La nueva edición de Guerreros civilizadores. Política, sociedad y cultura en Chile durante la Guerra del Pacífico (Crítica) de la historiadora Carmen Mc Evoy, no solo nos permite entrar a los circuitos de un conflicto bélico que trajo terribles consecuencias para Perú en el siglo XIX, sino también ejercer un análisis del tránsito de la política peruana actual, con no pocos lazos a lo acaecido en ese periodo. Para tener más luces sobre el tema, La República conversó con Mc Evoy. Por cierto, nuestro agradecimiento a Marina García Burgos por la fotografía de la autora.
—¿Cómo percibes Guerreros civilizadores a 13 años de su publicación?
— El libro explica cómo una sociedad, lo que yo llamo una nación en armas, comienza a trabajar en diferentes niveles: desde el religioso, de la sociedad civil y el aparato estatal, para lograr un objetivo común: derrotar al enemigo.
—¿A la Confederación Peruano-Boliviana?
Ellos veían a la Alianza defensiva Peruano-Boliviana como un peligro. En ese sentido, así como mirábamos a Chile como un enemigo, Chile nos asumía como una amenaza, pero fueron mucho más organizados. El libro es también la historia de una peruana que va a Santiago y que se queda alreredor un año gracias a una beca Guggenheim y que hace un estudio de todas las fuentes posibles, como el archivo Vicuña Mackenna, que tiene cartas de soldados, e incluso hurga en el archivo de Pinochet, que era un gran coleccionista de documentos de guerra. Entonces, juntando lo que fui recolectando y averiguando, sale este libro. Perú y Bolivia eran potenciales rivales, pero también hubo una necesidad de sobrevivencia de un Estado, el chileno, que se da cuenta de que, en el nuevo “reparto de loterías” de productos de exportación mundial, la estrella erael salitre. Y el salitre estaba básicamente en control de Perú y de Bolivia. Por ello, nosotros al firmar el tratado defensivo en el que faltó Argentina, porque no solamente era un tratado con Bolivia, le otorgamosla justificación. Hay una serie de decisiones a nivel estatal que empujan a la guerra a los chilenos, aunque tenían dudas, en especial el presidente Aníbal Pinto.
—Pero detrás de este propósito hubo un apoyo. No solo era un interés militar, sino también participaron intelectuales, medios de comunicación, la iglesia católica misma.
—El libro aborda esa unidad de discurso, la existencia de un abstracto llamado Chile dotado de una “superioridad moral” pese a que tenían graves problemas sociales. El papel de los medios y algunos intelectuales fueron importantes, pero lo que me interesaba mostrar, además, era el aparato político que debe tener cualquier estado en guerra para ser victorioso. Y en Chile existe una tradición de servicio público, de institucionalidad. Un ejemplo es lo que ellos denominan el presidente en campaña, que significa que hay en la Moneda un presidente, Aníbal Pinto y otro Emilio Sotomayor que es su representante en la expedición militar hacia el Perú. Sotomayor fue un viejo burócrata que acompaña al ejército hasta su muerte. La praxis política y la organización les funciona, tanto que logran ocupar Perú por más de dos años.
—Precisas también que este conflicto lo asumieron como una guerra santa, las guerras no solo obedecen a factores económicos. Así lo indicas en el capítulo 3: “Dios y patria. El derrotero de la guerra santa”. Esto revela también una lectura actual en cuanto a los conflictos que estamos viendo.
