contaminación visual causada por la colocación indiscriminada de carteles publicitarios en cualquier punto de la ciudad. No hace mucho la comuna metropolitana emprendió una vigorosa campaña contra los paneles publicitarios que, colocados en serie, distraían u obstruían la visión de los choferes que recorrían vías importantes, como por ejemplo la Panamericana Sur. Una campaña, que contó con el apoyo de los perjudicados, fue emprendida, y se logró el retiro de esos paneles. Se anunció que una campaña similar se realizaría en los distritos limeños, la que en un primer momento tendría por objeto el retiro de esas gigantescas torres publicitarias colocadas sobre pilares, las que han sido erradicadas en muchos países al comprobarse que, al obligar a los pilotos a levantar la vista, originan accidentes. Como se sabe, apenas un segundo de distracción puede ser fatal para el conductor de un vehículo. La respuesta de las empresas publicitarias se concentró en los llamados paneles murales, que ahora se levantan a la altura de la vista de quienes manejan en miles de puntos de la ciudad. Pero el problema es que no parece haber una reglamentación que limite la colocación de los mismos, que asfixian cualquier perspectiva visual. Quien recorra la avenida Fawcett o distritos como Jesús María, Lince y otros (la lista es larga) podrá darse cuenta de que hay lugares donde las fachadas de los inmuebles han desaparecido. Además, los paneles se multiplican, pero ninguna de las peligrosas torres publicitarias ha sido retirada. El problema, tal como aparece planteado, consiste en que cualquier iniciativa rigurosa que se tome en favor del ornato y la descontaminación visual de la ciudad depende en primer lugar de los alcaldes distritales. Y es visible la complicidad de estos últimos con las empresas publicitarias, pues son ellos quienes les otorgan la autorización. Esto debe terminar, no solo en nombre de nuestros próximos visitantes, que llegarán a una ciudad convertida en un mercado persa de anuncios publicitarios, sino en el de los propios limeños, que no merecen esta invasión de mal gusto y contaminación visual desparramados en sus calles en nombre del interés de un pequeño grupo de empresas que solo piensan en su ganancia. Resulta cuando menos contradictorio que buena parte de los distritos limeños concentren sus preparativos para la cumbre de APEC en el asfaltado y parchado de calles y avenidas y ninguno preste atención a otro aspecto del ornato de la capital tanto o más importante que el anterior. Nos referimos a la pavorosa contaminación visual causada por la colocación indiscriminada de carteles publicitarios en cualquier punto de la ciudad. No hace mucho la comuna metropolitana emprendió una vigorosa campaña contra los paneles publicitarios que, colocados en serie, distraían u obstruían la visión de los choferes que recorrían vías importantes, como por ejemplo la Panamericana Sur. Una campaña, que contó con el apoyo de los perjudicados, fue emprendida, y se logró el retiro de esos paneles. Se anunció que una campaña similar se realizaría en los distritos limeños, la que en un primer momento tendría por objeto el retiro de esas gigantescas torres publicitarias colocadas sobre pilares, las que han sido erradicadas en muchos países al comprobarse que, al obligar a los pilotos a levantar la vista, originan accidentes. Como se sabe, apenas un segundo de distracción puede ser fatal para el conductor de un vehículo. La respuesta de las empresas publicitarias se concentró en los llamados paneles murales, que ahora se levantan a la altura de la vista de quienes manejan en miles de puntos de la ciudad. Pero el problema es que no parece haber una reglamentación que limite la colocación de los mismos, que asfixian cualquier perspectiva visual. Quien recorra la avenida Fawcett o distritos como Jesús María, Lince y otros (la lista es larga) podrá darse cuenta de que hay lugares donde las fachadas de los inmuebles han desaparecido. Además, los paneles se multiplican, pero ninguna de las peligrosas torres publicitarias ha sido retirada. El problema, tal como aparece planteado, consiste en que cualquier iniciativa rigurosa que se tome en favor del ornato y la descontaminación visual de la ciudad depende en primer lugar de los alcaldes distritales. Y es visible la complicidad de estos últimos con las empresas publicitarias, pues son ellos quienes les otorgan la autorización. Esto debe terminar, no solo en nombre de nuestros próximos visitantes, que llegarán a una ciudad convertida en un mercado persa de anuncios publicitarios, sino en el de los propios limeños, que no merecen esta invasión de mal gusto y contaminación visual desparramados en sus calles en nombre del interés de un pequeño grupo de empresas que solo piensan en su ganancia.