—Las guerras que estamos viendo hoy en día son guerras que tienen elementos irracionales, mesiánicos. En el caso de Rusia, se habla de una suerte de pasado heroico, épico, cuando todos esos territorios, de acuerdo a su argumento nacionalista-imperial, le pertenecían. Me parece interesante la manera en que confluyen estos factores en las guerra expansionistas de las que somos testigos y en el cual el horror vivido por los civiles en Gaza es una muestra espeluznante. Como bien dices, nunca se justifica una guerra por factores económicos. En ningún momento dicen que están en Perú por sus riquezas, sino que están acá para civilizar este territorio en manos de “bárbaros”, con cristianos que se han vuelto casi paganos. Lo que estaban haciendo no era legal. Los sacerdotes tomaban la diócesis y su justificación era que los curas peruanos estaban amancebados y despreocupados de su grey. Para mí fue fascinante escribir el capítulo Patria y Religión. En esos años, ya se estaba dando forma a un clero chileno muy bien entrenado en la lucha contra la “otredad”. Hay un obispo muy famoso, Rafael Valdivieso, que va creando esta idea de un Chile cristiano con superioridad moral, la cual, básicamente es el núcleo del enfrentamiento con el sector liberal, conformado por algunos masones, a muchos de los cuales se les acusa de estar en el territorio del mal. Volviendo a la Guerra del Pacífico, cuando los chilenos llegan a la Catedral de Lima, sus sacerdotes querían hacer una misa, que no les correspondía. Piden hacerlo por los caídos de San Juan y Miraflores y el arzobispo de Lima les ofrece otra iglesia menor. Al final declaran en la Catedral limeña que Chile, pueblo elegido, fue ungido en la ciudad de los virreyes, dicen en el sermón que celebra la victoria en Lima. Así le dan centralidad, algo que por muchos siglos tuvo Perú: la preeminencia cultural. Hay todo un elemento que va a calar en una población que es católica. Tenemos también otro factor, casi delirante: que Dios ha tomado partido por Chile. En la medida que van ganando, van reforzando su idea de pueblo elegido. Cabe recordar, por otro lado, que en la construcción identitaria de Chile ocupa un lugar central: Andrés Bello, un exiliado que ha estado muchos años sin patria. Él era venezolano y no podía regresar a Caracas. Chile lo contrata y hace esta construcción identitaria republicana, con código civil y una universidad para dotar a Chile de servidores públicos. Mientras en los países vecinos predominaban los caudillos. No hay que olvidar que durante le Guerra del Pacífico en Chile hay elecciones y no se quiebra el orden institucional.
—En el capítulo 6, “La ocupación de Lima o los dilemas de la guerra permanente”, consignas el editorial de El nuevo ferrocarril: “Lo farsaico, lo desatinado y lo increíble constituían un sistema”. Aquí estamos ante una tremenda actualidad.
—Debemos poner todo esto en perspectiva. No se puede comparar una construcción estatal acotada en el Valle Central, porque allí es donde se realiza el experimento político chileno. Ahí es donde se produce, donde aparece Diego Portales, que tiene un modelo político. Pero a Portales lo asesinan. La violencia está larvada en Chile, pero a pesar de ello son capaces de construir, por cuestiones geográficas y de liderazgo político, un modelo al que nosotros no llegamos. Y ese modelo es el de una república conservadora- porque no es una república de amplia participación- donde las sucesiones presidenciales se van orquestando desde La Moneda. Mientras que Perú es otra realidad geográfica y en nuestra independencia confluyen ejércitos transnacionales. Entonces, lo que te va a dejar es una huella de lo que yo llamo la toma del Estado como botín y una suerte de guerra civil permanente con los caudillos disputándose por décadas el acceso al Estado prebendario. Chile usa esos vacíos para justificar su presencia, para justificar la invasión, que es injustificable. Porque si tu vecino es desordenado tú no tienes derecho a entrar a su casa y tomar lo que le pertenece. Entonces yo creo que ahí hay argumentos que son reales, pero que no son legales para llevar a cabo la invasión, porque al final el asunto era con Bolivia y nosotros nos sumamos por ese Tratado de Alianza Defensiva que desafortunadamente firmamos durante el gobierno de Manuel Pardo.
—La clase política peruana actual tiene las mismas figuras destacadas que las del siglo XIX.
—En el siglo XIX existió un Andrés Avelino Cáceres, un Miguel Grau, un Francisco Bolognesi y centenares de heroes anónimos que entregaron la vida por el Perú. Yo creo que en este momento no tenemos ese tipo de figuras épicas, simplemente, salvo tal vez los defensores de nuestra Amazonía contra la criminalidad organizada, no existen. Porque lo que ha tomado por asalto a la cultura política peruana es el individualismo rapaz, el sálvese quien pueda. En el Congreso, si es que ocurriera una situación parecida, quién lideraría una cruzada por el Perú? La degradación es tal que probablemente nuestra vulnerabilidad es mayor ahora a la que fue en el siglo XIX.
—Lo último que dices denota tu decepción.
—Mi decepción es con la clase política que nos gobierna. No es con ese gran colectivo que me enorgullece porque todas las mañanas se levanta para ir a trabajar. Hay que enfrentar esta tragedia de liderazgo, de ausencia de liderazgo con valentía. ¿Para qué? Para que se creen nuevos liderazgos que justamente logren conectarse con ese Perú trabajador: de peruanos laboriosos y fuertes que, a pesar de todo, pagan sus impuestos y mandan a sus hijos al colegio con esperanza. Eso yo creo que es lo más conmovedor. Y cuando ves el otro lado, el de los llamados “representantes”, es simplemente el juego de las pasiones, pero más desbordadas que nunca, con congresistas que usan nuestros recursos para llevarse a las amantes de viaje. Eso es lo que a mí me indigna y que el Perú no merece.
—¿El punto más bajo, en estos últimos años, fue Pedro Castillo?
—Es un problema estructural, una falla de fábrica: el modelo del reparto del botín estatal, de la prebenda, de la ausencia de escrúpulos. Que ha estado instalado tempranamente y no hemos logrado desmantelar. Entonces, los que van llegando, van aprendiendo rápidamente cómo funciona este “mecanismo”, que también, cabe recordar, es un mecanismo de movilidad social, que permite que vayan entrando oleadas de nuevos actores que anhelan cumplir sus sueños de viaje, de fortuna, sin interesarles que están ahí representándonos a todos. Entonces yo creo que Castillo es como el momento de quiebre en el sentido de que incluso alguien que venía de los confines de la república, del mundo rural, entra en el mismo juego perverso. Y rápidamente entiende que hay que tomar por asalto al Estado, que hay que cercenarlo para repartirlo entre los familiares y amigos. Una verdadera tragedia nacional.
—Tras la Guerra del Pacífico, en Perú no tuvimos autocrítica.
— Salvo lo ocurrido con la prosa indignada de Manuel Gonzáles Prada, el Perú no tuvo una autocrítica sana tras la Guerra del Pacífico. No sabemos hacer autocríticas sanas, autocríticas con rectificación de rumbo. Esa es una autocrítica que realmente vale la pena. Yo entiendo y rectifico el rumbo. Eso no lo sabemos hacer y lo que hacemos es este juego de echarnos la culpa mutuamente. Y no entender que, si existe un problema, probablemente hay una responsabilidad compartida. Además, no sabemos acumular experiencia histórica y nos dejamos llevar por la coyuntura. Salen los audios de Cerrón y los chats con la congresista Portalatino y ya nos olvidamos de las violaciones en Condorcanqui y así ad eternum.
—En La República somos el medio que más ha incidido en ese tema. Me gustaría saber tu opinión sobre Dina Boluarte. ¿Es una decepción más?
—Como el mito del eterno retorno, ¿no? Es una historia que yo, como historiadora, siento que ya pasó, pero es un Déjà vu que no es ni para reírse, ni para estar pensando en relojes, sino para entender que acá estamos llevando a cuestas una herencia política que se tiene que desactivar. Lo que Boluarte ha hecho es acomodarse dentro de este modelo prebendario, y pacta con un Congreso nefasto para sobrevivir. Su propia agenda es muy limitada y sus limitaciones cada vez son más evidentes. Cuando le hacen la entrevista sobre Condorcanqui, una jefa de Estado se conmueve, se solidariza. Ella no se da cuenta de la magnitud de los problemas que está en este momento enfrentando el Perú, que le ha tocado a ella administrar porque ella lo quiso así. Pudo convocar a elecciones, pero Boluarte decidió quedarse, entonces, cuando te quedas, tú tienes que asumir el activo y el pasivo. Obviamente sí, es la primera presidenta mujer es una desilusión más y es una muestra que en las próximas elecciones tenemos que ser muy cuidadosos con los candidatos que elegiremos.
—Ya que has mencionado lo de las próximas elecciones, ¿no te parece una actitud escolar la de los Fujimori: “Mi papá postula, pero yo no voy en la plancha”? Parece un juego.
—No es un juego familiar, esto es más bien mi papá y yo lo decidimos, sin medir las consecuencias para el futuro del Perú. Yo creo que acá nadie mide las consecuencias del daño que este tipo de decisiones pueden tener para nuestro país. Ahora Estados Unidos está pasando por una gran crisis, pero algo que se definió tempranamente en la República norteamericana es que tú tienes dos periodos y tu vida política terminó. Regresas a la vida privada. Ahora lo que vemos es infantilismo, egoísmo, rapacidad desmedida, cortoplacismo y una enorme falta de respeto por el bienestar y la dignidad del Perú.